Intuyó que algo iba
mal casi nada mas pisar el suelo. No podía precisar que era, lo cuál hubiese
estado bien pues así hubiera tenido una referencia de a que prestar más
atención, así que simplemente le sirvió para incrementar su estado de alerta,
si es que tal cosa era posible. En esa zona de arboleda no veía prácticamente
nada, salvo cuando algún relámpago iluminaba el cielo nocturno. Para colmo de
males el fuerte ruido de la copiosa lluvia ahogaba cualquier otro sonido. Sabiendo
que el tigre, como muchos felinos, posiblemente todos, tenía una excelente
visión nocturna decidió ir a la zona de la carretera, iluminada por las
farolas. No estaba seguro de que fuese
la decisión mas acertada pues si el animal seguía rondando por la zona la
arboleda podría haberle mantenido oculto de su vista y ahora se estaba
exponiendo. Por otro lado igualmente podrían verle las posibles patrullas de
caza. Posiblemente su suerte dependería de quien le viese antes, aunque si
tuviera que elegir preferiría que no le viese nadie.
Mientras caminaba
repasó por enésima lo que sabía sobre defensa contra animales. No era mucho y
provenía de fuentes dispersas. Su principal fuente era un artículo que apareció
en una revista de artes marciales sobre defensa contra perros. La principal
táctica que sugerían era enrollarse en
un brazo algo lo bastante fuerte para contener la mordedura del animal y
ofrecer dicho brazo al ataque. Mientras el animal sujetaba el brazo en su
mandíbula se debía aprovechar para golpearle. La zona más sensible de esos
animales era su nariz. Esto se debía a que para disponer de un gran olfato,
aparte de receptores químicos en glándulas diversas, tenían un gran número de
terminaciones nerviosas en la zona. Por ese motivo al golpearles en la nariz se
obtenía un efecto similar, o mayor, que el de una persona golpeada en sus
genitales.
Por desgracia esa táctica no era aplicable contra el tigre. Por un
lado su boca era mucho mayor que la de cualquier perro y no podías bloquear
todo el ángulo de mordedura con un brazo. Peor aún, incluso si se pudiera hacer
no serviría de mucho, la fuerza del mordisco, combinado con el tamaño de los
dientes, podría atravesar casi cualquier cosa que uno pudiera ponerse en el
brazo, salvo alguna pieza de armadura metálica, a ser preferible de adamantiun, o algún otro material imaginario casi indestructible. Había, sin duda, otras
pegas a esa táctica, el animal podría usar el mordisco como presa para tirar
del brazo y arrancarlo del hombro. O simplemente podría usarlo como sujeción
para mantener a la presa fija mientras usaba las zarpas para desgarrarlo.
Algo le saco de su
meditación. Le había parecido oír un rugido, pero el infortunio quiso que en
ese mismo instante el estampido de un trueno acallara cualquier otro ruido.
Miró a la zona de dónde le había parecido que provenía el aviso pero no vio
nada. Giró sobre si mismo en una vuelta de 360 grados, pero igualmente no pudo
descubrir ninguna pista. Acelero aún mas el paso y siguió buscando algún indicio que le indicara como enfrentarse al bicho.
En los documentales sobre
prehistoria explicaban que los antiguos humanos usaban principalmente lanzas y similares
para la caza de animales grandes. Era una buena táctica. Un palo largo le
permitiría herir al animal desde una distancia segura, fuera del alcance de sus
peligrosas garras. Las malditas garras marcaban una diferencia esencial entre
los felinos y los perros.
Lecturas casuales y el visionado de muchos
documentales sobre animales daban una medida clara al respecto. Un oso podía
romper el cráneo de un hombre de un zarpazo. En otro video se mostraba como de
un solo golpe, sin ni siquiera sacar las garras, un león le rompía varias
costillas a una mujer, dejándola sin respiración. Por fortuna para ella, era un
animal al que tenían sujeto por el cuello con una correa y una persona cerca
suya pudo patearle la cabeza al animal impidiendo que la mordiera, permitiendo
que el cuidador, convenientemente ayudado, que tenía sujeto al animal lo arrastrara lejos. N
o sabía si alguien había hecho un ranking de
potencia, pero sin duda el tigre no era precisamente manco en cuanto a garras
se refería. En uno de sus anteriores enfrentamientos el animal se había alzado
sobre dos patas y le había lanzado un
zarpazo en una trayectoria oblicua descendente. Ante el ataque el había
reaccionado con una guardia de boxeo, sujetando a la vez la carpeta con ambas
manos, entre la guardia. Cuando vio venir el golpe, algo digno de mención dado
lo rápido del ataque, había lanzado el antebrazo de ese lado hacia el ángulo en
que era atacado, procurando que el impacto incidiera sobre la carpeta. Esa era
la mejor opción pues simplemente mantener el brazo quieto no podía parar
eficazmente un puñetazo bien dado de un humano, ni que decir tiene de un tigre.
Aún así no había servido de gran cosa. La idea de la defensa era mantener fija
la distancia entre el brazo y el cuerpo absorbiendo el golpe con un giro. Era
algo que tenia bastante entrenado y podía efectuarlo con eficacia en el
gimnasio. Sin embargo el tigre casi logró hundir la resistencia del brazo y que
la garra llegara a la cara. Aparte, en vez de girar, el golpe le derribó a
tierra, cayendo, eso sí, de una forma casi decorosa y pudiendo ponerse de pie
otra vez. La carpeta, que por supuesto había volado con el golpe, había
impedido que las garras se clavaran en su carne con lo cuál el daño se debía
solo a la fuerza del impacto.
Aún así tenía el antebrazo muy dolorido, casi
insensibilizado. Sospechaba que podría habérsele fisurado uno de los huesos,
presumiblemente el cúbito, pero no tenia modo de saberlo. El tigre había
proseguido ataque con una táctica similar, de pie sobre sus patas traseras y
usando las garras. El segundo ataque no había sido un zarpazo aislado sino una sucesión de
zarpaos rectos. Milagrosamente también había conseguido evadir ese ataque.
Posiblemente se debiera a que los humanos son más eficientes sobre dos patas
que los felinos y eso podía, mediando la suerte adecuada, compensar la mayor
velocidad y agilidad de estos, al menos ocasionalmente.
Sea como fuese había
logrado salir de la línea de ataque con un paso oblicuo hacia delante,
agachándose mientras lo daba, para así esquivar la acometida de las extremidades delanteras
del felino. Si se hubiera quedado de frente ahora estaría muerto. Esa forma de
ataque le recordaba un poco a una de las artes marciales que había practicado,
el wing tsun. En esa disciplina la táctica más ampliamente utilizada era una
lluvia de puños rectos en cadena, uno detrás de otro. Era muy eficaz, en
particular contra gente que no conociera la táctica, pues conseguía apabullar
al oponente, Además los puños rectos eran mucho más rápidos que los golpes
circulares, que era lo que solía usar la gente sin entrenamiento.
En todo caso
el tigre no pretendía, claro está, golpear. Cada uno de esos golpes posiblemente pretendían arañar. No sabía muy
bien si esa había sido la quinta o la sexta vez que le atacaba el animal de forma directa. Nunca
antes había usado esa táctica, De hecho parecía que había una tendencia a que
cada vez usara una táctica de ataque diferente.
En ese momento no había tenido
tiempo de reflexionar al respecto, pero ahora,
tras haber tenido mas tiempo, se planteo la posibilidad de que si él
vivía, y recordaba la misma escena básica una y otra vez tal vez algo similar
le pasara al tigre. En la película el único que recordaba las cosas era el
protagonista, pero claro, esto no era esa película. Si realmente el animal
recordaba los enfrentamientos eso explicaría que no volviera a usar esa
táctica. Por lo visto esa vez el animal tenía ganas de jugar y repitió una vez
más un ataque, levantado sobre las patas traseras. Eso, en cierto modo, era un
error, al menos contra un bípedo. Los cuadrúpedos, por su disposición, suelen
moverse y pelear con la zona del abdomen protegida, debajo del cuerpo. Eso se traduce en que no tienen uno músculos
particularmente fuertes protegiendo esa zona, en especial si se los compara con
los humanos. Por otro lado la bipedesptación hace que los humanos tengan
proporcionalmente las extremidades anteriores, más fuertes del reino animal.
Más aún, los humanos llevan un calzado que suele estar hecho de un material resistente. Eso
hace que las patadas de un humano tengan una potencia respetable. Ciertamente
cualquiera que visto un campeonato de “vale tudo” es consciente de que es muy difícil,
casi imposible, mantener alejado a un oponente mediante patadas e impedir que
te agarre, y, posiblemente, te lleve al suelo. Y, por supuesto, si no se puede
mantener alejado a un humano menos aún a un tigre. Pero el caso es que siguen
teniendo el abdomen débil así que si hay ocasión es, posiblemente, uno de los
mejores sitios dónde intentar golpearles.
La tercera vez que el animal se le
había enfrentado alzado sobre sus patas traseras se había arriesgado y había
optado por atacar el primero con una patada lateral hacia esa zona. El animal
había conseguido girar y el impacto fue de lado, y a la zona de las costillas. No
sabía nada preciso de la anatomía de los tigres, y en particular no sabía si
tenían costillas flotantes, pero como quera que fuese noto que el impacto no
había sido del todo inútil. En una de las veces anteriores había golpeado las
costillas del pecho y no había servido de
nada, seguramente eran demasiado gruesas. Pero esa vez creía que el golpe se había
hundido algo en el cuerpo del animal.
Desde luego había surtido un cierto
efecto pues el tigre se había doblado sobre si mismo y se había apoyado sobre
las cuatro patas. Él inmediatamente había aprovechado para girar y ponerse
lateralmente al animal, cerca de sus patas traseras. Y lanzó otra patada,
frontal, ascendente contra el abdomen. En medio de la patada el animal giro su
cabeza hacia él, pero eso sirvió para que dejara algo más al descubierto la
blanda zona del estómago. El golpe tampoco impacto de pleno, pero también
surtió efecto
. Por desgracia parecía que eso sólo había servido para cabrear al
tigre, mala cosa. Se supone que ante un ataque animal casual del que no se
puede evitar alejándose, a ser posible sin dar la espalda para parecer una
presa, lo mejor es mostrar una resistencia moderada que desanime al agresor.
Por supuesto si el ataque es firme esas tácticas disuasorias tienen pocas
opciones. En cualquier caso un aspecto importante de la psicología animal, al
menos de algunos de ellos, es que si el combate pasa por una situación de vida
o muerte en vez de intentar retroceder los animales irán a por todas.
Realmente
no sabía hasta que punto esas ideas sobre comportamiento animal eran correctas.
Lo que si sabía es que el tigre se había cabreado, se había echado un par de
metros atrás y había cargado contra él a cuatro patas derribándolo, para luego,
si solución de continuidad morder con mas agresividad de la que había
demostrado en cualquiera de los
anteriores encuentros. El impacto del cuerpo había sido tan brutal que le había
dejado sin respiración, pese a llevar los brazos por delante, y ...en fin, que
no había podido hacer nada, como siempre.
A partir de ese
ataque las acometidas del tigre habían sido más directas y
brutales en los subsiguientes encuentros. Analizado en retrospectiva eso
parecía apoyar la idea de que también recordaba los eventos.
Eso era malo. Su
idea era que si el animal no recordase nada pudiera mantenerle a raya con la
botella. Tal vez un pequeño corte bastara para convencer el bicho de que no
merecía la pena arriesgarse a ser herido por una víctima tan relativamente
pequeña. Pero si recordaba los ataques sus posibilidades se esfumaban. Los
felinos que probaban la carne humana solían convertirse en aficionados a ella.
Las leyendas sobre tigres “devoradores de hombres” eran comunes en Asia.
En
África los leones no les andaban a la zaga y había casos famosos, como el de
los dos leones que a principios del silo XX habían paralizado durante casi un
año las obras de un puente de ferrocarril al comerse a unos 150 trabajadores
encargados de la construcción de la línea férrea.
Reconsideró si había otra opción. Antes de
salir del árbol había conseguido romper un trozo de una rama. Si hubiese tenido
una cuerda hubiera intentado atar un trozo del vidrio de la botella a la misma
para formar una especie de lanza. El trozo de rama era demasiado corto para que
fuera eficaz para mantener la distancia mucho tiempo, pero tal vez en ese
tiempo encontrara la forma de clavar la lanza. O podría intentar arrojarla
cuando el animal se aproximara, que sería lo mas seguro. Pero claro, no tenía
cuerda, ni lanza, así que a ver que tal se las apañaba si el animal aparecía.
En ese instante sonó un retumbar de dos truenos casi consecutivos. Parecía que
la furia de la tormenta iba en crescendo. Recordó su disparatada teoría sobre
la cuerda cósmica, tal vez apareciera pronto. En todo caso, de lo que tenía mas
certeza es de que estaba en alguna especie de bucle temporal. Y ya había pasado
un tiempo considerable. Quizás estuviera a punto de cerrarse de nuevo. Si
pudiera elegir preferiría que le diese tiempo a llegar a la zona poblada, pero, sino, al menos, que no tuviera que sufrir otra vez el ataque del animal.
Por desgracia la
suerte nunca había sido lo suyo. El gato grande con rayas esta vez vino de la
zona hacia la que se dirigía. Eso sí, al aproximarse vio que no estaba en buena
forma. No sabía que le podría haber pasado,
pero vió que cojeaba ostensiblemente de la pata delantera derecha. Al
acercarse más vio que tenía signos de algunos zarpazos en el lomo y algo que
tal vez fuera una mordedura.
Se pregunto cuan serias eran las heridas, y si
bastarían para marcar alguna diferencia cuando le atacara. De hecho tal vez no
le atacara. Vio que le animal se paraba, como si intentase olisquear algo. En
todo caso desistió, posiblemente la lluvia impedía que le llegasen los olores
de lo que quiera que fuese que le preocupara. Avanzó hacia él, y le
encaró, Él se colocó totalmente de lado,
con la botella rota en su mano adelantada y la rama cortada en la atrasada. La
carpeta la había colocado en el estomago, abrochada por la cazadora, con la
idea de que tal vez sirviera para amortiguar un posible zarpazo hacia esa zona.
El animal inicio la acometida, pero sin muchas ganas, y no intentó saltar sobre
él. Se acerco a cuatro patas e intentó golpear con su zarpa derecha, la mano que sujetaba la botella, falló. Lo
intento una segunda vez y tampoco acertó. Al apoyar la pata en el suelo perdió
momentáneamente el equilibrio y el aprovecho para hacerle un corte con la
botella en el morro. El animal saltó atrás, dando un rugido que le puso los
pelos de punta. Sabía que había estudios que indicaban que parte de el
intervalo audible el rugido tenia una componente de infrasonidos, que causaban
precisamente ese efecto aterrador.
El saberlo no bastaba para disminuir el
efecto, pero al menos si evitó que se quedara paralizado por el pánico. De haber
estado en buena forma lo más probable es que el tigre se le hubiese echado
encima, con decisión, en ese momento, pero el caso es que no lo hizo, Siguió
atacando sin demasiada convicción. El corte que se había llevado le llevó a
respetar la botella mas de lo que posiblemente mereciese. Eso hizo que, si
mantenía la botella enfrente, el animal frenara las acometidas. Alguna vez, al
frenarse, había vuelto a perder el equilibrio, cosas de la pata herida, y él
había aprovechado para golpearle con la parte gruesa de la rama. En sus golpes
buscaba los ojos o, si acaso las orejas, que parecían la parte mas vulnerable
de la cabeza, pero sin demasiado éxito.
Llevaban así un
rato, más de lo que había durado cualquiera de los anteriores encuentros, pero
empezaba a sospechar que lo normal es que, más pronto que tarde, cometiera un
error fatal y el tigre se le abalanzara encima y terminase todo como siempre. Pero
estaba visto que esa vez lo suyo no era acertar. Sonó un disparo y el tigre se
sacudió violentamente. Un segundo disparo lo tiró al suelo, moribundo. Miró en
la dirección de la que habían venido los disparos y vió que a unos metros se
hallaba una chica joven, morena, pelo corto, sosteniendo un rifle. Vestía algo
que parecía algún tipo de uniforme que no supo identificar. Se disponía ha
decirle algo cuando ella le indicó con la mano que se girara y mirara al cielo.
No la hizo caso inmediatamente y empezó a preguntarla, -¿perdona, que quieres
decirme?. Ella insistió en el gesto y e gritó con tono autoritario -mira al
cielo, a tu espalda-.
El optó por hacerla
caso, al fin y al cabo acababa de salvarle del tigre, y, además, seguía llevando
un rifle. Al principio no notó nada extraño, pero no tuvo que esperar apenas
nada. De repente el cielo se iluminó, pero no por un relámpago. Una línea de
luz violeta, muy brillante, prendió en el
horizonte y avanzó a una velocidad impresionante dibujando un plano del mismo
color. El frente avanzó hacia ellos, pero no llegó hasta dónde estaban. Antes,
a una cierta distancia, imposible de estimar fehacientemente con las escasas
referencias disponibles, se hundió en el suelo. Inmediatamente se notó que este
se movía, sacudido por un ligero
temblor. Adivinando, era fácil, la trayectoria se giró y vio como el plano
volvía a surgir de la línea del suelo en dirección contraria elevándose de
nuevo hacia el horizonte.
Cuando llegó hacia ellos no oyó ningún sonido pero
ahora, al alejarse, si que hubo componente sonora. No sabia como calificar lo
que oía, era un sonido extraño, con toques sintéticos. Parecía algún tipo de
sonido grave, de orquesta de cuerdas, pero sintetizado, pasado por muchos filtros
hasta resultar en algo completamente diferente. Pese a lo atronador de su
potencia el sonido no era desagradable y era un digno acompañante del
espectáculo visual. Se giró un momento hacia la chica con intención de
preguntarle algo, pero no llego a hacerlo. Empezó a notar como una vibración
recorría todo su cuerpo. Luego su visión se tornó distorsionada y un pitido
impidió que pudiese oír cualquier otra cosa. El pitido fue en aumento y la
distorsión de su visión derivo en que todo se volviese negro. Sentía que empezaba
a perder la consciencia, casi como aquella vez cuando estaba a punto de sufrir
una lipotimia. Sospechaba lo que venía luego.
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