jueves, 22 de agosto de 2019

La espada de Crom I

No entiendo a que viene tanta prisa. Mi idea inicial era ir del aeropuerto al hotel, dormir tranquilamente y llegar a la excavación a media mañana. Pero no, a última hora se habían puesto muy pesados con que fuera allí directamente tras aterrizar, aunque llegase con la noche ya bien entrada. Respecto al dinero no había problemas, ellos me pagaban el taxi.

            Normalmente les habría puesto alguna excusa, habría desconectado el Iphone y ya por la mañana lidiaría con sus quejas,. Desafortunadamente no podía. Ésta era una oportunidad demasiado buena para hacer curriculum, que me había llegado de casualidad porqué el arqueólogo titular de la expedición se había puesto repentinamente enfermo y yo era el único académico con la formación requerida que estaba relativamente cerca, así que no me convenía incomodar al equipo.

            El tiempo en Gales este diciembre era asqueroso: mucho frío, fuertes vientos racheados, lluvia, granizo y nieve. En el vuelo las turbulencias habían sido continuas y en una de ellas uno de los azafatos dió un bote que casi choca contra el techo y cayó al suelo de manera poco digna, aunque afortunadamente sin daños graves. El aterrizaje había sido tan complicado que el piloto tuvo que hacer dos aproximaciones fallidas antes de que se decidiera a hacer una maniobra que hizo que todos bajáramos las escalerillas con las piernas aún temblando y completamente pálidos.

            Encontrar taxi no fue sencillo porqué nadie quería esperar al  autobús. Yo pillé uno de los últimos que había. El conductor era un señor mayor, bastante malencarado y con un acento gaélico tan cerrado que me resultaba muy difícil de entender, pese a que yo era prácticamente berlingue tras haber estudiado de pequeño en algunos de los mejores institutos privados del reino unido.

La verdad es que Thomas, así dijo que se llamaba, me cayó fatal desde el primer momento. Cuando le dije el nombre del pueblo me miró de arriba a abajo y me dijo -¿En serio pretende ir ahí vestido con esa ropa? - Me dijo en torno burlesco.

             Yo me quedé a cuadros. Llevaba un traje de colección exclusiva, regalo de la última sesión de pasarela, llevaba siendo modelo semiprofesional desde la infancia. que había hecho para uno de mis modistos favoritos. Admito que no era ropa convencional, pero tampoco era la línea mas exótica de esa marca ¿que sabría el paleto éste de moda?. En cualquier caso me abstuve de discutir y respondí con un tono  mustio -Sí, pero vamos, llevo ropa mas de working class en la maleta. Sí me recomienda un buen hotel me cambiaré antes de salir para la excavación-. En ese momento me miró con renovado interés y me preguntó -¿Excavación? ¿Se refiere a la tumba que han encontrado en la cueva, cerca del pueblo?- Me quedé sorprendido de que alguien tan zafio supiera de la excavación, que se supone se mantenía en secreto, pero bueno, debía ser vecino de la zona. Tampoco sabía que era una tumba así que se lo pregunté -¿Tumba? No sabía que era una tumba, pero sí, será, supongo.

            El trayecto fué impactante. Enseguida dejamos las carreteras principales y nos metimos en un camino de tierra que se internaba en un oscuro bosque. La lluvia había hecho que en su mayor parte estuviera embarrado, y con abundantes charcos.  Avanzar por semejante lodazal hizo que fuésemos terriblemente lentos, y que no llegásemos al pueblo hasta bien entrada la madrugada. Lo único bueno es que Thom no tenía ganas de hablar y habíamos pasado todo el trayecto escuchando música. Era una música que me sonaba similar a otras del folclore celta que había escuchado, pero muy alejada de las alegres y enseoñadoras arpas new age que tanto le gustaban. Era una música mucho mas rítmica, con ritmos sincopados, con un fondo continuo y oscuro, hecho con una zanfonia sí no le fallaba su cultura de música medieval. En general el tono de la música le resultaba inquietante, y hasta tenebrosa, pero cómo encajaba con el entorno no se atrevió a pedirle a Thom que pusiera algo mas alegre.


El momento mas inquietante del  trayecto fue cuando se nos cruzó algo en el camino con lo que estuvimos apunto de chocar. Yo no prestaba demasiada atención al sendero, pero me pareció distinguir una gran cornamenta. Le pregunté a Thom si podría ser un ciervo y me contestó  mascullando entre dientes un “puede ser” que no sonaba nada convincente. Yo  era afiliado al PACMA y adoraba a los animales así que le pregunté sí nos podríamos paarar un momento para intentar encontrarnos con el hermano ciervo. Thom se giró y mirándome cómo sí le hubiese pedido que hiciera algo terriblemente estúpido me dijo, cómo quien habla con un retrasado mental -¿En serio quiere bajarse en medio de un bosque perdido de la mano de dios y ponerse a buscar en mitad de una noche cerrada lo que podría ser un ciervo o cualquier otra cosa?. Me sostuvo la mirada mientras tomaba la decisión y, curiosamente, decidí que, después de todo, no quería. Se lo hice saber a Thom y este hizo un gesto que podría ser de alivio, o tal vez decepción, no sabría decirlo, y éso me fastidiaba porque me tenía por una persona muy empática que siempre adivinaba lo que sentían los demás. Thom continó el viaje y, mirándome por el espejo, dijo en su típico tono corrosivo – A lo mejor ése no era hermano ciervo, primo tal vez, y lejano, muy lejano- Yo no dije nada y seguí escuchando la música en silencio hasta llegar al pueblo.

La excavación

            Había contactado por whattasap con su contacto y le había dado permiso para cenar algo en el hostal – hotel al final no había ninguno- del pueblo. Había llegado a las 2 de la noche y había tenido que insistir mucho, y soltar mucho dinero, para que le pusieran algo caliente, y no le gusto demasiado lo que le sirvieron, pero tenía hambre. Lo único bueno es que le habían ofrecido ellos mismos algo que no llevaba carne, leche o huevos, estaba seguro de que sí hubieran sugerido algo con carne no hubieran sido muy amables con su condición vegana.

            Tras cenar Thom, que había estado esperando en la cantina, le llevó a la cueva, situada a unos cuantos kilómetros del pueblo, al pie de una montaña. Aprovechó el viaje para mirar los documentos que le habían enviado ayer sobre el hallazgo. Debería haberlo mirado en el avión, pero con tanto bache no había sido capaz de concentrarse y luego, en el camino al pueblo, tenía el Ipad casi descargado y no le había sido posible. En el hostal había podido cargarlo lo suficiente para que le aguantase lo bastante para poder leer un poco sobre lo que le esperaba.

            Tras leer la introducción y la primera página y media tuvo que volver a revisar el correo para asegurarse que había bajado los documentos correctos, porqué lo que leía no tenía ningún sentido. Pero sí, aparentemente todo estaba bien. El correo estaba enviado desde una dirección que pertenecía a la prestigiosa universidad de Oxford, y los nombres que figuraban como autores eran profesores reconocidos.

            Aún así no daba crédito a lo que leía ¿Esqueletos de animales que eran híbridos entre humanos y serpientes? ¡Y no sólo de un tipo, según decían habían hallado animales que parecían diversos estados intermedios entre un humano y un ofidio! Incluso habían tenido tiempo de hacer análisis preliminares de ADN que mostraban indicios de ambas especies, junto a otros fragmentos queno sabían identificar. Thom debió ver mi cara de incredulidad y decidió que debía intervenir -¿Qué, raro, no? Pues ya verá lo que le espera cuando llegue- Dijo con una sonrisa que se transformó en una sonora carcajada al final. Y apostilló -Por cierto, ya llegamos, le dejo en la caseta de recepción ¡que le sea leve ****!. La última palabra era claramente gaélico, y no la entendí, pero me sonó a algún tipo de insulto. Cómo quiera que me libraba de él ya mismo me limité a pagarle y dejarlo estar.

Llamé al timbre de la caseta y el guardia me dijo por un interfono que avanzase por el camino, que al final me esperaba un miembro del personal, en la misma entrada de la cueva. Cuando llegué me encontré con alguien de altura media/baja, enfundado en un traje de esos de contención biológica de las películas de epidemias, junto con la correspondiente máscara y gafas de plástico.

  Debió ver mi rostro de preocupación y se apresuró a tranquilizarme, hablando en español -Tranquilo Julián, el traje es porqué estaba haciendo pruebas en el laboratorio mientras le esperaba, y la máscara es por el olor. Aquí aun no se nota apenas, pero en el interior es bastante intenso. Me llamo Arsenio, por cierto, y  soy de Madrid, cómo usted. Me alegra que haya podido venir esta misma noche, y espero que haya podido descansar un poco en el hostal mientras cenaba. -Me tranquiliza saberlo, y no me trate de usted – respondí.

  Tras unas pocas formalidades enseguida nos dirigimos al interior de la cueva. Había diversas lámparas LED cada poco así que estaba razonablemente bien iluminada y, aparte, llevábamos con nosotros linternas potentes. Llegamos a una primera cámara dónde Arsenio me mostró uno de los híbridos. No me habían enviado fotos, imagino que para evitar riesgos de filtraciones, y la verdad es que me impactó mucho. Era bastante humano, pero el cráneo estaba alargado, y los brazos y piernas acortados-  Estaba en el suelo, en una postura que denotaba una muerte agónica, y con una espada inclinada entre sus costillas, que posiblemente había sido la causa de su muerte.

            Según avanzábamos vimos mas híbridos, todos con signos de una muerte violenta. Cuanto mas nos adentrábamos en la montaña mas cerca estaban del aspecto de serpiente que del humanos. Arsenio me iba haciendo aclaraciones puntuales sobre ésto y aquello, pero la verdad es que era incapaz de prestarle demasiada atención pues lo que veía me dejaba completamente anonadado.

  Había muchas bifurcacioens y pasadizos, que llevaban a diversas salas, pero, aparentemente, teníamos un destino muy concreto porqué Arsenio nunca vacilaba en que ruta seguir. El camino terminaba en una puerta. Al abrirla vi que daba a una inmensa sala. En ella había varias mesas y sillas, y un sillón que parecía un trono. En el trono estaba sentado el esqueleto de uno de los hombres mas grandes que había visto en mi vida. Calculé que debía tener la talla de un jugador de baloncesto, aunque con aspecto de ser mucho mas robusto. Tenía el torso atravesado por varias flechas que debieron ser las que le causaron la muerte.  A un lado del trono había un expositorio en el que se veía una lujosa y reluciente espada.

Me giré hacia Arsenio y le pregunté - ¿Quien ha puesto ahí esa espada? Él respondió en tono condidencial ¡Nadie, estaba ahí cuando llegamos a la cueva! - ¡Pero si está nueva! ¿Cómo es posible éso? Entones me llevó a un rincón y me explicó la historia de cómo se había descubierto todo aquello, y resultó tan sorprendente como lo que había dentro.

            Resulta que la zona dónde estaba la cueva era conocida desde antiguo. La caseta que había visto a la entrada era inicialmente del guardia forestal del pueblo y durante generaciones mucha gente había visitado la zona sin ver nada. Entonces, hace unas semanas, de repente, algunas piedras se volvieron iridiscentes sin previo aviso, y alumbraron un camino, casi imperceptible, que llevaba a la entrad de la cueva, que, en ese momento era una pared de roca sólida. Luego, sin que nadie estuviera presente cuando ocurrió el cambio, de repente ya no había mas pared y se veía la entrada a la cueva. Los vecinos llamaron a los arqueólogos y el resto, cómo se suele decir, era historia.

            En cuanto a la espada Arsenio explicó que era imposible cogerla. Había una especie de campo de fuera que impedía acercarse a menos de dos metros de ella, no sin añadir que, según la física conocida no podía existir ningún campo de fuerza que repeliera todo tipo de materia, y que era un tema sobre el que se estaban haciendo pruebas para intentar ver que podría ser exactamente.  Le pareció tan increíble que no se pudo resistir a probarlo y, sí, efectivamente, según se acercaba notó cómo una fuerza creciente impedía que se siguiera aproximando. En ese momento Arsenio miró el móvil y dijo que le reclamaban de fuera. Le invitó a que examinase tranquilamente la sala el mismo mientras volvía.

            Y éso hizo, en la sala había mas esqueletos de los híbridos humano-serpiente. A diferencia de los del exterior no se veía ningún signo de que los podría haber matado. También reparó en que el esqueleto sentado en el trono llevaba restos de ropas y una ligera armadura mientras que los hombres serpiente pareciera que estuvieran desnudos cuando murieron. Cuando observo con calma el esqueleto del rey, éso parecía ser, observó que una pulsera, tal vez una muñequera, se había caído de su antebrazo y reposaba entre sus piernas. La recogió y la observó con detenimiento. Era de algún tipo de cuero, y olía fatal, más aún que el nauseabundo olor de toda la cueva, aunque, al menos, era mas llevadero. Mientras retrocedía para acercarse a una de las luces, para poder mirar lo que parecía una inscripción en la muñequera se tropezó. Al levantarse observó sorprendido que había ido a parar al pie del mueble dónde estaba la espada. Por algún motivo el campo ya no le afectaba. No pudo resistirse a la tentación y se apresuró a ser el primer humano en volver a empuñar la espadada en quien sabe cuantos siglos.

 Cuando cogió la espada sufrió un shock. Notó cómo una presencia, que se identifacaba a si misma con el nombre de Crom invadía su mente y exploraba sus pensamientos. De algún modo fué consciente de que la presencia le había evaluado y lo había considerado indigno. No sólo indigno, la presencia en su cabeza lo consideraba despreciable y repugnante, y estaba muy molesta porqué una criatura tan miserable se hubiera atrevido a tocar su espada. De algún modo notó que la afrenta iba a tener un castigo, y que ese castigo era su muerte. 

Proyecto Wells IV

ENFERMEDAD                  

Sin embargo poco me faltó para no poder hacer nada. A la semana del incidente empecé a sentirme mal. Ese mismo día, horas mas tarde, me encontré realmente enfermo. Fui afortunado, ya que ese día había visitantes en la comuna y me llevaron a la zona médica, y al llegar allí perdí el conocimiento.

 Lo recuperé varias veces y volví a perderlo otras tantas, sintiéndome francamente mal en cada una de las ocasiones. En la tierra yo era una de esas personas que nunca caían enfermas, así que lo pasé especialmente mal. Afortunadamente hubo  breves periodos de tregua en los que me sentía mejor, y pude pensar con cierta claridad.

 Reflexioné sobre la extraña circunstancia de que en ese planeta pudieran convivir tantas especies distintas. Según había oído contar, los científicos pensaban que si alguien del siglo XIX, por ejemplo, fuera resucitado en nuestros días, moriría de nuevo al poco tiempo, debido a la incapacidad de su sistema inmunitario para tolerar los patógenos actuales. Sin embargo, en ese planeta convivían seres de diversos planetas. Era de suponer que cada uno llevaría su propia cohorte de gérmenes, y que la contagiaría al resto de especies. Especies no habituadas, de la misma forma que un europeo no esta habituado a las enfermedades tropicales. Sin duda unos seres que podían viajar entre las estrellas debían tener necesariamente una gran tecnología médica. Aunque es de suponer que especializada en ellos mismos. ¿Cómo podía ser  útil una medicina arácnida en un humano?, ¿o en un groo?  La respuesta más probable es que no tuviera sentido.

Y luego le corroía el tema de la alimentación. ¿Cómo es que existía una comida única para especies de mundos distintos? Y el caso es  que esa comida existía, o al menos eso parecía, pues los groos y los humanos comían algunas de las cosas cultivadas en la comuna y era nutritiva para ambas especies. Él no era un experto en biología, pero eso indicaba que debía haber proteínas comunes. Las proteínas se producían en los ribosomas del citoplasma, a partir del ARN, y éste era sintetizado en el núcleo tomando como imagen el ADN. Ésa era, explicado de manera simplificada, la  forma en que funcionaba la biología terrestre. El hecho de que los groos, y probablemente buena parte de las especies representadas en ese planeta, pudieran compartir alimentos, sugería que sus biologías eran muy similares.

Y siendo similares podían compartir patógenos... Sabía que en la tierra había una barrera que impedía que los patógenos de una especie saltaran a otra, y sin embargo esto era una regla con muchas excepciones. Tal vez su enfermedad tenía su origen en una inoportuna excepción de esa clase.  Y si ése era el caso, ¿qué ocurriría si regresara a la tierra?. Allí era consciente de que los tratamientos que usaban estaban siendo eficaces, señal de que tenían conocimiento previo de la enfermedad, aunque quizás no en humanos, pero sí en alguna de las variantes que afectara a otros aliens. Sin embargo en la tierra no tendrían conocimiento de esa enfermedad. ¿A cuánta gente podría matar antes de que fuera controlada?

Eso me llevó a meditar la utilidad de todo aquello. Por lo que me contó Marta de la organización de su comuna pensé que podría tratarse de algún centro donde se hicieran experimentos sociales. Después de hablar del tema con ella hice algunas indagaciones, y descubrí que cada comuna se organizaba de una forma distinta. Incluso la distribución de especies alienígenas era muy variable de una a otra.


FUGA

Los rumores sobre una guerra resultaron ser ciertos al fin y a la postre.

Ya estaba casi completamente restablecido. Y estaba harto de guardar cama, tanto que me costaba mucho conciliar el sueño. Así que a eso de lo que en la tierra vendrían a ser la 4 de la madrugada me hallaba en estado de duermevela. Y en una de esas que de vez en cuando abrií los ojos noté flashes de luz. De la semiconciencia típica  del duermevela pasé a un estado de mayor atención.

 Y no, no eran imaginaciones. Los flashes se repitieron. Unas veces verdes, otros azules. Y de tanto en tanto fogonazos casi estroboscopicos  se colaban por la ventana de la habitación.

  Así que me quité la sonda del brazo y fuí a mirar. Enseguida comprobé que las luces no provenían del suelo, o de los edificios cercanos. Provenían del cielo. Al desconocer la climatología local barajé un tiempo la hipótesis de que se tratase de algún tipo extraño de tormenta. Pero la idea se difuminó cuando ví un grupo de luces moviéndose a una velocidad enorme, perseguidas por otro grupo de luces con una distribución diferente. Algo parecido a aviones seguramente.

 El grupo de luces perseguidor de repente emitió un haz de rayos. Estos alcanzaron al conjunto que iba delante y lo hicieron desaparecer del cielo en uno de los brillantes fogonazos que le habían sacado del semisueño.

  La iluminación de los disparos me mostró una gran extensión de el paisaje delante mío. Eso  me permitió hacerme una mejor idea de las distancias al poder disponer de un marco de objetos conocidos para comparar. Las naves parecían hallarse bastante lejanas. Eso hacía que la enorme velocidad que había percibido en su movimiento, velocidad angular, se tradujera en una increíble velocidad lineal..

   Eso hizo además que me sintiese impresionado por la fuerza de la explosión. No sabía si esta provenía del arma atacante o de la energía de la nave destruida. Pero presumiendo que ambas fuesen naves de combate ligeras el hecho de que tuviesen tanta potencia de fuego  era impresionante.

  Seguí observando y ví mas naves. Y más explosiones. Afortunadamente la mayoría lejanas. Cuando me acostumbré al espectáculo empecé a reflexionar sobre como afectaba eso a mi situación. Si realmente los arácnidos se iban no sabía que planes tenía para él el individuo que había asesinado a Eva. Recordar a Eva le afectó un poco. Normalmente afrontaba las situaciones de manera perfectamente racional en el momento. Sólo mas adelante llegaban a lo que podría denominarse, por simplicidad, su sistema emocional.

  Y mientras estaba convaleciente había tenido tiempo de sobra para sentir indignación y pena por la arbitraria muerte dispensada a su inesperada amante. Y había reforzado su intención de devolver el golpe. Había hecho algunos planes. Planes que, por cierto, la guerra aérea parecía dejar obsoletos. Era como el dicho aquel. Cuando Dios quería oír un chiste le preguntaba a un mortal que le contara sus planes.

  Una explosión más cercana le sacó de esta línea de pensamiento. Parecía que justo ahora le vencía el cansancio y comenzaba a rendirse a la necesidad de dormir. Muy inoportuno.


            EPÍLOGO

Llegaría a obtener respuestas a esos temas, y esas repuestas cambiaron la concepción sobre mí mismo. Me fugué del recinto tras atentar contra el arácnido homicida, y vagué en compañía de Pilar por un bosque extraño que  alimentaba a sus criaturas con unos frutos sorprendentes, los cuales contenían sustancias magnéticas que llegaban al cerebro de la criatura (en el caso de los humanos se saltaban la barrera que impedía a los gérmenes y a los glóbulos blancos entrar en el tejido neuronal). Las hojas de ese bosque eran sensibles a los campos magnéticos, y los árboles estaban coordinados entre sí, ganando gran sensibilidad. Y todo ello se traducía en una especie de telepatía.

En esos bosques me dejó Pilar, que decidió estudiar una raza humana criada en ese planeta en libertad.

Descubrí que la gravedad del planeta era 3 veces la de la tierra, pero mediante el uso de enormes anillos superconductores instalados en el subsuelo se apantallaba la gravedad, creando zonas afines a la gravedad de los diversos planetas habitados. Cada zona se hallaba rodeada de enormes montañas que actuaban de escudo ante los terribles vientos que la diferencia de gravedad creaba.

Y en esas montañas había entradas al sistema de anillos semiconductores. Descubrí que había allí bibliotecas que acumulaban el conocimiento de millones de años. Fue en ellas dónde se me explicó que desde siempre la raza humana había estado representada en ese mundo. Que diversas especias en ese inmenso lapso de tiempo fueron relevándose en esa labor. Y que aunque la mayoría de humanos eran elegidos al azar había una minoría especial. Los linajes. Desde el principio, humanos destacados fueron llevados allí, y una vez devueltos a la tierra tuvieron hijos, y a esos hijos se les llevaba de nuevo al planeta. Así durante generaciones. Linajes cuyo código genético era apto para tratar con humanos y con aliens, y que necesitaban a ambos para satisfacer la necesidad que sus genes implementaban en su conciencia. Y así descubrió que él pertenecía a uno de esos linajes.

 Y descubrió que Pilar no era lo que parecía. Pertenecía a una organización que habían formado algunos familiares de los linajes. Una organización que conocía las reglas galácticas del juego, una organización que había existido desde casi la Edad Media,  y que únicamente en el siglo XX llegó a tener claro su papel. Una organización que adoptó el nombre de uno de sus miembros más insignes, la organización conocida como proyecto Wells en honor a Herbert George Wells, autor entre otras de “La guerra de los mundos”. Y uno de los visitantes de Morlock, nombre informal con el que se conocía ese planeta-laboratorio en la organización.

Proyecto Wells III


INCIDENTES


Él había recibido una formación con tintes orientales en su niñez, y luego ingresó en occidente. Una cosa que siempre le había sorprendido de la civilización judeo-cristiana es el respeto por la vida. Otras religiones no hacían tanto hincapié en el asunto, el budismo tal vez, pero en las civilizaciones orientales su influencia era reciente y en casi toda la época histórica, dominada por la ética impuesta por otras religiones, la vida humana tenía escaso valor. Posiblemente por motivos prácticos. Por ejemplo en la India la gente de las castas bajas habían tenido históricamente unos índices muy altos de mortalidad. Cuando la muerte era tan frecuente el valor de la vida, sin llegar a negarse del todo, se miraba de otro modo.

  En ese campamento donde casi todas las especies eran en un grado u otro inteligentes le pareció que no existía demasiado respeto por la vida. La verdad es que no existía en absoluto, salvo como una cuestión de mera praxis. La especie gobernante era la de los arácnidos, y según se rumoreaba, sus leyes si penaban el asesinato entre miembros de su misma especie. Pero el resto de habitantes de ese entro de reclusión donde habitaba tenía la misma consideración que los animales de cualquier zoo del siglo XIX.

  Por eso no le sorprendió que, cuando un día uno de los groos (así llamaban a los primates que compartían faena con ellos debido a la recurrencia que un sonido similar tenía en su habla)  fue sorprendido por un depredador que consiguió traspasar el vallado de la finca en que trabajaban, ningún supervisor acudiera en su ayuda. Tuvieron que ocuparse ellos mismos de ahuyentar al animal agresor. Se trataba de una enorme serpiente. No sabía si era una especie oriunda del planeta, proveniente de la tierra, (había observado ya algunos insectos terrestres, así que sabía que a ese planeta no se limitaban a llevar exclusivamente seres humanos) o procedente de algún otro mundo, quizás del de los groos. Ciertamente éstos no se sorprendieron al ver al enorme reptil, así que dedujo que en su planeta también debían de existir. Alcanzó a ver a la víctima, y por primera vez se fijó en un aspecto que resultaría muy importante, pero cuya relevancia no era reconocible de manera obvia. El groo había sufrido heridas al ser arrastrado por la serpiente y sangraba por ellas. Su sangre era rosada. Sin embargo por boca y nariz había expelido una especie de gelatina verde-azulada. Pensó al principio que eso era propio de esa especie, pero le sorprendió y medito sobre ello.

  En todo caso fueron los groos quienes se encargaron de repeler al ofidio, sin apenas ayuda de los humanos. Este suceso, poco a poco y con el paso del tiempo, fue generando un odio que acabó en una pequeña guerra civil. Hubo varias escaramuzas violentas con un saldo de heridos graves bastante considerable. Quince de cada cien individuos de cada especie que componía la comuna sufrieron heridas graves en las tres semanas siguientes. La situación se volvía peligrosa.

 Afortunadamente no todo fueron desgracias. Consiguió permisos, Eva se encargó de ello,  para visitar a Marta dos veces a la semana. Ésta había averiguado mucho más que él y le iba poniendo al día. Sin embargo uno de los hallazgos importantes surgió de casualidad. Ella le contó que también habían sufrido una incursión. Se rumoreaba que esto era infrecuente e  indicaba que los arácnidos se estaban volviendo descuidados en sus quehaceres. Había quien incluso comentaba que estaban en guerra con otra gran civilización y que podrían llegar a abandonar el planeta por un tiempo.


  Pero lo realmente interesante empezó cuando relató las muertes que el atacante había causado. Habían muerto dos humanos, además de cinco aliens, dos primates, (de un tipo distinto al de su comuna) y tres trípedos (Marta pensaba que esos seres no eran naturales y que habían modificado sus cuerpos por motivos religiosos, ya  que no se le ocurría ningún ecosistema que pudiera favorecer a seres con tres patas). Lo que llamaba la atención es que  el color de sus sangres era en todos los casos parecido, diversos tonos entre rojo y rosa, según Pilar, indicativos de que todos tenían una sustancia similar a la hemoglobina. Sin embargo todos, incluidos los humanos, habían arrojado por sus orificios respiratorios una sustancia gelatinosa de tono verde-azulado.

  Ella había intentado coger un trozo para analizarlo, pero había comprobado que era casi imposible. La gelatina se agitaba. Después llegó a la conclusión de que se tenía que tratar de un ser vivo. A él siempre le había intrigado como seres de distinta procedencia podían respirar de igual manera en la misma atmósfera. Esa gelatina parecía ser la solución. Debía tratarse de algún simbionte que se situaba en el sistema respiratorio y filtraba los gases que pudieran ser venenosos para una especie concreta, dejando pasar el que la especie en cuestión usaba para respirar en la proporción correcta, probablemente oxígeno si l hipótesis de Marta sobre la presencia de hemoglobina en sangre era correcta. La existencia de tal simbionte tenía un inconveniente, no obstante. La evolución tardaría mucho en crear un ser así., quizá miles de años. O puede que fuera un ser artificial, ésa era otra opción.

  Ella le informó asimismo de que su comuna se gobernaba mediante un régimen democrático, aunque un tipo peculiar de democracia. El sistema seguía las siguientes pautas: los votantes debían hacer un examen antes de decidir sobre el tema discutido, obteniendo así una puntuación. Su voto contaba en función del resultado del examen. Además podían dar votos negativos, es decir, votar en contra de alguna de las propuestas, y no sólo a favor. Si había un punto negativo y otro positivo ambos se anulaban, por cuestiones de aritmética elemental. Ella parecía muy sorprendida, y sin embargo la idea no era nueva, pues según él tenía entendido, varias veces en la tierra se había intentado instaurar de manera experimental el voto negativo, aunque al final siempre se había descartado la idea. En su opinión los sistemas políticos de la tierra estaban estancados. Le alegró saber que allí se estaban usando ideas distintas, al parecer, y según ella le contaba, con notable éxito.

                                   HOSTILIDAD

  Esas visitas a Marta le estaban distanciando de Eva, aunque ésta, sin embargo, seguía siendo su amante. Había amanecido un día estupendo. Además se daba la afortunada circunstancia de que su horario de sueño concluía con el amanecer, algo poco común.

 En el descanso para el almuerzo estaba tonteando con Eva, cuando en ese preciso momento su supervisor arácnido llegó al campo de trabajo y los vio. Se quedó un largo rato mirándolos, tanto que empezaron a sentirse incómodos. Sin embargo pasó de largo. Por desgracia algo más tarde estalló una reyerta en el comedor y Eva se vio envuelta en ella. El arácnido, para sorpresa de todos, arremetió contra los combatientes con una violencia atroz. Su enorme tamaño y sus patas acabadas en punta lo convertían en un ser físicamente muy superior a cualquier homínido y destripó a tres humanos y dos groos en medio minuto. Ante esto los ánimos se calmaron, y ambos bandos quedaron calmados y en silencio.

 Y entonces el ser habló, primero en francés y luego en una lengua groo. Era la primera vez que esto sucedía. La comunicación solía hacerse a través de lenguaje escrito (los arácnidos parecían conocer la escritura de todos sus cautivos), sin embargo ahora emitía sonidos, probablemente a través de algún dispositivo tecnológico, aunque no  visible. En todo caso lo peor  fue el mensaje. Anunciaba que no permitiría más luchas internas. Que cualquier disputa se saldaría con la muerte de los que intervinieran en ella. Cuando terminó el discursó se dirigió a la salida, cruzándose con Eva en su camino, y de repente, sin dudarlo un segundo, la decapitó con una de sus patas. Acto seguido me miró. Giró lentamente su cabeza hacia mí, algo totalmente innecesario para un ser con visión ominidireccional, como dando a entender  que había sido algo personal. No la razón, pero sí que había sido algo personal.

            Yo no era una persona muy sentimental, sin embargo que mataran a la persona que se acostaba conmigo no me hacía ninguna gracia, por decirlo de alguna manera. Incluso en ese ambiente donde la vida humana no valía nada. Imaginaba, dado el nivel que había alcanzado su civilización, de que los arácnidos eran más inteligentes que los humanos. Y era consciente de que ese arácnido en cuestión estaba al mando de un campamento dónde yo no era nadie. Él podía usar la tecnología de su especie, infinitamente superior a la nuestra, según había podido observar en las escasas visitas a la zona común. Aún así yo tenía algo que él no. Tiempo para planear mi venganza. Ya veríamos si encontraba el modo de hacerle pagar por su crimen. Eso sentí en ese momento.

En los días que siguieron medité si realmente me compensaba arriesgarme a intentar esa venganza. Como no había sistema judicial que pudiera estar de mi parte parecía que el único modo de hacer justicia era matar al arácnido. Yo nunca había matado nada más grande que una cucaracha, y pese a no tener ninguna moral definida respecto al asesinato, de alguna manera, en parte innata, incluso el liquidar a un insecto común de la tierra me daba reparo.  Matar un ser autoconsciente resultaba difícil de asimilar.

Pero al mismo tiempo sentía que en ese mundo, y con sus reglas no escritas, vengar la muerte de un ser querido estaba legitimado. A falta de nada establecido debía confiar en las matemáticas. Y se le vino en mente la teoría de juegos. Los psicólogos conductistas habían llegado a similar conclusión sin usar matemáticas. Si permitía que esa conducta quedara impune, estaba invitando a  la criatura a repetirla. Y su próxima víctima podría ser Marta, que representaba mi único vínculo con el mundo que conocía.


Proyecto Wells II


ZOOPOLIS

  Como cualquiera de su generación había visto en cine y televisión varias escenas de convivencia entre diversas especies extraterrestres. Sin embargo la realidad difería bastante de lo que había visto.

 En realidad lo que estaba viendo le recordaba a una experiencia suya vivida en un parque de animales, criados en cautividad y acostumbrados al trato cercano con humanos. La idea era prepararlos para rodar escenas para cine y televisión. Había tenido que hacer la web del parque en su época de informático y había podido tratar con ellos: tocar  las garras de un oso a través de una alambrada, o meter el dedo entre sus dientes sin que le pasara nada, ver cómo un lobo se acercaba a él para que le rascara al igual que  leones y otros.

Claro que no todo era tan bonito. Las jaulas de los jaguares y los tigres estaban al lado una de otra. Recordaba vagamente estar mirando a un jaguar que se hallaba placidamente tumbado y desviar un instante la mirada para observar a los tigres, cuando su visión periférica notó un raudo movimiento. Era el jaguar que se hallaba sujeto a la malla metálica de la jaula por sus cuatro patas. Si no hubiera existido esa barrera el salto habría terminado encima suyo, y pese a sus buenos reflejos no habría podido reaccionar. Fue un recordatorio de la veloz naturaleza de los animales salvajes.

Ese parque se llamaba zoopolis, y en cierto modo el sitio donde estaba se lo recordaba una y otra vez, aunque había muchas diferencias.

            Empezó curioseando la vestimenta. Casi todos los seres que tenía a la vista iban ataviados con algún tipo de indumentaria. Y decía casi porque en algunos de ellos era difícil distinguirlo.  Se trataba de aquellos cuerpos cuyo aspecto exterior recordaba algo al caparazón de los insectos. Lo que se podría pensar que era su ropaje estaba formado de sustancias con un aspecto muy similar al plástico, y era difícil establecer dónde acababa lo natural y en qué punto se reemplazaba por lo artificial.

  Otro aspecto que no se asemejaba a nada que hubiera visto en la T.V. era la actividad que se estaba desarrollando. Se hallaba ante lo que parecía un campamento militar, más concretamente un campo de concentración. Las estructuras jerárquicas saltaban a la vista.

 Al mando se alzaban unos enormes seres que le recordaban arañas semierguidas. Cuatro pares de finas patas blancas a cada lado, de tamaño y grosor creciente según se acercaban a la cabeza, al modo también de las arañas terrestres. Pero sus rasgos más destacados eran las mandíbulas. Además del clásico par de aguijones de orientación horizontal propio de los arácnidos, los cuales servían para inyectar veneno, estos seres contaban con un juego de apéndices que claramente estaban adaptados para la  manipulación de herramientas.  También eran peculiares sus ojos. Tenían ojos facetados, como las moscas terrestres. En estas ese sistema le permitía una visión en 360º o alrededor. Imaginaba que en estos arácnidos su labor fuera la misma.

  Su vista pasaba de una maravilla a otra, a la vez que su mente intentaba analizar detalles, pero ese irrepetible momento terminó bruscamente. De la esquina de la casa en la que se hallaba volvió Eva y le instó a acompañarla, tirando insistentemente de su mano para ayudarle a salir de sus ensoñaciones.

  La siguió y doblaron la esquina por la que ella había llegado.  Se halló en una especie de callejuela bastante angosta, apenas transitada. La siguieron rápidamente y conforme avanzaban por ella cada vez se veían menos aliens. O para ser precisos todos los que veían empezaban a ser muy similares entre sí.  Hizo entonces, por primera vez, la hipótesis de que dónde quiera que se hallase el sitio estaba organizado como un zoo y él se estaba dirigiendo a la zona de bípedos.

                                   RUTINA

  Habían pasado varias semanas, no sabría decir cuantas exactamente porque el periodo de rotación de ese planeta era distinto al de la tierra- duraba unas 30 horas- y eso le confundía muchísimo. Además no tenía un satélite sino tres, todos más pequeños que la luna terrestre, por lo cual no tenía ninguna referencia para calcular la duración de un mes. En realidad bien pensado era una estupidez. Incluso si hubiera una sola luna nada la obligaba a tener una órbita de 30 días, pero la costumbre es una fuerza poderosa y se entretuvo con ese absurdo razonamiento una semana.

  En lo que no hubo dudas fue en su destino inmediato, pues enseguida entendió cuál era su papel allí: trabajar en ocupaciones pueriles durante casi todo el día. El resto del tiempo lo pasaba con Eva. Esa era la única parte interesante. Por algún motivo que aún no tenía muy claro se había encaprichado de él y se habían hecho amantes. No es que la chica le entusiasmara. Era nativa del planeta y como todos los nativos carecía de una educación decente. En realidad carecía casi de educación. Lo único que sabía lo había aprendido de otros como él que eran llevados a ese planeta durante un tiempo y luego devueltos a la tierra.  O al menos eso era lo que se les decía cuando eran llevados fuera del planeta. No tenía forma de saber si eso era cierto o no.

   Sin embargo Eva era lo único que le mantenía alejado de una depresión profunda. De estar rodeado de universitarios discutiendo de matemática e incluso hacer sus pinitos en la investigación,  había pasado a estar rodeado de analfabetos haciendo labores propias de un jardinero. No es que no le pareciera respetable la figura y la labor de cualquier jardinero, pero eso no era lo suyo.

Es cierto, estaba en un planeta alien, pero en su campo de trabajo aparte de humanos nativos sólo había una especie primate, de aspecto similar a los babuinos terrestres, cuyo grado de cultura no iba mucho más allá de la del austrolopitecus afariensis.           Se los utilizaba para manejar las mismas herramientas que los humanos. Pero no eran nada interesante como compañía. Vestían atavíos toscos,  hechos con sencillas y vulgares telas. Y sospechaba que habían adoptado esa costumbre en ese lugar. Tenía la impresión de que en su planeta de origen iban desnudos. Por desgracia su lenguaje era demasiado rudimentario para poder tratar esos temas. O eso le habían comentado los humanos que estaban con él en la misma comuna. Lo que estaba muy claro es que él no conseguía sacar nada en claro de su sistema de gruñidos, y bastante mal lo pasó intentando interpretar su lenguaje corporal.

 Y sí, el jardín era alienígena, y muchos de  los insectos que pululaban por él eran distintos a ninguno que hubiera visto. Pero él no era biólogo y en cualquier caso, tampoco le dejaban muchos momentos para estudiar el entorno. Simplemente  pudo ver que se hallaba en una amplia finca vallada, sita en las afueras de la ciudad  (o tal vez sería más correcto llamarlo campamento base). Aproximadamente en el centro de dicha finca se hallaban unas construcciones sencillas, y en ellas estaban el comedor, la cocina, algunos cuartos para herramientas y unas habitaciones con varias camas cada una, de cinco, ocho, o dos personas, donde en ocasiones les tocaba dormir.

  Le hubiera gustado tratar más con las especies que había visto el día de su llegada, pero a su zona sólo llegaban de vez en cuando algunos visitantes ocasionales. El único extraterrestre asiduo era uno de los arácnidos que según entendió era el supervisor del centro. Pero no podía entablar conversación con él.

  Pese a la compañía de Eva la desesperación empezaba a hacer mella en su ánimo. Sin embargo ese día se encontró con un cambio en la rutina habitual. Les llevaron a comer a un pabellón del centro del campamento. Allí había más variedad de especies, pero aún  más importante, también más humanos, y para su sorpresa se dió cuenta de que entre ellos había una humana de su misma ciudad, pudo reconocerla por la vestimenta, muy diferente a la de los humanos residentes.  Se llamaba Marta Alcaide, un irónico apellido para alguien que estaba recluido en una prisión- pensó en ese momento. Se trataba de una chica que había estudiado biología en su misma universidad. Sin pensárselo dos veces se acercó a ella y la chica le comentó que   acababa de llegar. Se la veía tan aturdida como lo había estado él la primera semana. Pero apenas tuvo tiempo para hablar con ella, apenas el tiempo suficiente para que ella le informara de que estaba asignada a trabajar en ese pabellón. Acordaron que intentarían volver a verse y averiguar todo lo posible sobre por qué estaban allí.


Proyecto Wells I



Un relato antiguo,  escrito antes de  "guerras ajenas" y "el barrio viejo",  y que narra hechos que estarían relacionados con ambos, pero situados en un tiempo anterior, digamos alrededor de principios de este siglo.

CARRETERAS SECUNDARIAS

Llevaba toda la tarde con ese coche y aún no había conseguido sentirse cómodo conduciéndolo. No tanto porque fuera un mal coche, que lo era,  sino  por el hecho de no ser el suyo.

            No le gustaba pedir nada prestado, pero su coche se había averiado y le urgía pasarse a recoger sus apuntes de geometría diferencial Riemaniana. No le preocupaba  la teoría, la cual venía en cualquiera de sus muchos libros, sino los ejercicios resueltos. Una vez aprobada la asignatura los había llevado al chalet, junto con el resto de apuntes de ese año. Sin embargo en la academia habían decidido ampliar el abanico de asignaturas y a él le había tocado lidiar con la geometría de 4º. También le habían asignado la topología algebraica pero para esa no necesitaba nada. Podía hacer cualquier ejercicio con los ojos cerrados y recitando a Shakespeare, si es que tan extraño requerimiento surgiera.

            Volvió a concentrarse en la carretera. Era una vía secundaria, estrecha y poco transitada. A esas horas de la noche podrían pasar fácilmente 6 ó 7 minutos sin cruzarse con ningún otro vehículo. La tupida arboleda a los costados le confería un aire siniestro, casi como si se hallase en alguna novela de Stephen King.

            Llevaba unos minutos oyendo un ruidito extraño que parecía ir en crescendo. Temiendo que el trasto que conducía siguiera el mismo triste final que el suyo propio, se detuvo en el arcén a dejarle reposar un rato. No es algo que tuviera mucha lógica, pero por algún motivo ignoto, si esa artimaña funcionaba con su coche, ¿por qué no en éste?

            Se agachó a buscar una cinta para poner en el vetusto radiocasete.  En el móvil llevaba algunos mp3, pero la mayoría de música clásica grabada de radio 2 no la tenía convertida a ese formato así que le tocaba tirar de material analógico. Cuando volvió a mirar la calzada vio unas luces acercándose. Al principio pensó que era un camión, pero estaban demasiado altas. Y tampoco parecía un helicóptero. Empezó a sentirse algo incómodo. Nunca había creído en visitantes extraterrestres, pero empezaba a sentirse más como el protagonista de un episodio de expediente-x que en un libro de S.K.

           
                                   C´EST LA VIE

--Comme tita pell?,Comme tita pell?
--¿Qué?, deja de zarandearme, ¿quien eres tú?
Según salía del profundo sueño se iba dando cuenta de que ella no le entendía. Aunque extrañado se dio cuenta de que le estaba preguntando en francés cuál era su nombre.
--Neila, je me apelle Carlos Neila  --respondió en esa lengua.

--Benvenú Carlús Neilá, je sui Eva.
--Achanté Eva, pardon moi, mon francaise se tré mouvaise –Y por cierto que así era, en sus mejores días su francés había sido discreto, ahora daba pena. Simplemente le servía para entenderse. A ver si conseguía preguntar dónde estaba.

--Ou sommes nous?
--Excusé moi, ill nya pas du temp, nous dobons partiz maintenant au travaillé.

--¿A trabajar? ¿En qué? ¿Dónde?- gritó. Pero ella ya no le hacía caso. Salió por la puerta de lo que parecía una habitación de un hospital. Pensó hacer caso omiso a la urgencia que ella le había transmitido y dedicar un rato a estudiar la estancia dónde se hallaba pero un sonido inesperado le disuadió. Lo que oyó parecía el rugir de un gran felino, aunque resultaba demasiado complejo. Si el sistema vocal de los leones evolucionara hasta ser capaz de elaborar un lenguaje tan rico en matices como el habla humana, pensó que sonaría de esa manera.

            Por tanto abrió la puerta y salió al exterior, consciente vagamente de que aún vestía la misma ropa que llevaba cuando se había detenido en la carretera. Comrprobó que también tenía a su lado las perttenecias que llevaba consigo en el coche, apuntes libros y demás.. Pero rápidamente abandonó las incógnitas que ese hecho sugería. Se olvidó de todo y por  largo tiempo sólo pudo mirar con asombro lo que le rodeaba. ¡Estaba viendo alienígenas!