martes, 26 de junio de 2018

Africa Alien III


Trapecistas de la selva

 Siempre le había gustado el cine de terror. Aunque no era de esos que se conocía todas las películas de serie b que ni siquiera se habían estrenado en los cines. Así que se lo pasó bien escuchando las historias que le contaban los niños. Aunque a veces sufría un poco para entenderlos porque el francés no era su idioma nativo, y el que se hablaba en el congo era particularmente difícil de entender.

  El dilema es que por mucho que le gustara el terror nunca había creído nada de eso. Y no iba a empezar a hacerlo ahora. Hilvanando las diversas historias consiguió establecer una cronología  de los acontecimientos.

  Todo pareció surgir en la misma fecha en que se inició una nueva excavación. Al poco se empezaron a contar historias raras de gente que enfermaba sin motivo. Y algunos parecían sufrir extrañas ilusiones ópticas.

 Y algo debió ocurrir. Se habían creado un nuevo laboratorio, tomando piezas de cualquier otro sitio dónde sobraran. Algo hallaron, pero no había modo de averiguar qué. En todo caso pronto empezaron los problemas y el laboratorio se clausuró. Pero no sirvió de mucho.

 Estaba dándole otra vez mas vueltas a lo mismo cuando le interrumpieron. Acababan de llegar los trapecistas.

 Así los llamaban, aunque, claro, en la selva no había lugar para trapecistas. Se trataba de un grupo de biólogos. Investigaban la cúpula selvática usando para ello los más diversos ingenios. Entre ellos el más notable un dirigible.

 No estaban allí por casualidad. Trabajaban para su organización. Había hecho coincidir, con un margen prudencial, su presencia allí con la suya.

  Un encargado nativo anunció que uno de los de la expedición quería hablar con él. Por supuesto accedió a dejarlo entrar.

 Entró un individuo de mediana edad, con barba abundante, unos cuarenta y muchos, vestido con una ropa que parecía la típica del explorador del XIX.

 Se presentó sin mayor preámbulo, su nombre era Jackes Tatuí, belga, que afortunadamente hablaba un perfecto castellano.

 La conversación fue trompicada, había mucho de que hablar, muchos planes que hacer. Para empezar el tema de los crios.

 --¿Y dice usted (insistía en tratarme de usted aunque él era mayor) que debemos llevarnos con nosotros a un montón de niños?

 --Sí, es que no se me ocurre otro modo de alejarlos del poblado y evitar que les hagan la ablación.

  --Pero eso aquí es inevitable. Sí se vienen ahora tal vez eviten ser mutilados este año, pero al siguiente les tocará.

 --Ya, pero el año que viene yo no estaré aquí. Será responsabilidad de otros. No pretendo arreglar África. Sólo cumplir con la palabra que les di.

 --No es usted un idealista, a lo que veo.

 Lo pensó antes de responder. Dado que colaboraban en una especie de sociedad secreta se suponía que debían seguir algún ideal.

 --Bueno, mis ideales atañen a la forma de administrar la ciencia, no a las conductas sociales de cada país. Y en todo caso nunca me pronunciaré sobre la validez o no de ninguna conducta sin entender el entorno en que se aplica.

 No le interesaba que el tema siguiera por ahí. Así que consiguió distraerle preguntándole por el avance de su tarea. Cómo siempre funcionó. Pocos científicos se negaban a hablar de su trabajo con  un oyente intensado, que apreciara los detalles y no representara un posible competidor.

 Problemas y resultados

 Al final los niños partieron según lo acordado y se quedó sin informadores. Ya llevaba casi un mes y no había avanzado. Se le estaba terminando el tiempo. Su alumna a esas alturas era candidata a matrícula de honor en todas las asignaturas (si en Septiembre se concedieran matrículas de honor, vaya) y el curso de programación ya había terminado.

 Para colmo de males su habilidad especial no había regresado. Eso le preocupaba sobremanera. Nunca había estado tanto tiempo sin ella. Al menos le estaba sirviendo para intentar comprender mejor su naturaleza y como interactuaba con el resto de sus actividades.

 Había convencido a su alumna de que entrenara con él artes marciales. Así podía practicar y además la preparaba por si en el futuro decidía intentar captarla para la organización. La mayoría de las artes marciales que se enseñan normalmente provienen de oriente. Y es un tópico la extraña forma de enseñar tradicional en esos países.

 Pero menos conocido es el porque. Parte se debe a una cierta influencia de la filosofía Budista de aprender por la observación en vez de por la explicación. Pero lo más importante es que los “maestros” son muy celosos de su conocimiento. Enseñan lo suficiente para mantener intensados a los alumnos, y que les paguen, pero no lo bastante como para que puedan suplantarles.

 Por eso es más sencillo que vea la conveniencia de no ceder tan libremente el conocimiento científico, o más bien la tecnología que de él deriva, a una persona que ha estudiado artes marciales.

  Así que ahí estaban, entrenando de dos a tres horas diarias. La chica lo había cogido con entusiasmo. Y ahí empezó a percibir un aspecto de su “cerebro cuántico” del que no era consciente, quizás la primera prueba que avalara la hipótesis de que realmente era ese el origen de sus facultades, El tenía, o creía tener, unos reflejos extraordinarios. Eso le permitía ser un virtuoso de la lucha con arma blanca. Pero una vez apagado su poder se daba cuenta de que no eran reflejos. Era su cerebro calculando en tiempo real trayectorias que el resto de cerebros no podían. Sin esa ayuda extra seguía siendo muy bueno. Pero no era lo mismo.

 Estaba bien que avanzara algo en ese terreno, pero en su verdadera misión no había avances. Los ataques habían cesado. Y para colmo se había anunciado que un equipo de investigadores del gobierno alemán iban a hacer una supervisión de no se sabía muy bien el que. 

 Ya, rozando la desesperación, o mas bien el aburrimiento, optó por medios de investigación mas tradicionales. Ver quien había salido y quien había entrado en las fechas “delicadas” y que había hecho.

 Para ello había tenido que colarse en archivos privados. Nada demasiado difícil. La red local de ordenadores era una chapuza y no había verdaderos expertos en seguridad informática.

 Descubrió que justo después de la excavación que había originado los problemas, y un poco antes de que estos en sí empezaran  a manifestarse,  se habían producido la mayoría de los avances de la empresa. En concreto era cuando se habían hecho la mayoría  de las patentes en nanotecnología. Incluyendo aquella que él había robado para su organización. Y eso era muy inquietante. Si había alguna relación entre esas nanomáquinas y las historias de terror que se rumoreaban por el asentamiento convenía saberlo.

 Pero no todo eran inconvenientes. El hecho de que no hubiera más incidentes estaba haciendo que la gente del lugar empezara a irse de la lengua. Atacar el asunto de manera frontal aún no era bien visto. Pero había dado con un punto donde hincar el diente. A la gente le gusta cotillear sobre las personas. Había estudios serios que indicaban que incluso en las facultades universitarias el 80% de las conversaciones eran puro cotilleo.

Un buen lugar para buscar chismorreos era la peluquería. La peluquera del lugar además era hija de los geólogos que asesoraba a la empresa sobre dónde era buena idea hacer excavaciones. Era una chica bajita, de rasgos agradables y de carácter un poco  brusco, pero aún así simpática. Y parecía sentirse levemente atraída por él, lo cuál facilitaba que pudiera sonsacarla Eso sí, no llegaron a acostarse, dado su carácter eso hubiera sido como hacer una  película porno, en el sentido de que al día siguiente todo el lugar sabría las características de su vida sexual. Una lástima porque la chica no le disgustaba. Pero afortunadamente no era necesario tener sexo para obtener información.  Así que poco a poco fue tirando de ese hilo.


Y gracias a ella había dado con una persona que podía estar relacionada con sus problemas. Se trataba del investigador que había hecho la mayoría de las patentes.
 Para empezar era bastante conocido. Pero no por su labor investigadora. Un aspecto poco publicitado del turismo africano son las enfermedades tropicales (sólo se mencionan para decir que uno debe vacunarse). La mayoría de los exploradores del siglo XIX enfermaban de ellas, la mitad aproximadamente terminaban muriendo de alguna. El siglo XX y las vacunas habían mejorado la situación. Pero seguía habiendo muchos riesgos


 En concreto el tal Gerard Flanders había sido particularmente desafortunado (prefería no pensar mucho en su propio caso y que había ido allí sin protección  médica alguna). Gerard, aparte de ser un experto en física de la materia condensada era biólogo aficionado. Y había decidido hacer algo de investigación de campo para estudiar los primates de la zona, que para eso estaban cerca del parque natural  de Kahuzi-Biega. Consiguió convencer a unos cuantos nativos de una aldea cercana y montar un campamento. Su aventura duró una semana.

 Volvió de ella con un antebrazo más grueso que su muslo, resultado de las picaduras de los insectos. Pero eso no había sido lo que le había hecho dimitir, no. Lo que le había decidido a no pisar nunca mas la selva es despertar y ver cómo le estaba saliendo un gusano por la boca. Un gusano que, según le explicaron luego, habría ingerido en estado larvario con alguna fruta y una vez desarrollado había decidido salir. De lo cuál podía sentirse afortunado. Habría podido elegir quedarse a vivir en su hígado una temporada.

 El caso es que la anécdota le había hecho ser bastante conocido entre las cotillas habituales del lugar. Y en particular de cierta peluquera.  Así fue como descubrió que a raíz de sus descubrimientos, que le iba a convertir en millonario se había vuelto totalmente paranoico. Empezó a no dejar entrar a nadie en su laboratorio.

 Esto tampoco era muy extraño, en su opinión. Pero como fuese que la compañía le estaba presionando decidió dimitir, con lo cuál estaba renunciando a parte del pastel económico. Comprobando fechas vio que al poco de anunciar su dimisión, y consecuente partida, habían empezado las primeras “apariciones”. Pero no podía terminar de cerrar la conexión porque los archivos indicaban que había partido rumbo a su Holanda natal días antes del primer  incidente con heridos de por medio.

 Pero con ser interesante estos cotilleos no terminaban de llevarle a ningún lado. Lo había estado posponiendo, pero ya no le quedaba otro remedio. Iba a visitar la excavación de dónde parecía haber surgido todo.

El ataque

 Ya había hecho público el anuncio de la visita. Aparte había hablado con Jackes, el jefe de los trapecistas. Estarían por la zona por si fuera necesario su apoyo. Partirían dentro de dos días. Ese día había terminado pronto las clases de artes marciales y se disponía a darse una ducha. Sin embargo algo lo alertó. Un pequeño ruido en la ventana. Dado que vivía en el segundo piso de una mansión de estilo Victoriano colonial no debía haber ruidos a la altura de la ventana.

 Así que visto que no ocurría nada inmediatamente imagino que debía puesto que parecía que alguien le acechaba, incluso sin su habilidad especial sabía que era así, debía alentarle a que se descuidara. Decidió que echarse una siesta, o aparentar que lo hacía, era un buen modo.

 Eso sí, se cuidó bien de asegurarse de que el sable japonés estaba debajo de la almohada. Realmente no eran sus espadas favoritas. Prefería una espada medieval de dos filos, hecha de hierro colado, más resistente,  en vez de hierro forjado, como las japonesas. Desafortunadamente Hollywood había permitido que llevar como objeto “decorativo” una katana estuviera bien visto. Pero no pasaba lo mismo con las armas medievales. Claro que la cultura made in Hollywood no permitían diferenciar una katana ceremonial, como la mayoría de las que se ven en occidente, de un arma de guerra como la que el  llevaba.

 Quien quiera que le acechara se lo tomaba con calma. Habían pasado varias horas y estaba anocheciendo. Y empezaba a tener sueño. Como en duermevela se acordó de una anécdota de su niñez. Caminaba distraído cuando de repente, en la periferia de su ángulo visual observó un borrón de movimiento. Era un perro. Y saltaba hacia su garganta. Se apartó en el último momento. Al girarse para esquivar vio una chica con una correa. Obviamente la dueña del animal. Corrió  hacia ella con el chucho  detrás y cuando la alcanzo corrió a su alrededor hasta que la chavala pudo atar al perro.

 Al abrir los ojos no vio ninguna mujer. Y lo que se aproximaba no era exactamente un perro. Apenas tuvo tiempo de sacar el arma de debajo de la almohada y dar un tajo. Al fin y al cabo el era experto en eskrima filipina, no Iai-do Japonés. Pero bastó.

 El hombre lobo, pues esa descripción le cuadraba perfectamente, detuvo su acometida cuando un tajo profundo cruzó su torso. Se echó hacia atrás, como sorprendido de que alguien hubiera sido más veloz que él.

 Armado con el curvado sable  no se sentía muy inquieto, pese a la intimidante apariencia del bípedo ser que tenía enfrente. La alarma empezó a cundir cuando se fijo  que de la herida estaba dejando de manar sangre. Aún así no se veía en una situación insalvable. Las garras del ser eran ciertamente peligrosas y sus comillos parecían capaces de triturar un cráneo humano sin esfuerzo. Pero el acero que mediaba entre ambos ya había demostrado que podía dañar a la criatura.

 Pero ese día parecía que no iba a ganar para sorpresas. De repente notó que algo tiraba con fuerza del arma. Por su lenguaje corporal dedujo que el lobito era el responsable. Un hombre lobo telekinético. Eso ya era muy preocupante. Como no era ningún principiante no había soltado la espada al notar el fuerte tirón. Pero igualmente no podía evitar que la fuerza invisible que la agarraba la apartase de la recta entre él y el licántropo. Mal asunto.

En esas el animal atacó. Las artes marciales son de dudosa utilidad contra un depredador de un cierto tamaño. Puñetazos y patadas contra garras y dientes no es buena estrategia. Y además por lo común el bicho suele ser más ágil y fuerte que el humano.

 Pero sirven para sorprender. Y si se cuenta con algún factor que permita obtener ventaja de la sorpresa podrían marcar la diferencia entre vivir y morir. En este caso concreto una patada con la planta del pie a la rodilla del animal lo paró un instante. Y no sólo eso. Al hacerlo la fuerza que retenía la espada cesó. Que el animal lograra apartarse lo suficiente para que el tajo descendente no impactara con su cabeza y se limitara a  hacer un corte profundo en su costado izquierdo habla muy bien de su capacidad en la lucha. Y de su resistencia. Ese golpe debería haber atravesado las costillas y haberle cortado el pulmón. Aún así parecía que le había producido un daño razonable, por lo visto lo suficiente para hacerle optar por una retirada.

 En el frenesí de la lucha apenas se había dado cuenta. Pero el hombre lobo había dado unos aullidos bastante altos. Así que enseguida había gente corriendo hacia su habitación. Tuvo que abrirles antes de que tiraran la puerta abajo de la impaciencia.

 Al día siguiente había mil rumores sobre lo acontecido. Para empezar nadie había sobrevivido a los ataques así que se mezclaban inquietud ante la reanudación de estos y un halo de nueva esperanza al ver que fuera lo que fuese podía ser detenido.

 Era por ello que al principio intentaron convencerle de que pospusiera la visita a la excavación. Pero a lo visto la gente empezaba a atar cabos. Pro algún motivo los ataques habían cesado justo el día después de su llegada. Y tras la pausa el atacado era él. Precisamente cuando iba a ir a  la excavación. Así que después de todo le dejaron ir. Incluso le animaron. Había urdido una excusa para la visita. Pero tras lo acontecido nunca nadie le preguntó sobre sus motivos.


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