martes, 26 de junio de 2018

Katana contra Kali


 Katana contra kali, samurais japoneses invadiendo pueblos campesinos de filipinas, recio acero japonés frente a un  grueso palo de madera extraída de algún bosque monzónico.  Hechos históricos pobremente recogidos en una escueta crónica. Un acaudalado empresario -aficionado a la historia del medievo nipón- no creía el desenlace narrado y me contrató para que hiciera el papel del bando filipino. Un encargo sencillo en el que con suerte no moriría nadie.

 Mientras llegaba ese combate me ocuparía de los asuntos de “la mano”, designación que yo usaba para esa organización sin nombre en un velado homenaje  a una asesina a sueldo griega experta en artes marciales Japonesas -alter ego de un célebre personaje de comic- que me había dado a conocer la existencia de la organización.

  “La mano” eran un grupo de científicos buscando alterar el orden social de occidente y crear uno nuevo en que se recompensara su mérito histórico por elevar a occidente sobre el resto de las civilizaciones.

  Según fui conociendo los entresijos de su organización vi claro que si esperaban tener éxito en su plan maestro debían usar un tipo de engaños en los que yo era un consumado experto, el espionaje industrial.

  Ya había localizado una empresa de nanotecnología, Nanogulls,  pionera en grandes avances hechos justo en la dirección que ellos necesitaban. Esos progresos junto a lo que los científicos de la mano habían ya desarrollado bastaría.

  Había hecho mis deberes de ingeniería social básica  y ya tenía localizada la víctima idónea. Una mujer de mediana edad que formaba parte del personal técnico de Nanogulls.

  Esta  siempre seguía la misma ruta hacía su casa, lo que facilitaba hallar una localización en la que ubicar disimuladamente mi holoter.

  Se basaba en un inocuo haz láser operativo en las longitudes de onda que había dado en llamarse teraherzios. Estas longitudes - situadas entre los infrarrojos y los microondas-eran emitidas de forma natural por la mayoría de los cuerpos.
    
       Cada material tenía su propia frecuencia específica, y el resto de sustancias era transparente a ella. Los primeros en hacer uso práctico de esas radiaciones fueron los satélites  de mediciones geológicas para seguir operativos en días nublados.

 Este láser sintonizaba-es decir formaba patrones de interferencia- con la frecuencia específica del metal del que estaban hechas las llaves de una persona y podía holografiarlas dónde quiera que su dueño las llevara guardadas. A partir de la holografía podía duplicar esas llaves, y con ellas entrar en el domicilio de esa persona sin forzar ninguna puerta.

  Precisaba  alguien que habitara en un lugar dónde el vecindario no fuera muy quisquilloso respecto a quien entraba y salía del portal,  y esa mujer cumplía el perfil.

  Ya tenía las llaves y esa mañana iba a entrar por primera vez en el piso. Comprobé que no había ningún problema, para ello había dejado una cámara de video digital en un coche situado cerca del portal.

  Verificar  el trasiego del vecindario podría ser un verdadero engorro de no contar con un programa que analizaba un archivo de video y detectaba los momentos en que una escena normalmente fija- la puerta del portal - cambiaba significativamente-cuando entraba o salía alguien.

  Era una tecnología desarrollada mayoritariamente por becarios universitarios supuestamente pagados por  la DGT -tráfico- aunque un poco de reflexión sugería quien podría estar financiándoles realmente.

 No había ningún imprevisto, todos los vecinos se habían marchado a sus respectivos trabajos y tenía vía libre. Entrar en el domicilio y sacar del ordenador los datos buscados fue un juego de niños.

  Entregé los ficheros a “la mano” y ocupé viendo cine y haciendo un poco de entrenamiento extra  los días previos duelo del que ya me habían notificado la fecha de celebración.

  Y llegó la gran noche. Se había elegido una amplia nave industrial de las empresas de mi adversario para albergar el evento.

 Este  se presentó ataviado con una armadura del periodo del Shogunato Tokugawa, siglo XVII, Japón feudal.

  Estrictamente eso se alejaba de las normas pactadas, pero me mostré condescendiente con esa pequeña ventaja extra limitándome a canjearla por un nimio incremento en mis emolumentos.
  Los padrinos- los de su rival, yo obviamente no llevaba ninguno- se situaron en las ubicaciones designadas y empezó el duelo.

  Mi adversario se situó en posición casi frontal, con los pies bastante separados,  sujetando la empuñadura de la espada con ambas manos y situándola en una posición atrasada al lado derecho de su cuerpo cómo hacían los protagonistas de las películas baratas.

  Un par de imperceptibles desplazamientos- hechos manteniendo el kali delante mio- me situaron en distancia de golpeo mientras el aprendiz de samurai seguía estático en su hierática postura con la espada casi a su espalda.

   Descargué el palo contra el costado derecho de la armadura con fuerza suficiente para dejar a mi oponente sin respiración pese a la protección del peto de su armadura.

 Permití que este recuperara el resuello; apenas recobrado el aliento cambió de táctica y esgrimió la katana lanzando o bien golpes cortos y nerviosos lanzados fuera de distancia- de los que me limitaba a apartarse- o bien golpes profundos  sin control que sorteaba con desplazamientos laterales acompañados de certeros golpes.

  Permití un breve rato a este juego y pasé a la ofensiva. En un instante dado mi adversario inclinó excesivamente el sable a su derecha- casi a la altura de su cadera-.  Desde la posición de cruz que siempre formaba mi arma con la del rival trazé con ella un arco ascendente que impactó su brazo adelantado, seguido de un giro del palo en el aire y un enérgico golpe descendente al casco de la armadura que le dejó inconsciente en el suelo.

  La justa había terminado y los padrinos reanimaron a su  jefe. No se había producido ninguna irregularidad y todo concluyó cordialmente con una cena en la que se comentaron afablemente los pormenores de la pelea. Incidentalmente averigüé el origen victoriano del pintoresco nombre de Nanogulls que  mi rival y patrón eligió para su empresa de alta tecnología.

 


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