Trapecistas de la selva
Siempre
le había gustado el cine de terror. Aunque no era de esos que se conocía todas
las películas de serie b que ni siquiera se habían estrenado en los cines. Así
que se lo pasó bien escuchando las historias que le contaban los niños. Aunque
a veces sufría un poco para entenderlos porque el francés no era su idioma
nativo, y el que se hablaba en el congo era particularmente difícil de
entender.
El dilema es que por
mucho que le gustara el terror nunca había creído nada de eso. Y no iba a
empezar a hacerlo ahora. Hilvanando las diversas historias consiguió establecer
una cronología de los acontecimientos.
Todo pareció surgir en la misma fecha en que
se inició una nueva excavación. Al poco se empezaron a contar historias raras
de gente que enfermaba sin motivo. Y algunos parecían sufrir extrañas ilusiones
ópticas.
Y algo debió ocurrir.
Se habían creado un nuevo laboratorio, tomando piezas de cualquier otro sitio
dónde sobraran. Algo hallaron, pero no había modo de averiguar qué. En todo
caso pronto empezaron los problemas y el laboratorio se clausuró. Pero no
sirvió de mucho.
Estaba dándole otra
vez mas vueltas a lo mismo cuando le interrumpieron. Acababan de llegar los
trapecistas.
Así los llamaban,
aunque, claro, en la selva no había lugar para trapecistas. Se trataba de un
grupo de biólogos. Investigaban la cúpula selvática usando para ello los más
diversos ingenios. Entre ellos el más notable un dirigible.
No estaban allí por
casualidad. Trabajaban para su organización. Había hecho coincidir, con un
margen prudencial, su presencia allí con la suya.
Un encargado nativo
anunció que uno de los de la expedición quería hablar con él. Por supuesto
accedió a dejarlo entrar.
Entró un individuo de
mediana edad, con barba abundante, unos cuarenta y muchos, vestido con una ropa
que parecía la típica del explorador del XIX.
Se presentó sin mayor
preámbulo, su nombre era Jackes Tatuí, belga, que afortunadamente hablaba un
perfecto castellano.
La conversación fue
trompicada, había mucho de que hablar, muchos planes que hacer. Para empezar el
tema de los crios.
--¿Y dice usted
(insistía en tratarme de usted aunque él era mayor) que debemos llevarnos con
nosotros a un montón de niños?
--Sí, es que no se me
ocurre otro modo de alejarlos del poblado y evitar que les hagan la ablación.
--Pero eso aquí es
inevitable. Sí se vienen ahora tal vez eviten ser mutilados este año, pero al
siguiente les tocará.
--Ya, pero el año que
viene yo no estaré aquí. Será responsabilidad de otros. No pretendo arreglar
África. Sólo cumplir con la palabra que les di.
--No es usted un
idealista, a lo que veo.
Lo pensó antes de
responder. Dado que colaboraban en una especie de sociedad secreta se suponía
que debían seguir algún ideal.
--Bueno, mis ideales
atañen a la forma de administrar la ciencia, no a las conductas sociales de
cada país. Y en todo caso nunca me pronunciaré sobre la validez o no de ninguna
conducta sin entender el entorno en que se aplica.
No le interesaba que
el tema siguiera por ahí. Así que consiguió distraerle preguntándole por el
avance de su tarea. Cómo siempre funcionó. Pocos científicos se negaban a
hablar de su trabajo con un oyente
intensado, que apreciara los detalles y no representara un posible competidor.
Problemas y
resultados
Al final los niños partieron
según lo acordado y se quedó sin informadores. Ya llevaba casi un mes y no
había avanzado. Se le estaba terminando el tiempo. Su alumna a esas alturas era
candidata a matrícula de honor en todas las asignaturas (si en Septiembre se
concedieran matrículas de honor, vaya) y el curso de programación ya había
terminado.
Para colmo de males
su habilidad especial no había regresado. Eso le preocupaba sobremanera. Nunca
había estado tanto tiempo sin ella. Al menos le estaba sirviendo para intentar
comprender mejor su naturaleza y como interactuaba con el resto de sus
actividades.
Había convencido a su
alumna de que entrenara con él artes marciales. Así podía practicar y además la
preparaba por si en el futuro decidía intentar captarla para la organización.
La mayoría de las artes marciales que se enseñan normalmente provienen de
oriente. Y es un tópico la extraña forma de enseñar tradicional en esos países.
Pero menos conocido
es el porque. Parte se debe a una cierta influencia de la filosofía Budista de
aprender por la observación en vez de por la explicación. Pero lo más
importante es que los “maestros” son muy celosos de su conocimiento. Enseñan lo
suficiente para mantener intensados a los alumnos, y que les paguen, pero no lo
bastante como para que puedan suplantarles.
Por eso es más
sencillo que vea la conveniencia de no ceder tan libremente el conocimiento
científico, o más bien la tecnología que de él deriva, a una persona que ha
estudiado artes marciales.
Así que ahí estaban,
entrenando de dos a tres horas diarias. La chica lo había cogido con entusiasmo.
Y ahí empezó a percibir un aspecto de su “cerebro cuántico” del que no era
consciente, quizás la primera prueba que avalara la hipótesis de que realmente
era ese el origen de sus facultades, El tenía, o creía tener, unos reflejos
extraordinarios. Eso le permitía ser un virtuoso de la lucha con arma blanca.
Pero una vez apagado su poder se daba cuenta de que no eran reflejos. Era su
cerebro calculando en tiempo real trayectorias que el resto de cerebros no
podían. Sin esa ayuda extra seguía siendo muy bueno. Pero no era lo mismo.
Estaba bien que avanzara
algo en ese terreno, pero en su verdadera misión no había avances. Los ataques
habían cesado. Y para colmo se había anunciado que un equipo de investigadores
del gobierno alemán iban a hacer una supervisión de no se sabía muy bien el
que.
Ya, rozando la
desesperación, o mas bien el aburrimiento, optó por medios de investigación mas
tradicionales. Ver quien había salido y quien había entrado en las fechas
“delicadas” y que había hecho.
Para ello había
tenido que colarse en archivos privados. Nada demasiado difícil. La red local
de ordenadores era una chapuza y no había verdaderos expertos en seguridad
informática.
Descubrió que justo
después de la excavación que había originado los problemas, y un poco antes de
que estos en sí empezaran a
manifestarse, se habían producido la
mayoría de los avances de la empresa. En concreto era cuando se habían hecho la
mayoría de las patentes en nanotecnología.
Incluyendo aquella que él había robado para su organización. Y eso era muy
inquietante. Si había alguna relación entre esas nanomáquinas y las historias
de terror que se rumoreaban por el asentamiento convenía saberlo.
Pero no todo eran inconvenientes.
El hecho de que no hubiera más incidentes estaba haciendo que la gente del
lugar empezara a irse de la lengua. Atacar el asunto de manera frontal aún no
era bien visto. Pero había dado con un punto donde hincar el diente. A la gente
le gusta cotillear sobre las personas. Había estudios serios que indicaban que
incluso en las facultades universitarias el 80% de las conversaciones eran puro
cotilleo.
Un buen lugar para buscar chismorreos era la peluquería. La
peluquera del lugar además era hija de los geólogos que asesoraba a la empresa
sobre dónde era buena idea hacer excavaciones. Era una chica bajita, de rasgos
agradables y de carácter un poco brusco,
pero aún así simpática. Y parecía sentirse levemente atraída por él, lo cuál
facilitaba que pudiera sonsacarla Eso sí, no llegaron a acostarse, dado su
carácter eso hubiera sido como hacer una
película porno, en el sentido de que al día siguiente todo el lugar
sabría las características de su vida sexual. Una lástima porque la chica no le
disgustaba. Pero afortunadamente no era necesario tener sexo para obtener
información. Así que poco a poco fue
tirando de ese hilo.
Y gracias a ella había dado con una persona que podía estar
relacionada con sus problemas. Se trataba del investigador que había hecho la
mayoría de las patentes.
Para empezar era
bastante conocido. Pero no por su labor investigadora. Un aspecto poco
publicitado del turismo africano son las enfermedades tropicales (sólo se
mencionan para decir que uno debe vacunarse). La mayoría de los exploradores
del siglo XIX enfermaban de ellas, la mitad aproximadamente terminaban muriendo
de alguna. El siglo XX y las vacunas habían mejorado la situación. Pero seguía
habiendo muchos riesgos
En concreto el tal
Gerard Flanders había sido particularmente desafortunado (prefería no pensar
mucho en su propio caso y que había ido allí sin protección médica alguna). Gerard, aparte de ser un
experto en física de la materia condensada era biólogo aficionado. Y había
decidido hacer algo de investigación de campo para estudiar los primates de la
zona, que para eso estaban cerca del parque natural de Kahuzi-Biega. Consiguió convencer a unos cuantos
nativos de una aldea cercana y montar un campamento. Su aventura duró una
semana.
Volvió de ella con un
antebrazo más grueso que su muslo, resultado de las picaduras de los insectos.
Pero eso no había sido lo que le había hecho dimitir, no. Lo que le había
decidido a no pisar nunca mas la selva es despertar y ver cómo le estaba
saliendo un gusano por la boca. Un gusano que, según le explicaron luego,
habría ingerido en estado larvario con alguna fruta y una vez desarrollado
había decidido salir. De lo cuál podía sentirse afortunado. Habría podido
elegir quedarse a vivir en su hígado una temporada.
El caso es que la
anécdota le había hecho ser bastante conocido entre las cotillas habituales del
lugar. Y en particular de cierta peluquera. Así fue como descubrió que a raíz de sus
descubrimientos, que le iba a convertir en millonario se había vuelto totalmente
paranoico. Empezó a no dejar entrar a nadie en su laboratorio.
Esto tampoco era muy
extraño, en su opinión. Pero como fuese que la compañía le estaba presionando
decidió dimitir, con lo cuál estaba renunciando a parte del pastel económico.
Comprobando fechas vio que al poco de anunciar su dimisión, y consecuente
partida, habían empezado las primeras “apariciones”. Pero no podía terminar de
cerrar la conexión porque los archivos indicaban que había partido rumbo a su
Holanda natal días antes del primer incidente
con heridos de por medio.
Pero con ser
interesante estos cotilleos no terminaban de llevarle a ningún lado. Lo había
estado posponiendo, pero ya no le quedaba otro remedio. Iba a visitar la
excavación de dónde parecía haber surgido todo.
El ataque
Ya había hecho
público el anuncio de la visita. Aparte había hablado con Jackes, el jefe de
los trapecistas. Estarían por la zona por si fuera necesario su apoyo.
Partirían dentro de dos días. Ese día había terminado pronto las clases de
artes marciales y se disponía a darse una ducha. Sin embargo algo lo alertó. Un
pequeño ruido en la ventana. Dado que vivía en el segundo piso de una mansión
de estilo Victoriano colonial no debía haber ruidos a la altura de la ventana.
Así que visto que no
ocurría nada inmediatamente imagino que debía puesto que parecía que alguien le
acechaba, incluso sin su habilidad especial sabía que era así, debía alentarle
a que se descuidara. Decidió que echarse una siesta, o aparentar que lo hacía,
era un buen modo.
Eso sí, se cuidó bien
de asegurarse de que el sable japonés estaba debajo de la almohada. Realmente
no eran sus espadas favoritas. Prefería una espada medieval de dos filos, hecha
de hierro colado, más resistente, en vez
de hierro forjado, como las japonesas. Desafortunadamente Hollywood había
permitido que llevar como objeto “decorativo” una katana estuviera bien visto.
Pero no pasaba lo mismo con las armas medievales. Claro que la cultura made in
Hollywood no permitían diferenciar una katana ceremonial, como la mayoría de
las que se ven en occidente, de un arma de guerra como la que el llevaba.
Quien quiera que le
acechara se lo tomaba con calma. Habían pasado varias horas y estaba
anocheciendo. Y empezaba a tener sueño. Como en duermevela se acordó de una
anécdota de su niñez. Caminaba distraído cuando de repente, en la periferia de
su ángulo visual observó un borrón de movimiento. Era un perro. Y saltaba hacia
su garganta. Se apartó en el último momento. Al girarse para esquivar vio una
chica con una correa. Obviamente la dueña del animal. Corrió hacia ella con el chucho detrás y cuando la alcanzo corrió a su
alrededor hasta que la chavala pudo atar al perro.
Al abrir los ojos no
vio ninguna mujer. Y lo que se aproximaba no era exactamente un perro. Apenas
tuvo tiempo de sacar el arma de debajo de la almohada y dar un tajo. Al fin y
al cabo el era experto en eskrima filipina, no Iai-do Japonés. Pero bastó.
El hombre lobo, pues
esa descripción le cuadraba perfectamente, detuvo su acometida cuando un tajo
profundo cruzó su torso. Se echó hacia atrás, como sorprendido de que alguien
hubiera sido más veloz que él.
Armado con el curvado
sable no se sentía muy inquieto, pese a
la intimidante apariencia del bípedo ser que tenía enfrente. La alarma empezó a
cundir cuando se fijo que de la herida
estaba dejando de manar sangre. Aún así no se veía en una situación insalvable.
Las garras del ser eran ciertamente peligrosas y sus comillos parecían capaces
de triturar un cráneo humano sin esfuerzo. Pero el acero que mediaba entre
ambos ya había demostrado que podía dañar a la criatura.
Pero ese día parecía
que no iba a ganar para sorpresas. De repente notó que algo tiraba con fuerza
del arma. Por su lenguaje corporal dedujo que el lobito era el responsable. Un
hombre lobo telekinético. Eso ya era muy preocupante. Como no era ningún
principiante no había soltado la espada al notar el fuerte tirón. Pero
igualmente no podía evitar que la fuerza invisible que la agarraba la apartase
de la recta entre él y el licántropo. Mal asunto.
En esas el animal atacó. Las artes marciales son de dudosa
utilidad contra un depredador de un cierto tamaño. Puñetazos y patadas contra
garras y dientes no es buena estrategia. Y además por lo común el bicho suele
ser más ágil y fuerte que el humano.
Pero sirven para
sorprender. Y si se cuenta con algún factor que permita obtener ventaja de la
sorpresa podrían marcar la diferencia entre vivir y morir. En este caso
concreto una patada con la planta del pie a la rodilla del animal lo paró un
instante. Y no sólo eso. Al hacerlo la fuerza que retenía la espada cesó. Que
el animal lograra apartarse lo suficiente para que el tajo descendente no
impactara con su cabeza y se limitara a hacer un corte profundo en su costado
izquierdo habla muy bien de su capacidad en la lucha. Y de su resistencia. Ese
golpe debería haber atravesado las costillas y haberle cortado el pulmón. Aún
así parecía que le había producido un daño razonable, por lo visto lo
suficiente para hacerle optar por una retirada.
En el frenesí de la
lucha apenas se había dado cuenta. Pero el hombre lobo había dado unos aullidos
bastante altos. Así que enseguida había gente corriendo hacia su habitación. Tuvo
que abrirles antes de que tiraran la puerta abajo de la impaciencia.
Al día siguiente
había mil rumores sobre lo acontecido. Para empezar nadie había sobrevivido a
los ataques así que se mezclaban inquietud ante la reanudación de estos y un
halo de nueva esperanza al ver que fuera lo que fuese podía ser detenido.
Era por ello que al
principio intentaron convencerle de que pospusiera la visita a la excavación.
Pero a lo visto la gente empezaba a atar cabos. Pro algún motivo los ataques
habían cesado justo el día después de su llegada. Y tras la pausa el atacado
era él. Precisamente cuando iba a ir a
la excavación. Así que después de todo le dejaron ir. Incluso le
animaron. Había urdido una excusa para la visita. Pero tras lo acontecido nunca
nadie le preguntó sobre sus motivos.
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