Puñetas, esto de avanzar por las ramas
parece sencillo cuando uno ve como lo hacen los monos, o si acaso su
rey, el tarzán ese. Pero para mí, y mi equipo de 40 kilos, es una
labor insufrible. Tengo que estudiar en cada momento que rama coger.
Debe aguantar mi peso y además debe estar cerca de otra del árbol
de al lado que también me soporte. Compruebo cuán fácil es juzgar
mal y al llegar a l extremo de una hay que dar la vuelta y buscar
otra ruta. Y encima debo hacer eso mientras trato de prestar atención
al tiroteo del otro lado. Pierdo la noción del tiempo y no la
recobro hasta no llegar a un claro que, si no me he perdido, está al
otro lado del desfiladero verde por el que habían pasado mis
compañeros. Casi me asombro cundo miro el cronómetro y compruebo
que no he tardado ni res minutos. Miro alrededor buscando al
sargento, pero no hay rastro. En ese momento ráfaga de disparos no
muy lejanos me recuerdan que estoy en medio de una refriega. Agarro
el fusil, retiro el seguro y me dirijo hacia dónde sonaron os
últimos disparos procurando avanzar con máxima cautela.
Llego al borde de un pequeño
barranco de uno dos metros y desde ahí puedo observar que mis
compañeros están apostados en los árboles de abajo, pendientes de
un denso follaje que se agolpa debajo de otros árboles, unos metros
mas adelante de su posición. De repente uno de los soldados dispara
una ráfaga de trazadoras a la vez que grita nervioso: “Allí, en
la copa de los árboles”. Como respuesta sus compañeros saltan de
sus posiciones y convierten la zona señalada en un aguacero
horizontal de plomo. Pongo la fotomultiplicacón del sistema visual
al máximo y veo saltar madera y hojas por todos lados, pero no
distingo señal alguna de animales hostiles. Pienso para mi mismo que
no tiene sentido que disparen allí. ¿Qué coño puede haber ahí?
¿Un mono? ¿Un pájaro? En ese momento caigo que el sargento había
cruzado por los árboles. ¿Estarán esos idiotas disparando al
sargento?
Envío por sistema interno de
comunicación una señal de proximidad para que esos gorilas
hormonados de gatillo fácil estén avisados de mi presencia y pueda
acercarme a ellos sin que me acribillen a balazos. Llego a la
posición de mas cercano. Con el casco y el sistema de visión es
imposible reconocer las caras de los compañeros, pero el sistema
informático de su traje informa al del mío que estoy hablando con
un tal Hidoyi Kitara. Soy amablemente informado de que debo dirigirme
a él en inglés o Japonés ¡Mierda! ¡Cómo hecho de menos el
ejercito de mi país dónde todo el mundo hablaba en cristiano. Me
tranquilizo consigo preguntarle en la lengua de su graciosa majestad
a que se supone que le están disparando. Al principio no entiendo su
respuesta, creo entender lo que dice, pero no tiene sentido. ¿eyes?
¿ojos?. Para asegurarme señalo los míos, bueno, en realidad señalo
el visor del traje, pero se sobreentiende. Hido – he decidido
acortar su nombre -- asiente a la vez que le oigo decir: Yes, eyes,
¿ojos? I think that in spanish is ojos?
Me despido de Hido y corriendo de
árbol en árbol llego hasta la posición del soldado que abrió el
tiroteo. Esta vez tengo suerte y es un sudamericano, Hugo, que habla
mi idioma. Le pido que me confirme lo que había dicho Hido. ¿Están
disparando a unos ojos que han visto en la copa de los árboles?
-- Si Jorge, aparentemente el traje
le ha dado mi nombre en el del apellido, había ojos de roannom en
ese árbol.
-- ¿Cómo? ¿Pero ha pensado usted en
lo que me está diciendo? ¿Cómo va a haber un roannom de varios
cientos de kilos en la copa de ese árbol? Nunca aguantaría su peso.
Y además ¿Cómo sabe que eran ojos de roannom? ¿Acaso ha visto
alguno en su vida?
Hugo hizo una pausa, que en medio de
esa tensión se hizo eterna y a fin concedió – No señor, nunca he
visto uno personalmente. Pero los reconozco de los videos de
entrenamiento, señor.
Me sorprendió que se dirigiese a mí
como “señor” ya que ambos éramos del mismo rango, soldados
rasos. Posiblemente mi actitud le hiciera pensar instintivamente que
yo era un superior suyo. No era la primera vez que me sucedía algo
así. Al fin y al cabo había sido un oficial en su momento y los
modales estaban ahí. Dejé esa reflexión de lado y analicé
rápidamente sobre lo que me decía. Y era muy dejado para las
prácticas de ordenador, pero me constaba que eran muy realistas. Si
afirmaba reconocer los ojos del roannom, que seguramente siendo una
criatura alienígena fueran lo bastante extraños para resultar
inconfundibles, habría que darle algo de crédito. Pero era
imposible que ese bicho estuviese subido ahí. Entonces recordé uno
de los pequeños trucos de nuestros trajes y decidí que no
necesitaba fiarme de su palabra.
-- Hugo, si no recuerdo mal en as
misiones esta siempre activo el sistema de grabación subjetivo ¿no
es así?
-- Si señor, así es – replicó
raudo.
--¿Podría transmitir a mi traje el
vídeo de los últimos minutos, si no le importa? –Reflexioné un
instante y añadí -- En las tres gamas, infrarrojo, visible y
ultravioleta, si es posible.
Hugo hizo una pausa para mirar hacia
el muro de vegetación de ominoso aspecto frente al que estábamos
apostados e hizo signos a los compañeros de que aguzaran la
vigilancia. Tras eso con su mano derecha alzó la tapa de plástico
ultra resistente situada en el brazo izquierdo, a la altura de la
muñeca. Debajo estaba la pantalla multitactil de cinco pulgadas que
permitía acceder a las funciones del sistema operativo del
exoesqueleto de combate. Se movió ágilmente por los menús y
realizó las operaciones oportunas. Una señal en el visor de mi
traje me avisó del envío, vía bluetooth 4.1 del archivo
requiriendo mi permiso para aceptarlo. Usé una orden subvocalizada
para consentir la acción. Usé otra orden para activar en mi sistema
visor una réplica del sistema de menús que había usado Hugo. Un
sistema de detección de la posición de la pupila permitía que esta
pudiese funcionar como “ratón”. Pequeños guiños actuaban como
clicks d los botones derecho o izquierdo. Era un sistema de manejar
el traje más sofisticado que la pantalla táctil y requería
bastante práctica. Pero no había alcanzado mi graduación militar
en mi antiguo ejército por casualidad. Y la parte técnica era en la
que más había destacado siempre.
Pedí por gestos paciencia a los
compañeros apostados mientras revisaba los vídeos. El
correspondiente a la luz visible corroboró las afirmaciones de Hugo,
asumiendo que no se equivocaba en la identificación de los ojos,
claro. El ultravioleta no mostraba prácticamente nada, como casi
siempre. Los infrarrojos, por el contrario, fueron muy reveladores.
Mostraban que en torno a una mancha azules, que se correspondía con
los ojos, había un entorno rojo, más cálido, con la forma y tamaño
de una pequeña ave, de un aspecto estrafalario, pero definitivamente
algo parecido a un ave.
Eso no tenía mucho sentido, pero a
menos era una información útil. Fuera lo que fuese no parecía una
amenaza directa. Comuniqué mi descubrimiento a los muchachos y
coincidieron en que no parecía algo de lo que preocuparse por ahora.
Entonces pregunté cuantos éramos y dónde estaba el resto del
grupo. Me contaron que cuando se vieron los ojos por primera vez
había coincidido con un ataque – no sabían decirme muy bien de
que tipo -- a uno de los soldados desde otra dirección y que se
habían dispersado en varias direcciones. Pegunté también quien
estaba al mando en nuestro grupillo y resultó que no había nadie
que ostentara ninguna graduación con l cuál hubo un acuerdo tácito
de que por ahora yo estaba al mando.
Conecté el sistema de radio de largo
alcance e intenté comunicarme con el resto de la tropa. Al principio
no logré respuesta, pero tras un par de minutos oí que alguien me
respondía. Era el sargento. Le conté las incidencias de nuestra
improvisada unidad. No pareció muy sorprendido por el extraño
incidente de los ojos en el árbol. Me dijo que conocía el percal,
despachó el asunto con un conciso “eran ojos cuánticos”. Cuando
le pregunté por detalles me dijo que ya me explicaría el asunto en
persona. De lo que si me informó es de que había contactado con
otros grupúsculos dispersos y que estaba reorganizándolos para que
volvieran a unirse. También me comentó que se habían producido
unas cuantas bajas. Hasta ese momento había encontrado cuatro
cadáveres, pero sospechaba que debía haber al menos dos más. Me
hizo saber también que nadie había vuelto a tener noticias de los
kukosha que nos acompañaban, pero que estaba casi seguro de que no
había bajas entre ellos. Las últimas fases de la conversación
sirvieron para fijar el punto de encuentro.
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