domingo, 2 de mayo de 2021

La espada de Crom: II

 “El que toque este martillo, sí es digno, poseerá el poder de Thor” decía el famoso adagio. Pero eso era con Odin, Crom era mucho mas quisquilloso y la cosa venía a ser algo así como “Sí tocas la espada y no eres digno morirás de alguna manera desagradable y, si no eres indigno eso no significa que seas digno así que ya te iré probando, a ver por cuanto sobrevives”.


Realmente no creía que él fuera especialmente digno y que, sí estaba vivo, era porqué el que había tocado la espada antes que él era la antítesis de lo que un dios de los bárbaros podría considerar digno. Y las pruebas, bueno, la primera fue a las pocas horas de matar al arqueólogo sustituto que habían mandado a la cueva, después de que la derribase un extraño terremoto. De no se sabe dónde habían aparecido tres individuos, con pinta de frikis de los videojuegos, portando espadas reales, perfectamente afiladas, pero sin ningún tipo de armadura o escudo que las acompañara, lo cuál es bastante loco. Él había escapado del derrumbe de la cueva, con la espada del campo que había aparecido en la mano del cadáver del arqueólogo. Tuvo que salir tan rápido que no pudo inspeccionar nada para averiguar que había ocurrido. Había pensado llamar a la policía, pero no había cobertura en el móvil, y las líneas fijas estaban bajo unas cuantas toneladas de rocas. Y tampoco funcionaba ningún vehículo así que había optado por ir andando hasta el pueblo mas cercano. Fue ahí, en medio de la nada, dónde se encontró con los tres frikis.


No llegó a cruzar palabra con ellos porqué, sencillamente, no hablaban. Tenían una expresión un tanto vacía y en cuanto le vieron se fueron acercando en actitud ofensiva. Él tenía formación en el uso de armas, desde palos y cuchillos gracias a las artes marciales filipinas, como de espadas clásicas, que había aprendido a manejar en salas de esgrima antigua. Por supuesto en el pueblo no había nada de eso, pero el personal de la excavación arqueológica había mostrado interés en aprender a manejar las armas que estaban estudiando, y había empezado a instruirles, lo cuál le servía para entrenar el mismo. De todas formas, aunque tenía conocimientos, distaba muchísimo de ser un experto en esgrima y, además, justo la espada que llevaba en la mano, que se avenía a lo que en la terminología de su escuela era una espada de mano y media, era la que peor manejaba de todas.


Por fortuna para él los ataques de sus oponentes eran tremendamente torpes. Por ejemplo, uno de ellos había dado un tajo vertical hacia su cabeza con tanta fuerza y poco control que, cuando en vez de intentar parar el golpe, se había apartado un poco y había retirado la espada, la inercia del golpe hizo que se cortase a si mismo en la pierna con una cierta seriedad que le dejó cojeando y sin ganas de seguir atacando.


De otro de ellos se pudo librar fácilmente, con un ataque, no demasiado fuerte, a la mano que sujetaba la espada, una corta, de las que se maneja con mano y media. En general esos ataques a las manos son bastante habituales en los asaltos de entrenamiento, con armas sin afilar y guantes protectores, claro., aunque no siempre es factible acertar sí el rival sabe lo que hace. Pero no era el caso, el oponente agarraba la espada de una manera tan torpe, y en una postura que exponía tanto la mano, y el resto del brazo, que casi había dudado en atacar, temiendo que fuera una treta.


Antes de ejecutar esas acciones había tenido que gestionar algunos otros ataques, posicionándose de tal forma que, en la medida de lo posible, no pudiera atacarle mas de uno a la vez, y lanzando ataques rápidos de distracción, sin pararse en duelos individuales, como dictaba la táctica general de lucha con varios oponentes, sea en mano vacía o con armas.


Con dos oponentes medio fuera de combate pudo centrarse en el que quedaba. Podría decirse que, hasta ese momento, había tenido mucha suerte, porqué no había resultado herido, ni tampoco había causado heridas graves a sus rivales, algo que procuraría evitar mientras fuera posible, tanto por aquello de que es lo normal, como porqué, si aquello llegase a terminar en un juicio, le evitaría problemas mayores. Alejó al oponente de sus dos compañeros inutilizados, fingiendo que le estaba haciendo retroceder y, mientras tanto le estudió un poco más. Parecía como si estuviera drogado o algo similar. Aparte de eso, confirmó que parecían firkis, tal vez de los videojuegos, quizás programadores profesionales. No entendía que podían hacer ahí esa gente, armados con espadas, pero sospechaba que había algo raro y que su presencia, y su actitud, no eran el tipo de cosas que harían habitualmente.


Si podía intentaría librarse de ese último rival sin causarle daños graves, pero, claro, eso era un riesgo, incluso para gente experta en lucha con armas, y él no lo era, y, en cualquier momento podía cometer algún error tonto que le costase recibir un ataque grave. Eso, en los asaltos de entrenamiento, no era mayor problema, pero aquí podría costarle la vida. Para lograr ese fin optó por una estrategia un tanto arriesgada, forzar una distancia corta, y pasar de una lucha de cuchilladas y estocadas a una en la que ambos estuvieran agarrados y, desde ahí, confiar en que su habilidad en lucha sin armas, que era mayor que con ellas, bastara para abatir al rival sin causar heridas graves, ni riesgo de que se las infringiera. El riesgo, por supuesto, es que durante ese cuerpo a cuerpo pudieran llegar sus compañeros y atacarle mientras estaba indefenso frente a ellos. Por suerte pudo resolver el asunto de manera mas o menos rápida. Ni siquiera necesitó golpear al rival con el pomo de la espada. Simplemente logró agarrar el brazo armado del rival con la mano izquierda, deslizar su brazo derecho, agarrando su espada con una mano, por la espalda del otro, y hacerle una proyección de judo. Al caer su rival sujetó su brazo armado entre sus rodillas y aplicó una luxación al brazo que le hizo soltar la espada. Luego lo hizo girar, para que quedase mirando el suelo, y desde ahí le aplicó una estrangulación sanguínea hasta que se desvaneció. Sabía que, salvo desgracias, eso no le iba a matar, ni causar mayores consecuencias, en especial teniendo compañeros que le reanimarían cuando llegasen a su lado.


De todo eso había transcurrido ya mas de un año, pero lo recordaba con bastante detalle. Desde entonces había abandonado Inglaterra, y se había dedicado a estudiar la espada que había salvado de la cueva. Como la excavación se había llevado en bastante secreto no había tenido mayores problemas con sus jefes, a los que no llegó a informar de que había recuperado esa espada. Y, fueran quienes fueran sus asaltantes, nunca había vuelto a saber nada de ellos.


Respecto a la espada en sí, bueno, llamarla de ese modo era casi un insulto. No había podido averiguar ni una pequeña fracción de sus secretos, pero estaba claro que, en esencia, era un prodigio de la tecnología adaptado a la forma de una espada. Respecto a su constructor, si realmente era la divinidad que, en algunos lugares se hacía llamar Crom, bueno, tal vez hubiera obrado como dios para alguna raza de bárbaros de alguna época y lugar remotos, pero él, en si mismo no era un bárbaro.


De hecho, aparte del Crom de los relatos de un famoso bárbaro, cuyas narraciones encajaban en parte con la cueva aquella, también había, un Crom que oficiaba como dios, o quizás demonio, de la fertilidad para ciertas tribus pictas del reino unido de unos siglos atrás. Había podido averiguar mucho menos de Crom, o del resto de divinidades, que de la espada en sí, y, por supuesto, todo eran conjeturas, sin pruebas firmes. Aparentemente la cosa iba mas o menos así. Los humanos creaban sus religiones, por los motivos que explica la psicología y la antropología convencional, sin necesidad de intervención de criaturas extraterrestres externas, como lo proponen los afines a las teorías de los antiguos astronautas. Pero, de vez en cuando, hay entidades, con un nivel tecnológico infinitamente mayor al que tiene actualmente la humanidad, que, por los motivos que sean, deciden que quieren algo de esta o aquella civilización humana, y deciden encarnar algunas de esas entidades mitológicas para así dirigir esas civilizaciones adónde quiera que les plazca en ese momento.


La convivencia con una espada de un dios tan peculiar como Crom no siempre había sido sencilla, y había intentado cederla a gente mas cercana a su idea de lo que Crom podría apreciar: gente experta en esgrima, gente muy alta y musculada, e incluso algunos que cumplían ambas características pero, por algún motivo que no entendía, la espada, que tenía sus propias ideas, y los medios para llevarlas a cabo, había abandonado a esa gente y vuelto con él. Realmente las exigencias de la espada no eran tremendas. Debía entrenar mas en el arte de las esgrima y, a cambio, ella le mantenía. Sea cual fuera la naturaleza de la espada no tenía ningún problema en interaccionar con los dispositivos informáticos humanos. En un momento dado la espada había reparado en la existencia de las criptomonedas y había abierto una cuenta a su nombre. Desde ese momento había procedido a “minar” bitcoins de manera regular. Nunca había llegado a averiguar si lo hacía gracias a que, lo que quiera que formase la inteligencia de la espada, era algún tipo de dispositivo mucho mas veloz que cualquier ordenador o tarjeta gráfica humana, o que tenía conocimientos de criptografía de curvas elípticas mucho mas sofisticados o, lo mas seguro, ambas cosas a la vez, pero, en cualquier caso, no tenía ningún problema en conseguirle todos los bitcoins que pudiera necesitar, siempre y cuando, claro, cumpliera con lo que le pedía, siempre de forma indirecta, mostrándole diversas páginas web que le sugerían que debía hacer, o aprender.


Aparte de esas habilidades informáticas la espada podía hacer muchas mas cosas. Por ejemplo, poco a poco le había enseñado a interaccionar con algún tipo de sustancia que emanaba de la espada y que le permitía emular habilidades similares a la telequinesis, o a la levitación. Con tecnología cercana a lo que los humanos comprendieran eso se podría hacer usando nanotecnología lo que se conocía como “nanoniebla”, y había intentando buscar rastros de nanobots, usando tecnología mas o menos casera, que había adquirido gracias a los bitcoins, pero no había logrado hallar ninguno. Y había, mas, mucho más. Y, realmente, era genial la vida que le otorgaba la espada, con todos los gastos pagados, con la única obligación de aprender esgrima y hacer mucho deporte, algo que, en si mismo le gustaba, y que le dejaba mucho tiempo para lo que fuera, incluyendo investigar en ciencia, en particular la referente a la espada, que estaba muy por encima de cualquier otra cosa que estudiaran los humanos de la tierra.


El problema es que, de vez en cuando, bien fuera la espada, bien fuera Crom, había que pasar algunas pruebas, y no le bastaban los asaltos deportivos en una sala de esgrima. No podía tener certeza, claro, pero le habían asaltado, desde que encontró la espada, cuatro veces asaltantes armados, bien con cuchillos, palos, o machetes y katanas. Por suerte, o no, ninguno de esos ataques había quedado registrado en ninguna cámara de seguridad o teléfono móvil, y no había terminado subido a youtube, y, milagrosamente, había sobrevivido a todos, aunque no siempre sin heridas, a veces de una cierta seriedad. Vale que, de algún modo, la espada se encargaba de que se recuperase de esas heridas con rapidez, y sin dejar secuelas, sin necesidad siquiera de ir a un hospital.


Temía que, en algún momento, inevitablemente, pudiera recibir una herida muy grave, o incluso mortal, o que tuviera que hacer lo propio a alguno de esos asaltantes, siempre callados, siempre con pinta de drogados. Pero la cosa era aún peor, Por lo visto lo que quiera que había activado la cueva, y posteriormente la espada, había actuado en otros lugares del mundo, y que, en algún momento del futuro no muy lejano, iba a tener que oponerse a los designios de algunas de las otras entidades que habían decidido volver a hacer acto de presencia en ese planeta, y, la verdad, era una perspectiva que imponía muchísimo.