Tras
subir a la habitación del motel, acomodarme y descansar unas horas,
con su sueñecito incluido, me preparé para el siguiente paso de mi
plan. La idea era azuzar un poco a los repartidores locales de droga
a ver si revolviendo el río pescaba algo.
Cerré por dentro la puerta del motel y salí volando por la ventana, con el modo de invisibilidad activado. Antes de alejarme usé mis habilidades de telekinesis para dejar la ventana convenientemente cerrada por dentro. El objetivo era dar la impresión de que López Martín había pasado la noche en la habitación, durmiendo plácidamente. Volé hacia la terraza de un edificio cercano, el más alto de los alrededores. Dejé la bolsa con el equipo en el suelo y conecté el GPS del móvil. Mientras esperaba a que localizara la posición dediqué un momento a mirar desde el borde de la cornisa para disfrutar del espectáculo de la iluminación nocturna de la ciudad. Marsella no era una ciudad especialmente turística, pero aún así era una vista agradable.
El hostal estaba en la zona centro y se veía actividad en las calles de abajo. Seguramente la mayoría eran turistas y gente de paso pues los marselleses, como el resto de europeos, no eran gente tan nocturna como los españoles. Para atender los deseos legales, y en especial los no tan legales, de esos turistas habría una industria del ocio y una delincuencia organizada local.
Había consultado por Internet cuales eran los sitios dónde era más
probable hallar indicios de actividades ilícitas. No había sido
sencillo ya que mi conocimiento del francés no era tan bueno como me
hubiese gustado. Aún así localicé la zona de prostitutas con la
idea de que dónde hay prostitutas hay mafias que las controlan, y
que esas mafias estarían involucradas en el tráfico de drogas.
Realmente no tenía claro si esa vinculación sería como la solían
pintar, pero por algún sitio debía empezar.
Tras que el GPS me indicara dónde estaba y me trazara la ruta hacía el destino que le había indicado cogí la bolsa del equipo y volé despacio hacía allí. Mientras volaba pensé un poco en la naturaleza de mis poderes. En los cómics estos suelen adquirirse mediante algún extraño experimento científico, o por nacimiento, si uno es un mutante.
En
mi caso no había sucedido de ese modo en absoluto. La primera vez
que tomé conciencia de ellos fue en un accidente de coche. Estaba
conduciendo por una carretera en obras, de noche, con niebla. El
trazado de la carretera seguía el curso de un rió. El asfalto
estaba resbaladizo y en un momento dado perdí el control del coche,
me salí de la carretera en una zona dónde por algún motivo no
había guarda-miedos lateral y tras golpear de refilón una
carretilla del equipo de obras me precipité en las frías aguas del
río en las cuales el coche se hundió rápidamente.
En
el golpe se había roto una ventanilla y el agua inundaba el interior
del coche con rapidez. Tras deshacerme del cinturón de seguridad
intenté abrir la puerta pero por algún motivo la cerradura estaba
atascada. Recuerdo que no me puse demasiado nervioso y me planteé
salir por la ventanilla rota. Me lo pensé mejor y abrí la
ventanilla de mi lado, para salir por ella; de ese modo evitaría el
riego de cortarme con los cristales. Conseguí hacerlo y pude salir
sin grandes problemas. Por supuesto el mayor inconveniente era el
frío. A esa temperatura el riego de entrar en hipotermia si no
conseguía salir rápido del agua era enorme. Nadé hacia arriba con
todas mis fuerzas. No sabía a que profanidad podría estar, pero no
me constaba que ese rió fuese demasiado profundo.
Posiblemente
todo hubiera ido bien de no ser por el hielo. En la zona dónde había
caído la superficie del agua no estaba congelada, pero aparentemente
la corriente había arrastrado el coche hasta una zona dónde si
había hielo en la superficie. Note su presencia al chocar contra él
ya que la visibilidad de noche en el agua no permitía distinguirlo.
En la conmoción del impacto me faltó poco para abrir la boca y
tragar agua, pero no lo hice. En todo caso me asusté bastante ya que
me quedaba poco aire en los pulmones y empezaba a notar el efecto del
frío.
Conseguí
calmarme lo bastante para darme cuenta de que lo mejor era ir
corriente arriba ya que allí era dónde debía estar la zona sin
hielo dónde había caído el coche. Cerca de la superficie de hielo
no se notaba el movimiento del agua y no podía distinguir cuál era
la dirección de la corriente. Recordando lo que sabía de dinámica
de fluidos pensé que tal vez eso se debiera al hecho de que las
corrientes de agua siempre están inmóviles en la vecindad de una
superficie sólida así que me sumergí un poco. Pude notar que en
efecto se distinguía la dirección de la corriente y nadé contra
ella. Cuando fui consciente de que no podría contener mucho mas la
respiración ascendí a ver si había llegado a la zona libre de
hielo, pero no hubo suerte.
Siendo consciente de que no podría descender de nuevo para avanzar
un poco más probé a ver si había suerte y el hielo era lo bastante
frágil en esa zona para poder romperlo. Decidí que lo mejor era
intentar romperlo de una patada. La pierna golea con tres veces la
fuerza del puño, y además el zapato es mas duro que el puño. Me
coloqué para dar la mejor patada posible y golpeé con todas mis
fuerzas, pero nada. Peor aún, el retroceso de la patada me había
hundido un poco hacia el fondo y cuando subí de nuevo no estaba
seguro de si golpeaba en la misma zona que antes o no. Sea como sea
repetí la patada. Y luego otra, y otra, y otra más. Perdí la
cuenta de cuantas patadas había dado cuando me dí cuenta de un
hecho asombroso ¡estaba respirando en el agua!
En
algún momento, durante mi frenético en infructuoso patear a la capa
de hielo abierto la boca e inhalado agua. En vez de ahogarme, como
debiera haber pasado, de algún modo mis pulmones conseguían extraer
oxígeno del agua helada. Y esa era otra, claro, notaba la gelidez
del agua en mi piel y en mis pulmones pero no me estaba congelando.
Dejé de lado mi asombro y usé esos inesperados dones para seguir
con mi objetivo de salir de la capa de hielo. Resultó que este se
hallaba a escasos metros de donde había desistido de seguir
avanzando y me había dedicado la inútil tarea de patear el hielo.
Además me hallaba cerca de la orilla y al no ser escarpada era fácil
salir del río.
Calculé
que si me hubiera esforzado un poco más mi reserva de aire me habría
permitido salir ileso del accidente por mis propios medios. En
realidad, analizando la situación una y otra vez creo que mis
decisiones habían sido razonables y que era solamente mala suerte no
haber nadado unos metros más. En todo caso no lo había hecho y la
recompensa por mi pequeño error no había sido la muerte sino
descubrir que podía hacer cosas extraordinarias.
Tras eso había ido descubriendo poco a poco todo lo que podía hacer. Y la verdad, podía hacer muchas, muchas cosas. También había intentado analizar como las hacía. Y de dónde podían surgir esas habilidades. Conocimientos de ciencia no le faltaban y medios…bien, teniendo esos poderes uno podía conseguir medios. Aún así era poco lo que había sacado en claro. También se había planteado si habría más gente como él, y en ese caso dónde estaban y a que dedicaban sus habilidades. En todos los largos años desde el accidente no había habido indicios de nadie más con superpoderes, hasta que había aparecido supervaquero. Definitivamente en algún momento debía investigarle y ver si había relación entre el origen de los poderes de ambos.
Pero no ahora, claro. Mientras recordaba todo esto había llegado a la zona de prostitución. Aterricé en una terraza que le pareció especialmente discreta y saqué el equipo de la bolsa. Se trataba de un sistema “man in the midle” para la red de telefonía móvil. Mi idea era asustar un poco a algunos vendedores locales para que llamaran a sus jefes. Luego rastrearía las llamadas y obtendría la ubicación de los gerifaltes y pasaría a visitarles. Realmente no estaba muy seguro de si la estrategia funcionaría, pero era cuestión de probar. Si fallaba siempre podría recurrir a medios más expeditivos.
Tras prepararlo todo descendí al suelo, busqué una zona no transitada y mal iluminada y desactivé el modo de invisibilidad. Ahora ya no era López, claro está. Su apariencia era la de un tipo joven, ni muy alto ni muy bajo, ni muy feo ni muy guapo. Vestía ropa normal, ni muy barata ni muy cara. Un pantalón negro cómodo, camisa, jersey, y un abrigo bastante normal. Lo único extraordinario de su vestimenta era un chaleco especialmente diseñado para proteger de ataques con cuchillo y una pequeña pistola que había conseguido pasar por los detectores del aeropuerto a base de algunos truquillos de sus superpoderes.
El
chaleco lo había comprado en el mundial de Sudáfrica. Por supuesto
no le hacia ninguna falta, pero si en alguna reyerta era atacado el
chaleco le evitaba dar explicaciones de porque el cuchillo no le
había hecho ningún daño. El propósito de la pistola, para la cuál
llevaba una licencia falsa, era para, si llegaba a ser necesario,
intimidar a quien correspondiese para hacerle cometer errores.
Dí unas cuantas vueltas por la zona esquivando las insinuaciones de las prostitutas y fijándome en cualquiera que pudiese tener INTA de vendedor. Dio vueltas y vueltas, yendo por las calles mas oscuras que encontraba y que estuvieran transitadas por los viandantes con peor apariencia posible. En un momento dado se perdió y saqué el móvil para consultar el mapa del GPS. Mientras miraba vi que se me acercaban un par de tipos que parecían sacados del programa de TV “callejeros”. Hice como que no los veía y procuré que mi flamante Iphone ultimo modelo quedara bien visible. Realmente no me gustaban los Iphone, pero estaban considerados un teléfono de lujo y eso podía servir de cebo bien para que intentaran robarme, bien para que viesen que tenía dinero y podría comprar droga. Cuando era imposible simular que no les veía alcé la vista hacia los tipos que se dirigían hacia mí, a ver de cuál de los dos grupos eran. No tuve que esperar mucho hasta que el cuchillo que sacó uno de ellos del bolsillo me diese la respuesta.
El acento de sus asaltantes era tan chabacano que apenas conseguí distinguir que le decían “dame el teléfono y todo lo que tengas, rápido”, o algo similar es lo que creí entender. Alzando las manos, en posición defensiva, y sin dejar que se me acercaran completamente, intenté decirles, en mi algo torpe francés, que no era buena idea que me robaran, que buscaba droga y que seguro que si me la vendían podían conseguir dinero sin necesidad de robarme. Se miraron entre ellos con cara de sorpresa, y luego me miraron con gesto de pena, como queriendo indicarme lo patético que resultaba. Por desgracia su pena no era tanta como para hacerles desistir de su propósito y el que llevaba el cuchillo hizo un gesto agresivo para apremiarme a darles lo que pedían.
Viendo que no me quedaba más opción que ceder o defenderme opté por lo último. Decidí intentar resolver la situación sin superpoderes, tirando de la protección del chaleco y de mis conocimientos de artes marciales, a ver hasta dónde podía ir con eso. Adopté una guardia cerrada, agarrando el móvil con la mano izquierda con el propósito de usarlo como escudo frente al cuchillo. El tipo que lo llevaba no lo pensó dos veces e intentó darme un golpe rápido de estocada. Lo evité saliendo en diagonal hacia el exterior de su mano e intenté, sin éxito, conectarle un jab de dedos a sus ojos. Él cambió la estocada en un movimiento circular hacia fuera para intentar cortarme con el filo que falló por escasos centímetros.
Rápidamente
cambié él el móvil a mi mano derecha, que ahora era la que estaba
mas cerca de su cuchillo y esperé un instante su siguiente acción.
Entretanto su compañero había sacado a su vez una navaja y pasando
por detrás de su compañero intento colocarse para evitar que
intentara salir corriendo. Antes de verme encerrado entre ambos opté
por atacar yo.
Amagué
una patada a la rodilla de mi primer atacante. El bajó el cuchillo
buscando mi pierna y tras frenar mi ataque salí hacia la posición
anterior, enfrente de él, cubriendo el ángulo de ataque con el
móvil, de nuevo en mi mano izquierda. De eso modo evité que me
atacaran ambos a la vez, pero seguía en una situación delicada. Por
supuesto de no haber tenido superpoderes en ese momento me habría
girado y habría intentado salir corriendo, o intentar abrir hueco y
poder sacar la pistola.
Pero
claro, tenía superpoderes así que seguí jugando. El tipo del
cuchillo avanzó un paso e intentó darme un tajo lateral hacia el
costado derecho, un ataque en ángulo 3 según la numeración de la
escuela escrima filipina de René Latosa de la que yo era un experto
practicante. Defendí el golpe con el móvil. El filo del cuchillo
resbaló contra la superficie del mismo y cortó un poco la tela de
la manga izquierda del abrigo. Mientras con mi mano derecha pude
agarrar la muñeca de mi agresor. Aparté su brazo y le dí un fuerte
golpe en el codo con mi mano izquierda. Esto soltó un poco su agarre
del cuchillo, acto que aproveché para agarrar su antebrazo con las
dos manos. Luego solté la mano derecha y le desarmé empujando la
parte plana del cuchillo con ella.
Y ahí se acabó la parte de artes marciales. El compañero del delincuente al que había desarmado había aprovechado el tiempo en que ocupé en su amigo para ponerse detrás de mí y lanzarme una puñalada a la espalda. El chaleco evitó que la navaja se clavase en mis riñones, pero aún así fue un golpe muy doloroso. De no haber tenido el chaleco una persona normal ya estará acabada. Pero por algo llevaba el chaleco claro. El tipo ese no había contado con ese factor y me había atacado sin agarrar bien la navaja. Como resultado su mano había resbalado y se había cortado con su propia arma, dejándola caer al suelo con un tintine metálico que es lo que me sirvió para darme cuenta de lo ocurrido.
Realmente
era un error de principiante y alguien que se dedicaba a la
delincuencia no debería haber caído en él. Vale que casi nadie
llevaba un chaleco anticuchillo, pero su puñalada podría haber
golpeado en algún hueso y el resultado habría sido el mismo. Aún
así mi situación se deterioraba por momentos. El tipo al que había
desarmado había aprovechado el ataque de su amigo para soltarse de
mi agarre y lanzo un puñetazo circular a mi cara que no pude
esquivar del todo y me tuve que limitar a dejarlo rodar. En esto su
compañero intento agarrarme por el cuello. Pese a estar algo
aturdido conseguí zafarme y aparté a su amigo de una patada frontal
para impedir que me diese otro puñetazo. Tras esto me giré hacia el
que había intentado agarrarme acompañando mi giro de un golpe de
codo. Él logró esquivar el golpe, pero no la lluvia de puñetazos
rectos que le lancé a continuación. Rematé los golpes de puño con
un rodillazo a sus partes blandas y un codazo a la sien que le dejó
sin conocimiento.
En ese momento parecía que, después de todo, iba a salir bien parado del embrollo solo con mis habilidades de artista marcial. Pero no. Oí un disparo que acompañó un fuerte impacto contra mi cabeza. El impacto era la bala de un revolver que portaba un tercer individuo. Dado que la bala viaja más rápida que el sonido nunca habría oído el disparo de no ser porque mi poderes automáticamente se habían activado al notar la bala acercarse impidiendo que me matase.
Era
una pequeña decepción no haber podido resolver el asunto sin
superpoderes, en especial cuando parecía que casi lo había logrado,
pero, por otro lado, era una demostración clara de que los
superhéroes sin poderes, que tiran de entrenamiento y gadgets, sólo
existen en los cómics. Bueno, realmente si hubiese pretendido ser un
supehéroe de ese estilo habría llevado chaleco antibalas, y algún
tipo de casco blindado, pero igualmente, poco tiempo podría
sobrevivir.
Mientras reflexionaba sobre eso el tipo de la pistola había efectuado mas disparos, tan inútiles como el primero, y en su cara se dibujaba una expresión mezcla de sorpresa y miedo. El otro tipo había recogido su cuchillo del suelo y me miraba indeciso. Como quiera que los disparos enseguida atraerían a más gente, y no quería verme involucrado en el asunto opté por cortar por lo sano. De repente, sin necesidad de moverme, mediante algo que podría considerarse similar a la telepatía hice que ambos hombres cayeran al suelo desmayados. Trasteé en sus cabezas, y la de su amigo al que había noqueado antes, borrando su memoria inmediata. Cuando despertaran no recordarían nada de lo que había sucedido en las últimas 24 horas de su vida.
Tras eso me volví invisible y salí volando hacia el edificio dónde había dejado el equipo de espionaje telefónico. Lo recogí y volé hacía dónde había abatido a los tres delincuentes. Para entonces había llegado la gendarmería y estaba procediendo a detenerlos. Observé todo el proceso sentado en el tejado de uno de los edificios cercanos, totalmente invisible para los que estaban abajo. Mi sentido ampliado del oído me permitió escuchar lo que se decía, pero no logré entender todo lo que se hablaba y de lo que entendí no obtuve ninguna información útil. La noche había sido tan poco afortunada como el día así que me volví al hotel.
Cuando llegué, antes de irme a dormir, consulté las noticias, a ver si había algo nuevo de supervaquero. Y sí, había novedades, muchas. Para empezar resulta que “estrella solitaria”, alias el supervaquero, no estaba solo. En una poco afortunada intervención militar, que había arrasado un barrio entero, el gobierno de Obama había intentado detenerlo. Cuando estaban cerca de su objetivo salieron en apoyo de estrellita un grupo entero de superhumanos que se dieron a conocer como “the confederates”. Claro, está, semejante nombre, en clara alusión a los estados confederados del sur que se habían opuesto a los Yankees antiesclavistas norteños en la guerra civil americana, era toda una provocación en una nación gobernada por primera vez en su historia por un presidente de color. Le hubiera gustado indagar más, pero necesitaba dormir. Confiaba en que mientras dormía las cosas no se salieran de madre y que al despertar no se hubiera iniciado la tercera guerra mundial.
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