jueves, 22 de agosto de 2019

Proyecto Wells II


ZOOPOLIS

  Como cualquiera de su generación había visto en cine y televisión varias escenas de convivencia entre diversas especies extraterrestres. Sin embargo la realidad difería bastante de lo que había visto.

 En realidad lo que estaba viendo le recordaba a una experiencia suya vivida en un parque de animales, criados en cautividad y acostumbrados al trato cercano con humanos. La idea era prepararlos para rodar escenas para cine y televisión. Había tenido que hacer la web del parque en su época de informático y había podido tratar con ellos: tocar  las garras de un oso a través de una alambrada, o meter el dedo entre sus dientes sin que le pasara nada, ver cómo un lobo se acercaba a él para que le rascara al igual que  leones y otros.

Claro que no todo era tan bonito. Las jaulas de los jaguares y los tigres estaban al lado una de otra. Recordaba vagamente estar mirando a un jaguar que se hallaba placidamente tumbado y desviar un instante la mirada para observar a los tigres, cuando su visión periférica notó un raudo movimiento. Era el jaguar que se hallaba sujeto a la malla metálica de la jaula por sus cuatro patas. Si no hubiera existido esa barrera el salto habría terminado encima suyo, y pese a sus buenos reflejos no habría podido reaccionar. Fue un recordatorio de la veloz naturaleza de los animales salvajes.

Ese parque se llamaba zoopolis, y en cierto modo el sitio donde estaba se lo recordaba una y otra vez, aunque había muchas diferencias.

            Empezó curioseando la vestimenta. Casi todos los seres que tenía a la vista iban ataviados con algún tipo de indumentaria. Y decía casi porque en algunos de ellos era difícil distinguirlo.  Se trataba de aquellos cuerpos cuyo aspecto exterior recordaba algo al caparazón de los insectos. Lo que se podría pensar que era su ropaje estaba formado de sustancias con un aspecto muy similar al plástico, y era difícil establecer dónde acababa lo natural y en qué punto se reemplazaba por lo artificial.

  Otro aspecto que no se asemejaba a nada que hubiera visto en la T.V. era la actividad que se estaba desarrollando. Se hallaba ante lo que parecía un campamento militar, más concretamente un campo de concentración. Las estructuras jerárquicas saltaban a la vista.

 Al mando se alzaban unos enormes seres que le recordaban arañas semierguidas. Cuatro pares de finas patas blancas a cada lado, de tamaño y grosor creciente según se acercaban a la cabeza, al modo también de las arañas terrestres. Pero sus rasgos más destacados eran las mandíbulas. Además del clásico par de aguijones de orientación horizontal propio de los arácnidos, los cuales servían para inyectar veneno, estos seres contaban con un juego de apéndices que claramente estaban adaptados para la  manipulación de herramientas.  También eran peculiares sus ojos. Tenían ojos facetados, como las moscas terrestres. En estas ese sistema le permitía una visión en 360º o alrededor. Imaginaba que en estos arácnidos su labor fuera la misma.

  Su vista pasaba de una maravilla a otra, a la vez que su mente intentaba analizar detalles, pero ese irrepetible momento terminó bruscamente. De la esquina de la casa en la que se hallaba volvió Eva y le instó a acompañarla, tirando insistentemente de su mano para ayudarle a salir de sus ensoñaciones.

  La siguió y doblaron la esquina por la que ella había llegado.  Se halló en una especie de callejuela bastante angosta, apenas transitada. La siguieron rápidamente y conforme avanzaban por ella cada vez se veían menos aliens. O para ser precisos todos los que veían empezaban a ser muy similares entre sí.  Hizo entonces, por primera vez, la hipótesis de que dónde quiera que se hallase el sitio estaba organizado como un zoo y él se estaba dirigiendo a la zona de bípedos.

                                   RUTINA

  Habían pasado varias semanas, no sabría decir cuantas exactamente porque el periodo de rotación de ese planeta era distinto al de la tierra- duraba unas 30 horas- y eso le confundía muchísimo. Además no tenía un satélite sino tres, todos más pequeños que la luna terrestre, por lo cual no tenía ninguna referencia para calcular la duración de un mes. En realidad bien pensado era una estupidez. Incluso si hubiera una sola luna nada la obligaba a tener una órbita de 30 días, pero la costumbre es una fuerza poderosa y se entretuvo con ese absurdo razonamiento una semana.

  En lo que no hubo dudas fue en su destino inmediato, pues enseguida entendió cuál era su papel allí: trabajar en ocupaciones pueriles durante casi todo el día. El resto del tiempo lo pasaba con Eva. Esa era la única parte interesante. Por algún motivo que aún no tenía muy claro se había encaprichado de él y se habían hecho amantes. No es que la chica le entusiasmara. Era nativa del planeta y como todos los nativos carecía de una educación decente. En realidad carecía casi de educación. Lo único que sabía lo había aprendido de otros como él que eran llevados a ese planeta durante un tiempo y luego devueltos a la tierra.  O al menos eso era lo que se les decía cuando eran llevados fuera del planeta. No tenía forma de saber si eso era cierto o no.

   Sin embargo Eva era lo único que le mantenía alejado de una depresión profunda. De estar rodeado de universitarios discutiendo de matemática e incluso hacer sus pinitos en la investigación,  había pasado a estar rodeado de analfabetos haciendo labores propias de un jardinero. No es que no le pareciera respetable la figura y la labor de cualquier jardinero, pero eso no era lo suyo.

Es cierto, estaba en un planeta alien, pero en su campo de trabajo aparte de humanos nativos sólo había una especie primate, de aspecto similar a los babuinos terrestres, cuyo grado de cultura no iba mucho más allá de la del austrolopitecus afariensis.           Se los utilizaba para manejar las mismas herramientas que los humanos. Pero no eran nada interesante como compañía. Vestían atavíos toscos,  hechos con sencillas y vulgares telas. Y sospechaba que habían adoptado esa costumbre en ese lugar. Tenía la impresión de que en su planeta de origen iban desnudos. Por desgracia su lenguaje era demasiado rudimentario para poder tratar esos temas. O eso le habían comentado los humanos que estaban con él en la misma comuna. Lo que estaba muy claro es que él no conseguía sacar nada en claro de su sistema de gruñidos, y bastante mal lo pasó intentando interpretar su lenguaje corporal.

 Y sí, el jardín era alienígena, y muchos de  los insectos que pululaban por él eran distintos a ninguno que hubiera visto. Pero él no era biólogo y en cualquier caso, tampoco le dejaban muchos momentos para estudiar el entorno. Simplemente  pudo ver que se hallaba en una amplia finca vallada, sita en las afueras de la ciudad  (o tal vez sería más correcto llamarlo campamento base). Aproximadamente en el centro de dicha finca se hallaban unas construcciones sencillas, y en ellas estaban el comedor, la cocina, algunos cuartos para herramientas y unas habitaciones con varias camas cada una, de cinco, ocho, o dos personas, donde en ocasiones les tocaba dormir.

  Le hubiera gustado tratar más con las especies que había visto el día de su llegada, pero a su zona sólo llegaban de vez en cuando algunos visitantes ocasionales. El único extraterrestre asiduo era uno de los arácnidos que según entendió era el supervisor del centro. Pero no podía entablar conversación con él.

  Pese a la compañía de Eva la desesperación empezaba a hacer mella en su ánimo. Sin embargo ese día se encontró con un cambio en la rutina habitual. Les llevaron a comer a un pabellón del centro del campamento. Allí había más variedad de especies, pero aún  más importante, también más humanos, y para su sorpresa se dió cuenta de que entre ellos había una humana de su misma ciudad, pudo reconocerla por la vestimenta, muy diferente a la de los humanos residentes.  Se llamaba Marta Alcaide, un irónico apellido para alguien que estaba recluido en una prisión- pensó en ese momento. Se trataba de una chica que había estudiado biología en su misma universidad. Sin pensárselo dos veces se acercó a ella y la chica le comentó que   acababa de llegar. Se la veía tan aturdida como lo había estado él la primera semana. Pero apenas tuvo tiempo para hablar con ella, apenas el tiempo suficiente para que ella le informara de que estaba asignada a trabajar en ese pabellón. Acordaron que intentarían volver a verse y averiguar todo lo posible sobre por qué estaban allí.


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