miércoles, 11 de enero de 2012

Guerras ajenas (III)

Puñetas, esto de avanzar por las ramas parece sencillo cuando uno ve como lo hacen los monos, o si acaso su rey, el tarzán ese. Pero para mí, y mi equipo de 40 kilos, es una labor insufrible. Tengo que estudiar en cada momento que rama coger. Debe aguantar mi peso y además debe estar cerca de otra del árbol de al lado que también me soporte. Compruebo cuán fácil es juzgar mal y al llegar a l extremo de una hay que dar la vuelta y buscar otra ruta. Y encima debo hacer eso mientras trato de prestar atención al tiroteo del otro lado. Pierdo la noción del tiempo y no la recobro hasta no llegar a un claro que, si no me he perdido, está al otro lado del desfiladero verde por el que habían pasado mis compañeros. Casi me asombro cundo miro el cronómetro y compruebo que no he tardado ni res minutos. Miro alrededor buscando al sargento, pero no hay rastro. En ese momento ráfaga de disparos no muy lejanos me recuerdan que estoy en medio de una refriega. Agarro el fusil, retiro el seguro y me dirijo hacia dónde sonaron os últimos disparos procurando avanzar con máxima cautela.

Llego al borde de un pequeño barranco de uno dos metros y desde ahí puedo observar que mis compañeros están apostados en los árboles de abajo, pendientes de un denso follaje que se agolpa debajo de otros árboles, unos metros mas adelante de su posición. De repente uno de los soldados dispara una ráfaga de trazadoras a la vez que grita nervioso: “Allí, en la copa de los árboles”. Como respuesta sus compañeros saltan de sus posiciones y convierten la zona señalada en un aguacero horizontal de plomo. Pongo la fotomultiplicacón del sistema visual al máximo y veo saltar madera y hojas por todos lados, pero no distingo señal alguna de animales hostiles. Pienso para mi mismo que no tiene sentido que disparen allí. ¿Qué coño puede haber ahí? ¿Un mono? ¿Un pájaro? En ese momento caigo que el sargento había cruzado por los árboles. ¿Estarán esos idiotas disparando al sargento?

Envío por sistema interno de comunicación una señal de proximidad para que esos gorilas hormonados de gatillo fácil estén avisados de mi presencia y pueda acercarme a ellos sin que me acribillen a balazos. Llego a la posición de mas cercano. Con el casco y el sistema de visión es imposible reconocer las caras de los compañeros, pero el sistema informático de su traje informa al del mío que estoy hablando con un tal Hidoyi Kitara. Soy amablemente informado de que debo dirigirme a él en inglés o Japonés ¡Mierda! ¡Cómo hecho de menos el ejercito de mi país dónde todo el mundo hablaba en cristiano. Me tranquilizo consigo preguntarle en la lengua de su graciosa majestad a que se supone que le están disparando. Al principio no entiendo su respuesta, creo entender lo que dice, pero no tiene sentido. ¿eyes? ¿ojos?. Para asegurarme señalo los míos, bueno, en realidad señalo el visor del traje, pero se sobreentiende. Hido – he decidido acortar su nombre -- asiente a la vez que le oigo decir: Yes, eyes, ¿ojos? I think that in spanish is ojos?

Me despido de Hido y corriendo de árbol en árbol llego hasta la posición del soldado que abrió el tiroteo. Esta vez tengo suerte y es un sudamericano, Hugo, que habla mi idioma. Le pido que me confirme lo que había dicho Hido. ¿Están disparando a unos ojos que han visto en la copa de los árboles?

-- Si Jorge, aparentemente el traje le ha dado mi nombre en el del apellido, había ojos de roannom en ese árbol.
-- ¿Cómo? ¿Pero ha pensado usted en lo que me está diciendo? ¿Cómo va a haber un roannom de varios cientos de kilos en la copa de ese árbol? Nunca aguantaría su peso. Y además ¿Cómo sabe que eran ojos de roannom? ¿Acaso ha visto alguno en su vida?

Hugo hizo una pausa, que en medio de esa tensión se hizo eterna y a fin concedió – No señor, nunca he visto uno personalmente. Pero los reconozco de los videos de entrenamiento, señor.

Me sorprendió que se dirigiese a mí como “señor” ya que ambos éramos del mismo rango, soldados rasos. Posiblemente mi actitud le hiciera pensar instintivamente que yo era un superior suyo. No era la primera vez que me sucedía algo así. Al fin y al cabo había sido un oficial en su momento y los modales estaban ahí. Dejé esa reflexión de lado y analicé rápidamente sobre lo que me decía. Y era muy dejado para las prácticas de ordenador, pero me constaba que eran muy realistas. Si afirmaba reconocer los ojos del roannom, que seguramente siendo una criatura alienígena fueran lo bastante extraños para resultar inconfundibles, habría que darle algo de crédito. Pero era imposible que ese bicho estuviese subido ahí. Entonces recordé uno de los pequeños trucos de nuestros trajes y decidí que no necesitaba fiarme de su palabra.

-- Hugo, si no recuerdo mal en as misiones esta siempre activo el sistema de grabación subjetivo ¿no es así?
-- Si señor, así es – replicó raudo.
--¿Podría transmitir a mi traje el vídeo de los últimos minutos, si no le importa? –Reflexioné un instante y añadí -- En las tres gamas, infrarrojo, visible y ultravioleta, si es posible.

Hugo hizo una pausa para mirar hacia el muro de vegetación de ominoso aspecto frente al que estábamos apostados e hizo signos a los compañeros de que aguzaran la vigilancia. Tras eso con su mano derecha alzó la tapa de plástico ultra resistente situada en el brazo izquierdo, a la altura de la muñeca. Debajo estaba la pantalla multitactil de cinco pulgadas que permitía acceder a las funciones del sistema operativo del exoesqueleto de combate. Se movió ágilmente por los menús y realizó las operaciones oportunas. Una señal en el visor de mi traje me avisó del envío, vía bluetooth 4.1 del archivo requiriendo mi permiso para aceptarlo. Usé una orden subvocalizada para consentir la acción. Usé otra orden para activar en mi sistema visor una réplica del sistema de menús que había usado Hugo. Un sistema de detección de la posición de la pupila permitía que esta pudiese funcionar como “ratón”. Pequeños guiños actuaban como clicks d los botones derecho o izquierdo. Era un sistema de manejar el traje más sofisticado que la pantalla táctil y requería bastante práctica. Pero no había alcanzado mi graduación militar en mi antiguo ejército por casualidad. Y la parte técnica era en la que más había destacado siempre.

Pedí por gestos paciencia a los compañeros apostados mientras revisaba los vídeos. El correspondiente a la luz visible corroboró las afirmaciones de Hugo, asumiendo que no se equivocaba en la identificación de los ojos, claro. El ultravioleta no mostraba prácticamente nada, como casi siempre. Los infrarrojos, por el contrario, fueron muy reveladores. Mostraban que en torno a una mancha azules, que se correspondía con los ojos, había un entorno rojo, más cálido, con la forma y tamaño de una pequeña ave, de un aspecto estrafalario, pero definitivamente algo parecido a un ave.

Eso no tenía mucho sentido, pero a menos era una información útil. Fuera lo que fuese no parecía una amenaza directa. Comuniqué mi descubrimiento a los muchachos y coincidieron en que no parecía algo de lo que preocuparse por ahora. Entonces pregunté cuantos éramos y dónde estaba el resto del grupo. Me contaron que cuando se vieron los ojos por primera vez había coincidido con un ataque – no sabían decirme muy bien de que tipo -- a uno de los soldados desde otra dirección y que se habían dispersado en varias direcciones. Pegunté también quien estaba al mando en nuestro grupillo y resultó que no había nadie que ostentara ninguna graduación con l cuál hubo un acuerdo tácito de que por ahora yo estaba al mando.

Conecté el sistema de radio de largo alcance e intenté comunicarme con el resto de la tropa. Al principio no logré respuesta, pero tras un par de minutos oí que alguien me respondía. Era el sargento. Le conté las incidencias de nuestra improvisada unidad. No pareció muy sorprendido por el extraño incidente de los ojos en el árbol. Me dijo que conocía el percal, despachó el asunto con un conciso “eran ojos cuánticos”. Cuando le pregunté por detalles me dijo que ya me explicaría el asunto en persona. De lo que si me informó es de que había contactado con otros grupúsculos dispersos y que estaba reorganizándolos para que volvieran a unirse. También me comentó que se habían producido unas cuantas bajas. Hasta ese momento había encontrado cuatro cadáveres, pero sospechaba que debía haber al menos dos más. Me hizo saber también que nadie había vuelto a tener noticias de los kukosha que nos acompañaban, pero que estaba casi seguro de que no había bajas entre ellos. Las últimas fases de la conversación sirvieron para fijar el punto de encuentro.


 Tras cortar la comunicación hay un interludio de calma entre tanta agitación. Y es entonces cuando caigo en el hecho de que en los poco menos de diez minutos que habían pasado desde que se empezaron a oír los disparos ese maldito bicho, al menos eso es lo que indicaban las apariencias, había conseguido eliminar a al menos seis soldados armados hasta los dientes y embutidos en un traje que multiplicaba su fuerza , resistencia y sentidos naturales. ¿Cómo era eso posible?

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