miércoles, 11 de enero de 2012

El barrio viejo: II

<<Allá por los 70 alguien perspicaz dijo aquella frase de "no te fíes de nadie mayor de 30 años". Observando a la inmensa mayoría de los que hoy tienen mas de 70 años la frase estaba sobradamente justificada >> 


Tras cerrar a toda prisa el SMS me giré para verificar si había alguna posibilidad de que alguien lo hubiese podido leer accidentalmente. Afortunadamente no había nadie por las inmediaciones. El mensaje era de Nuyosh Neila, que era la identidad que había adoptado el sargento en esta etapa de vida civil. Supongo que la frase pretendía ser divertida, pero bendita la gracia que tenía en ese momento. Los del barrio viejo eran muy suspicaces con cualquier manifestación que pudiera tener tintes de gerontofobia. Me constaba que por frases menos ofensivas algunos visitantes ocasionales de las zonas de mayores habían sido denunciados y llevados a juicio. Me parecía muy mal por parte del sargento arriesgarse a llamar la atención en medio de la delicada empresa en la que estábamos para gastar una de sus bromitas. 

-- Raul, que te has quedado otra vez en plan autista, tras leer el mensaje del movil ¿Qué pasa? – preguntó Silvia. 

-- Nada, nada, un mensaje un tanto inadecuado de…Nuyosh – había estado a punto de decir el sargento --. Me giré un momento para comprobar si alguien podría haberlo visto accidentalmente, pero no hay problema, no había nadie por aquí. 

-- ¿Cómo que no? ¿Acaso no te has fijado en que estamos rodeados de serbots? – replicó Silvia. 

Me quedé parado un instante con cara de tonto y luego hice una inspección cautelosa de los alrededores. En la mesa de al lado, discretamente oculto por la hoja de menús había un serbot de apariencia lujosa. Y, que casualidad, su cámara estaba dirigida en nuestra dirección. Giré la cabeza al otro lado, tratando de justificar el gesto cogiendo la botella de vino que nos habían servido, y rellenando la copa. Enseguida pude discernir otro serbot, esta vez en el suelo, en modo de reposo, como si alguien lo hubiese dejado ahí medio olvidado. Silvia, que había seguido mi mirada todo ese tiempo intervino de modo aseverativo. 

-- Si, están por todos lados. De hecho hay uno debajo de la mesa, oculto por el mantel. Es algo común en el caso de las chicas. Yo siempre debo avisar a mis amigas de que cuando tengan que ir a algún barrio viejo se cuiden de ir en minifalda. Y si la llevan que no olviden de cruzar siempre las piernas. Casi siempre habrá un serbot atento a los descuidos. 

--Pero...por favor, que… -- es todo lo que atiné a decir antes de caer en lo que me había querido decir el sargento con su mensaje. Me estaba previniendo de los serbots. En realidad no era la primera vez que lo hacía. Para los de la zona joven los serbots son algo conocido, pero nos cuesta concienciarnos de su omnipresencia en los barrios viejos. De hechos los serbots habían sido creados específicamente para ayudar a personas discapacitadas, bien por accidente, o, sobre todo, gente anciana. Los primeros modelos comerciales surgieron en Japón. El país nipón tenía la mayor esperanza de vida del planeta, y su tecnología y cultura como civilización industrial siempre había pivotado en torno a la electrónica y la robótica. En el imaginario Japonés los robots no eran como en la americana, dónde la idea de los terminators era posiblemente el paradigma dominante. Para los ciudadanos del país del sol naciente los robots eran vistos como seres poderosos y benignos encargados de ayudar a los seres humanos. Desde luego un serbot estaba lejos de la idea del un robot antropomórfico dotado de inteligencia artificial completa. La mayoría eran sistemas con uno o dos brazos robóticos (no necesariamente iguales entre ambos) colocados sobre una plataforma móvil, normalmente algún tipo de carrito con ruedas. Contaban además con cámara, altavoz y micrófono. El sistema estaba gestionado por un ordenador, normalmente gobernable por pantalla táctil. El ordenador vía inalámbrica, se conectaba con el ordenador master, operado por el dueño del serbot. El operador podía enviar al serbot a realizar un montón de tareas cotidianas sin moverse de su sitio. Para una persona joven normal la utilidad de los serbots era escasa. Sin embargo para, por ejemplo, un parapléjico resultaba una bendición. Sin moverse del sofá, o de la cama, lo que correspondiera, podían enviar al serbot a cualquier rincón de la casa a traerles lo que fuese que pudieran necesitar. Tenía un amigo en esas circunstancias y me había comentado como esos aparatos habían representado una mejora sustancial en su calidad de vida. Algo tan sencillo como ir al frigorífico a coger una cerveza era una tarea muy complicada para él. Tenía que cambiarse del sofá a la silla de ruedas, ir asta la nevera, volver al salón y luego cambiarse otra vez al sofá. Y si se había olvidado cualquier tontería, por ejemplo una servilleta, tocaba repetir la tarea. Con el serbot bastaba con marcar en el ordenador master el punto de destino y el serbot, ayudado por un sistema de localización instalado en el edificio, iba desde dónde quiera que estuviese al lugar indicado. Si encontraba algún obstáculo que sistema de inteligencia artificial no supiera salvar enviaba un aviso y el dueño podía operarlo manualmente para resolver el problema, tras lo cuál proseguía el solito el trayecto. Una vez en destino alertaba al dueño para que realizara la tarea indicada. Esta solía requerir usar el brazo robot, o normalmente ambos. El robot transmitía por una cámara 3 D lo que veía a la pantalla, también3 D, del ordenador master. Eso daba al usuario una visión con sensación de profundidad que facilitaba sobremanera el uso de los brazos robots. Estos eran manejados por unos dispositivos instalados en los brazos del usuario que transmitían inalámbricamente al ordenador master, vía un dispositivo USB, El desarrollo de esa tecnología había sido propiciado mitad por los estudios de cine, dónde se usaban para crear animaciones a partir de movimientos de actores, mitad por los mandos sensibles al movimiento de las videoconsolas. 

El caso es que en las zonas convencionales el uso de los serbots estaba restringido a los domicilios. Y en casas diseñadas para personas funcionalmente capaces tenían algunos problemas para realizar ciertas tareas, principalmente porque en las casas normales todo estaba a una altura adecuada para ser manipulada por un humano, no por un robot que avanzaba a escaso centímetros del suelo. Habia modos de circunvenir esas dificultades, pero ninguno del todo idóneo. Sin embargo en los barrios viejos se había tenido en cuenta la necesidad de los serbots y casi todos los dispositivos domésticos contaban con accesos diseñados específicamente para ellos. Pero no sólo los hogares privados están diseñados con los serbots en mente. Toda la arquitectura de interior y exterior estaba preparada para ellos. De ese modo una persona con serios problemas de movilidad podía enviar su serbot a un supermercado. Una vez allí su serbot se acoplaba a un mercabot, diseñado específicamente para operar y acarrear los artículos del supermercado. El dueño del serbot – una vez seleccionados los productos que deseaba – iba a la caja correspondiente y realizaba el pago haciendo que el serbot proporcionara los datos de la tarjeta de crédito. Tras ello hacia que el serbot llevara la compra hasta su domicilio y la depositara en dónde correspondiese. Al finalizar dejaba el mercabot en la salida del portal de su casa y el mercabot se las apañaba por su cuenta para regresar al supermercado. 

Todo eso lo sabía intelectualmente. Pero no estaba acostumbrado a lidiar con ello de manera habitual. Y acababa de descubrir que los serbots eran unos excelentes dispositivos de espionaje. En ese momento pensó en la típica figura de la maruja cotilla. Para ese tipo de personas un serbot debía ser algo así como un regalo divino. Y por lo que había dicho Silvia por lo visto también el público masculino había encontrado su propio uso éticamente cuestionable de los serbots. Bueno, no es que él estuviera libre de culpa en eso último. Posiblemente si hubiese estado menos atento al escote de Silvia y más a lo que tenía a su alrededor no hubiera sido necesario que el sargento le enviara ese mensaje. Lo cuál, por supuesto, llevaba aparejada una pregunta ¿realmente sabía el sargento lo que estaba pasando? ¿O sólo había hecho suposiciones razonables y había acertado? 


En ese momento sonó otro aviso de mensaje. Pero esta vez era en el móvil de Silvia. Tras mirarlo esta se dirigió a él y le dijo: 

-- Hay cambio de planes. Me acaba de decir Nuyosh que acudamos a un auditorio cercano. Por lo visto hay un concierto de piano que le interesa y nos tenemos que reunir allí con él. 

-- ¿Qué vamos a un concierto de piano? ¿De música clásica quieres decir? – pregunté con voz mas temblorosa de lo que pretendía. 

-- Si, confirmó Silvia ¿Qué pasa? ¿No te gusta la música clásica? 

--Bueeeno – dije tomando tiempo para pensar la respuesta – no es que me disguste, pero no suelo oírla. Yo soy mas de guitarras, rock sinfónico, Yes, Emerson Lake and Palmer, también los Queen, o el heavy. Y, hombre, los músicos de rock sinfónico tienen normalmente formación de conservatorio, y a veces hacen versiones de obras clásicas, pero vamos, hasta ahí llego. Nunca he ido a un auditorio. 

Silvia, que me había estado mirando todo el rato como si le estuviera hablando de la vida íntima de los dinosaurios, me respondió que sus gustos musicales eran eclécticos, pero más modernos que los míos. Eso sí, por lo visto le gustaban los instrumentos acústicos y en la música que escuchaba por lo visto no era infrecuente oír violines, contrabajos, clavicémbalos, o algún otro. En cuanto al sargento creo recordar que una vez me dijo que había estudiado algunos años de piano, supongo que eso explicaría en parte lo del concierto. Pero, aún así. ¿Qué relación podía haber entre un concierto de piano y una conspiración contra la ocupación Kokusha? ¿Y como es que el sargento se avenía a visitar el barrio viejo, con lo antipático que le resultaba? En fin, si le hubieran dado diez céntimos por cada acto del sargento para el que no tenía explicación obvia a estas alturas ya seria millonario. Sólo quedaba acudir, y ver que pasaba.

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