martes, 10 de diciembre de 2019

Whe time becomes a loop III


  Intuyó que algo iba mal casi nada mas pisar el suelo. No podía precisar que era, lo cuál hubiese estado bien pues así hubiera tenido una referencia de a que prestar más atención, así que simplemente le sirvió para incrementar su estado de alerta, si es que tal cosa era posible. En esa zona de arboleda no veía prácticamente nada, salvo cuando algún relámpago iluminaba el cielo nocturno. Para colmo de males el fuerte ruido de la copiosa lluvia ahogaba cualquier otro sonido. Sabiendo que el tigre, como muchos felinos, posiblemente todos, tenía una excelente visión nocturna decidió ir a la zona de la carretera, iluminada por las farolas.  No estaba seguro de que fuese la decisión mas acertada pues si el animal seguía rondando por la zona la arboleda podría haberle mantenido oculto de su vista y ahora se estaba exponiendo. Por otro lado igualmente podrían verle las posibles patrullas de caza. Posiblemente su suerte dependería de quien le viese antes, aunque si tuviera que elegir preferiría que no le viese nadie.

 Mientras caminaba repasó por enésima lo que sabía sobre defensa contra animales. No era mucho y provenía de fuentes dispersas. Su principal fuente era un artículo que apareció en una revista de artes marciales sobre defensa contra perros. La principal táctica que sugerían era  enrollarse en un brazo algo lo bastante fuerte para contener la mordedura del animal y ofrecer dicho brazo al ataque. Mientras el animal sujetaba el brazo en su mandíbula se debía aprovechar para golpearle. La zona más sensible de esos animales era su nariz. Esto se debía a que para disponer de un gran olfato, aparte de receptores químicos en glándulas diversas, tenían un gran número de terminaciones nerviosas en la zona. Por ese motivo al golpearles en la nariz se obtenía un efecto similar, o mayor, que el de una persona golpeada en sus genitales. 

Por desgracia esa táctica no era aplicable contra el tigre. Por un lado su boca era mucho mayor que la de cualquier perro y no podías bloquear todo el ángulo de mordedura con un brazo. Peor aún, incluso si se pudiera hacer no serviría de mucho, la fuerza del mordisco, combinado con el tamaño de los dientes, podría atravesar casi cualquier cosa que uno pudiera ponerse en el brazo, salvo alguna pieza de armadura metálica, a ser preferible de adamantiun, o algún otro material imaginario casi indestructible. Había, sin duda, otras pegas a esa táctica, el animal podría usar el mordisco como presa para tirar del brazo y arrancarlo del hombro. O simplemente podría usarlo como sujeción para mantener a la presa fija mientras usaba las zarpas para desgarrarlo.

  Algo le saco de su meditación. Le había parecido oír un rugido, pero el infortunio quiso que en ese mismo instante el estampido de un trueno acallara cualquier otro ruido. Miró a la zona de dónde le había parecido que provenía el aviso pero no vio nada. Giró sobre si mismo en una vuelta de 360 grados, pero igualmente no pudo descubrir ninguna pista. Acelero aún mas el paso y siguió buscando algún indicio que le indicara como enfrentarse al bicho.

 En los documentales sobre prehistoria explicaban que los antiguos humanos usaban principalmente lanzas y similares para la caza de animales grandes. Era una buena táctica. Un palo largo le permitiría herir al animal desde una distancia segura, fuera del alcance de sus peligrosas garras. Las malditas garras marcaban una diferencia esencial entre los felinos y los perros.

    Lecturas casuales y el visionado de muchos documentales sobre animales daban una medida clara al respecto. Un oso podía romper el cráneo de un hombre de un zarpazo. En otro video se mostraba como de un solo golpe, sin ni siquiera sacar las garras, un león le rompía varias costillas a una mujer, dejándola sin respiración. Por fortuna para ella, era un animal al que tenían sujeto por el cuello con una correa y una persona cerca suya pudo patearle la cabeza al animal impidiendo que la mordiera,  permitiendo que el cuidador, convenientemente ayudado, que tenía sujeto al animal  lo arrastrara lejos.  N

  o sabía si alguien había hecho un ranking de potencia, pero sin duda el tigre no era precisamente manco en cuanto a garras se refería. En uno de sus anteriores enfrentamientos el animal se había alzado sobre dos patas y le había lanzado un  zarpazo en una trayectoria oblicua descendente. Ante el ataque el había reaccionado con una guardia de boxeo, sujetando a la vez la carpeta con ambas manos, entre la guardia. Cuando vio venir el golpe, algo digno de mención dado lo rápido del ataque, había lanzado el antebrazo de ese lado hacia el ángulo en que era atacado, procurando que el impacto incidiera sobre la carpeta. Esa era la mejor opción pues simplemente mantener el brazo quieto no podía parar eficazmente un puñetazo bien dado de un humano, ni que decir tiene de un tigre. 

  Aún así no había servido de gran cosa. La idea de la defensa era mantener fija la distancia entre el brazo y el cuerpo absorbiendo el golpe con un giro. Era algo que tenia bastante entrenado y podía efectuarlo con eficacia en el gimnasio. Sin embargo el tigre casi logró hundir la resistencia del brazo y que la garra llegara a la cara. Aparte, en vez de girar, el golpe le derribó a tierra, cayendo, eso sí, de una forma casi decorosa y pudiendo ponerse de pie otra vez. La carpeta, que por supuesto había volado con el golpe, había impedido que las garras se clavaran en su carne con lo cuál el daño se debía solo a la fuerza del impacto. 

   Aún así tenía el antebrazo muy dolorido, casi insensibilizado. Sospechaba que podría habérsele fisurado uno de los huesos, presumiblemente el cúbito, pero no tenia modo de saberlo. El tigre había proseguido ataque con una táctica similar, de pie sobre sus patas traseras y usando las garras. El segundo ataque no había sido  un zarpazo aislado sino una sucesión de zarpaos rectos. Milagrosamente también había conseguido evadir ese ataque. Posiblemente se debiera a que los humanos son más eficientes sobre dos patas que los felinos y eso podía, mediando la suerte adecuada, compensar la mayor velocidad y agilidad de estos, al menos ocasionalmente. 

   Sea como fuese había logrado salir de la línea de ataque con un paso oblicuo hacia delante, agachándose mientras lo daba, para así esquivar la acometida de las extremidades delanteras del felino. Si se hubiera quedado de frente ahora estaría muerto. Esa forma de ataque le recordaba un poco a una de las artes marciales que había practicado, el wing tsun. En esa disciplina la táctica más ampliamente utilizada era una lluvia de puños rectos en cadena, uno detrás de otro. Era muy eficaz, en particular contra gente que no conociera la táctica, pues conseguía apabullar al oponente, Además los puños rectos eran mucho más rápidos que los golpes circulares, que era lo que solía usar la gente sin entrenamiento.

 En todo caso el tigre no pretendía, claro está, golpear.  Cada uno de esos golpes posiblemente pretendían arañar. No sabía muy bien si esa había sido la quinta o la sexta vez que le atacaba el animal de forma directa. Nunca antes había usado esa táctica, De hecho parecía que había una tendencia a que cada vez usara una táctica de ataque diferente. 

 En ese momento no había tenido tiempo de reflexionar al respecto, pero ahora,  tras haber tenido mas tiempo, se planteo la posibilidad de que si él vivía, y recordaba la misma escena básica una y otra vez tal vez algo similar le pasara al tigre. En la película el único que recordaba las cosas era el protagonista, pero claro, esto no era esa película. Si realmente el animal recordaba los enfrentamientos eso explicaría que no volviera a usar esa táctica. Por lo visto esa vez el animal tenía ganas de jugar y repitió una vez más un ataque, levantado sobre las patas traseras. Eso, en cierto modo, era un error, al menos contra un bípedo. Los cuadrúpedos, por su disposición, suelen moverse y pelear con la zona del abdomen protegida, debajo del cuerpo.  Eso se traduce en que no tienen uno músculos particularmente fuertes protegiendo esa zona, en especial si se los compara con los humanos. Por otro lado la bipedesptación hace que los humanos tengan proporcionalmente las extremidades anteriores, más fuertes del reino animal.

  Más aún, los humanos llevan un calzado que suele estar hecho de un material resistente. Eso hace que las patadas de un humano tengan una potencia respetable. Ciertamente cualquiera que visto un campeonato de “vale tudo” es consciente de que es muy difícil, casi imposible, mantener alejado a un oponente mediante patadas e impedir que te agarre, y, posiblemente, te lleve al suelo. Y, por supuesto, si no se puede mantener alejado a un humano menos aún a un tigre. Pero el caso es que siguen teniendo el abdomen débil así que si hay ocasión es, posiblemente, uno de los mejores sitios dónde intentar golpearles.

   La tercera vez que el animal se le había enfrentado alzado sobre sus patas traseras se había arriesgado y había optado por atacar el primero con una patada lateral hacia esa zona. El animal había conseguido girar y el impacto fue de lado, y a la zona de las costillas. No sabía nada preciso de la anatomía de los tigres, y en particular no sabía si tenían costillas flotantes, pero como quera que fuese noto que el impacto no había sido del todo inútil. En una de las veces anteriores había golpeado las costillas del pecho y no había servido de nada, seguramente eran demasiado gruesas. Pero esa vez creía que el golpe se había hundido algo en el cuerpo del animal. 

 Desde luego había surtido un cierto efecto pues el tigre se había doblado sobre si mismo y se había apoyado sobre las cuatro patas. Él inmediatamente había aprovechado para girar y ponerse lateralmente al animal, cerca de sus patas traseras. Y lanzó otra patada, frontal, ascendente contra el abdomen. En medio de la patada el animal giro su cabeza hacia él, pero eso sirvió para que dejara algo más al descubierto la blanda zona del estómago. El golpe tampoco impacto de pleno, pero también surtió efecto

 . Por desgracia parecía que eso sólo había servido para cabrear al tigre, mala cosa. Se supone que ante un ataque animal casual del que no se puede evitar alejándose, a ser posible sin dar la espalda para parecer una presa, lo mejor es mostrar una resistencia moderada que desanime al agresor. Por supuesto si el ataque es firme esas tácticas disuasorias tienen pocas opciones. En cualquier caso un aspecto importante de la psicología animal, al menos de algunos de ellos, es que si el combate pasa por una situación de vida o muerte en vez de intentar retroceder los animales irán a por todas. 

 Realmente no sabía hasta que punto esas ideas sobre comportamiento animal eran correctas. Lo que si sabía es que el tigre se había cabreado, se había echado un par de metros atrás y había cargado contra él a cuatro patas derribándolo, para luego, si solución de continuidad morder con mas agresividad de la que había demostrado  en cualquiera de los anteriores encuentros. El impacto del cuerpo había sido tan brutal que le había dejado sin respiración, pese a llevar los brazos por delante, y ...en fin, que no había podido hacer nada, como siempre.

  A partir de ese ataque las acometidas del tigre habían sido más directas y brutales en los subsiguientes encuentros. Analizado en retrospectiva eso parecía apoyar la idea de que también recordaba los eventos.

 Eso era malo. Su idea era que si el animal no recordase nada pudiera mantenerle a raya con la botella. Tal vez un pequeño corte bastara para convencer el bicho de que no merecía la pena arriesgarse a ser herido por una víctima tan relativamente pequeña. Pero si recordaba los ataques sus posibilidades se esfumaban. Los felinos que probaban la carne humana solían convertirse en aficionados a ella. Las leyendas sobre tigres “devoradores de hombres” eran comunes en Asia.
 En África los leones no les andaban a la zaga y había casos famosos, como el de los dos leones que a principios del silo XX habían paralizado durante casi un año las obras de un puente de ferrocarril al comerse a unos 150 trabajadores encargados de la construcción de la línea férrea. 

Reconsideró si había otra opción. Antes de salir del árbol había conseguido romper un trozo de una rama. Si hubiese tenido una cuerda hubiera intentado atar un trozo del vidrio de la botella a la misma para formar una especie de lanza. El trozo de rama era demasiado corto para que fuera eficaz para mantener la distancia mucho tiempo, pero tal vez en ese tiempo encontrara la forma de clavar la lanza. O podría intentar arrojarla cuando el animal se aproximara, que sería lo mas seguro. Pero claro, no tenía cuerda, ni lanza, así que a ver que tal se las apañaba si el animal aparecía. 

 En ese instante sonó un retumbar de dos truenos casi consecutivos. Parecía que la furia de la tormenta iba en crescendo. Recordó su disparatada teoría sobre la cuerda cósmica, tal vez apareciera pronto. En todo caso, de lo que tenía mas certeza es de que estaba en alguna especie de bucle temporal. Y ya había pasado un tiempo considerable. Quizás estuviera a punto de cerrarse de nuevo. Si pudiera elegir preferiría que le diese tiempo a llegar a la zona poblada, pero, sino, al menos, que no tuviera que sufrir otra vez el ataque del animal.

 Por desgracia la suerte nunca había sido lo suyo. El gato grande con rayas esta vez vino de la zona hacia la que se dirigía. Eso sí, al aproximarse vio que no estaba en buena forma. No sabía que le podría haber pasado,  pero vió que cojeaba ostensiblemente de la pata delantera derecha. Al acercarse más vio que tenía signos de algunos zarpazos en el lomo y algo que tal vez fuera una mordedura. 

Se pregunto cuan serias eran las heridas, y si bastarían para marcar alguna diferencia cuando le atacara. De hecho tal vez no le atacara. Vio que le animal se paraba, como si intentase olisquear algo. En todo caso desistió, posiblemente la lluvia impedía que le llegasen los olores de lo que quiera que fuese que le preocupara. Avanzó hacia él, y le encaró,  Él se colocó totalmente de lado, con la botella rota en su mano adelantada y la rama cortada en la atrasada. La carpeta la había colocado en el estomago, abrochada por la cazadora, con la idea de que tal vez sirviera para amortiguar un posible zarpazo hacia esa zona.

  El animal inicio la acometida, pero sin muchas ganas, y no intentó saltar sobre él. Se acerco a cuatro patas e intentó golpear con su zarpa derecha,  la mano que sujetaba la botella, falló. Lo intento una segunda vez y tampoco acertó. Al apoyar la pata en el suelo perdió momentáneamente el equilibrio y el aprovecho para hacerle un corte con la botella en el morro. El animal saltó atrás, dando un rugido que le puso los pelos de punta. Sabía que había estudios que indicaban que parte de el intervalo audible el rugido tenia una componente de infrasonidos, que causaban precisamente ese efecto aterrador. 

 El saberlo no bastaba para disminuir el efecto, pero al menos si evitó que se quedara paralizado por el pánico. De haber estado en buena forma lo más probable es que el tigre se le hubiese echado encima, con decisión, en ese momento, pero el caso es que no lo hizo, Siguió atacando sin demasiada convicción. El corte que se había llevado le llevó a respetar la botella mas de lo que posiblemente mereciese. Eso hizo que, si mantenía la botella enfrente, el animal frenara las acometidas. Alguna vez, al frenarse, había vuelto a perder el equilibrio, cosas de la pata herida, y él había aprovechado para golpearle con la parte gruesa de la rama. En sus golpes buscaba los ojos o, si acaso las orejas, que parecían la parte mas vulnerable de la cabeza, pero sin demasiado éxito.

  Llevaban así un rato, más de lo que había durado cualquiera de los anteriores encuentros, pero empezaba a sospechar que lo normal es que, más pronto que tarde, cometiera un error fatal y el tigre se le abalanzara encima y terminase todo como siempre. Pero estaba visto que esa vez lo suyo no era acertar. Sonó un disparo y el tigre se sacudió violentamente. Un segundo disparo lo tiró al suelo, moribundo. Miró en la dirección de la que habían venido los disparos y vió que a unos metros se hallaba una chica joven, morena, pelo corto, sosteniendo un rifle. Vestía algo que parecía algún tipo de uniforme que no supo identificar. Se disponía ha decirle algo cuando ella le indicó con la mano que se girara y mirara al cielo. No la hizo caso inmediatamente y empezó a preguntarla, -¿perdona, que quieres decirme?. Ella insistió en el gesto y e gritó con tono autoritario -mira al cielo, a tu espalda-.

 El optó por hacerla caso, al fin y al cabo acababa de salvarle del tigre, y, además, seguía llevando un rifle. Al principio no notó nada extraño, pero no tuvo que esperar apenas nada. De repente el cielo se iluminó, pero no por un relámpago. Una línea de luz violeta, muy brillante,  prendió en el horizonte y avanzó a una velocidad impresionante dibujando un plano del mismo color. El frente avanzó hacia ellos, pero no llegó hasta dónde estaban. Antes, a una cierta distancia, imposible de estimar fehacientemente con las escasas referencias disponibles, se hundió en el suelo. Inmediatamente se notó que este se movía, sacudido por un  ligero temblor. Adivinando, era fácil, la trayectoria se giró y vio como el plano volvía a surgir de la línea del suelo en dirección contraria elevándose de nuevo hacia el horizonte. 

Cuando llegó hacia ellos no oyó ningún sonido pero ahora, al alejarse, si que hubo componente sonora. No sabia como calificar lo que oía, era un sonido extraño, con toques sintéticos. Parecía algún tipo de sonido grave, de orquesta de cuerdas, pero sintetizado, pasado por muchos filtros hasta resultar en algo completamente diferente. Pese a lo atronador de su potencia el sonido no era desagradable y era un digno acompañante del espectáculo visual. Se giró un momento hacia la chica con intención de preguntarle algo, pero no llego a hacerlo. Empezó a notar como una vibración recorría todo su cuerpo. Luego su visión se tornó distorsionada y un pitido impidió que pudiese oír cualquier otra cosa. El pitido fue en aumento y la distorsión de su visión derivo en que todo se volviese negro. Sentía que empezaba a perder la consciencia, casi como aquella vez cuando estaba a punto de sufrir una lipotimia. Sospechaba lo que venía luego.


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