Seguimos avanzando por la enmarañada
jungla. En algunos puntos la vegetación era tan tupida que sólo
dejaba angostos paso por dónde o bien debíamos pasar de uno en uno
o bien dar marcha atrás y buscar un camino alternativo. El sargento
siempre nos instaba a elegir la segunda opción, lo cuál nos
suponía a veces enormes retrasos. Los hombres no entendían tanto
desvío y empezaban a ponerse nerviosos. Había murmullos
transmitidos por la radiometría de los trajes protestando. Muchos se
preguntan porque tomar tantas precauciones por un maldito bicho.
Argumentaban que sin duda podría ser un animal muy chungo para los
civiles. Tal vez incluso para policías armados con pistolas de
pequeño calibre si realmente la piel de la criatura era tan dura
como se advertía en los manuales que le entregaban a uno cuando le
traían a la zona de combate. Pero ¡coño! ¡Ellos eran el puto
ejercito!. No entendían porque yendo armados hasta os dientes, y
estando prevenidos, debían toma tantas precauciones por culpa de un
puto bicho.
Al final las protestas llegaron a los
oídos de los mandos y vi como un de los kukosha, esta vez sin el
camuflaje activado, se dirigía hacia el sargento. Oí como discutían
acaloradamente. Resultaba claro que el sargento era totalmente reacio
a permitir que la compañía fuese en algún momento por un camino
previsible. Pero el planta, y por tanto el ejercito, estaba en manos
de los kukosha y terminaron imponiendo su autoridad. Cuando se
comunicó que no se darían más rodeos hubo un murmullo aprobatorio.
Yo tampoco entendí la preocupación del sargento, y deseaba llegar
cuanto antes al campamento. Pero en las pocas semanas que llevaba en
ese lugar de horror y muerte había comprendido que sólo había una
regla fiable para seguir con vida, hacer caso al sargento.
Por eso cuando llegamos a otro de los
pasos estrechos tomé una decisión arriesgada. La compañía, según
lo decidido, enfiló el pasillo en fila india. Se tomaron unas
precauciones mínimas, por supuesto una avanzadilla de cuatro
hombres. Estos pasaron sin toparse con ninguna resistencia hasta
llegar al siguiente ensanche de la vegetación dónde se apostaron
para cubrir al resto de cualquier posible emboscada. El sargento
permaneció en todo momento al borde de pasillo, mirando aquí y
allá, siempre a zonas dónde no parecía haber nada. Ese era el tipo
de cosas que hacían que infundiese un terror irracional en la tropa.
En una ocasión observé que había fijado su mirada durante más
tiempo del habitual en una cierta zona y, simplemente por curiosidad,
miré yo también hacia el mismo lugar. Usé todas las longitudes de
onda que permitía ver el traje: infrarrojos, ultravioletas y luz
visible. Y usé al máximo el zoom para cada una de esas regiones
del espectro, pero no vi nada anormal, absolutamente nada. Cuando ya
había pasado toda la compañía, excepto los kokusha el sargento y
yo mismo hubo una pequeña discusión. El sargento informó que se
negaba a pasar por el pasillo y que prefería escalar los árboles,
atravesar el paso saltando de rama en rama y que ya se reuniría con
los demás al otro lado. Los Kokusha eran reacios a esa idea, pero
tampoco querían enfrentarse de manera abierta al sargento así que
le dejaron seguir adelante con su excentricidad. Yo pedí permiso
para seguir al sargento, en español, claro, pues no hablaba la
lengua oficial lo bastante bien como para estar seguro de que decía
exactamente lo que pretendía y no cometía algún imperdonable error
fortuito. El sargento trasladó mi petición a los kokusha que
aceptaron sin mayor ceremonia. Posiblemente me consideraban un ser
insignificante y no les importaba mucho mi suerte.
Cuando la silueta de los kokusha se
desvaneció en el oscuro túnel formado por la vegetación el
sargento me preguntó:
--- ¿a que ha venido esa petición,
hombre? – Creí que tú eras de los que seguía a pies juntillas la
opinión mayoritaria.
-- Sí mi sargento, así suele ser,
señor — le concedí sin ambages pues realmente era cierta su
afirmación.
-- ¿Entonces? ¿A que se debe esto
soldado Martínez? ¿Le gusta trepar? ¿O acaso cree que le debo
dinero y no quiere perderme de vista? – dijo con tono de broma.
-- No sabría decirle, señor. Es una
intuición. Usted es el más veterano aquí, vive cuando otros
fallecen. Tendrá sus motivos para hacer lo que hace, supongo –
aduje dubitativo.
--Ya ¿y usted no cree como el resto
que lo que me mantiene vivo son mis poderes mágico, o alguna otra
superchería del estilo?
Me sorprendió sobremanera que el
sargento sacara a colación esas habladurías. No sabíamos que
estuviera al corriente de las mismas, pero tampoco resultaba muy
sorprendente..Lo que si era inusitado era que hablara abiertamente
del tema.
--Yo…señor…de cuchicheos de
marujas no quiero saber demasiado, señor. Sí que se dicen cosas,
pero ..no se, señor, yo en mi país era ingeniero militar…no he
creído nunca en brujería – conseguí responder pese a los nervios
que me estaba generando la situación.
-- Ya, pues debería .creer Martinez,
debería.—dijo asertivamente el sargento.
-- ¿Cómo? – exclamé totalmente
confundido. –Perdón señor, tenía entendido que antes de la
ocupación usted era un distinguido científico, físico, si no me
equivoco. No esperaba que un científico apoyara las supersticiones,
si no es irrespetuoso por mi parte decirlo, señor.
-- Jaja, ¿distinguido científico?
Hay que ver lo que hace la rumorología…Mire Martinez, sin entrar
en detalles, tal vez si fuese un buen físico, pero no era
precisamente uno distinguido con honores académicos. Pero una cosa
le voy a decir, y no como un superior militar a un subalterno sin
como dos personas de ciencia hablando desenfadadamente en una
cafetería. Mire, antes de la ocupación de la tierra la ciencia
tenía una explicación satisfactoria para todos los fenómenos
cotidianos, e incluso para la mayoría de los exóticos. Pero las
cosas han cambiado radicalmente. Ahí fuera hay seres inteligentes
que han desvelado secretos del universo que nosotros sólo
empezábamos a vislumbrar. Hay culturas muy diversas que funcionan de
maneras insospechadas. Los caminos de la evolución han creado seres
de características que no se parecen a nada visto aquí en la
tierra. Incluso si alguien no cree en lo sobrenatural debe lidiar con
el hecho de que es un ignorante y que a veces es mas conveniente
guiarse por el instinto, y sí, incuso por conductas supersticiosas
si quiere sobrevivir. Eso no significa que deba renunciar a las
explicaciones científicas, pero a veces estas quedan demasiado lejos
de los conocimientos de uno.
-- ¿Y por eso debemos volver a
comportarnos como monos y subir otra vez a los árboles? Respondí
indignado, olvidándome de las jerarquías castrenses.
--jaja, ¿está replanteándose su
decisión? Todavía esta a tiempo, por supuesto—respondió burlón.
– Pero mire, en este caso le puedo asegurar que hay motivos muy
mundanos para no ir por ahí. Los kukasha saben en que consisten,
aunque han aceptado correr el riesgo. La tropa sin embargo no son
conscientes de a que se enfrentan. He revisado la información que se
entrega sobre los Ransom en sus manuales y he visto que es muy
incompleta.
--¿Cómo? ¿Y sabiendo eso les ha
dejado pasar? – grité, cada vez mas enojado
-- Mucho me temo que los manuales no
son incompletos solamente sobre los roannom. Hay muchas cosas que no
dicen. Algunas deliberadamente, otras por error, y otras
sencillamente por ignorancia. Mire soldado Martinez, esto no es una
selva de criaturas salvajes, es una zona de guerra. Las guerras
interestelares son caras y el transporte de pesadas tecnologías a
distancias interestelares es tremendamente costoso. Para atacar un
objetivo tan secundario y retrasado como es la tierra es más
sencillo recurrir tácticas como la guerra biológica.
-- ¿Guerra biológica? ¿Ese roannom
es un poco grandecito para tratarse de un virus, me parece a mi –
repliqué irónicamente.
- ¡No me sea tan provinciano,
Martínez! La guerra biológica no son sólo microbios. Mire, ese
roannon, como muchas otras criaturas, ha sido traído aquí como un
embrión que no ocupa apenas espacio en una nave espacial. Una vez
aquí se le ha hecho crecer en una placenta artificial y luego se le
ha soltado para que se reproduzca de manera natural. Fíjese, hay
animales por aquí de los que no se sabe casi nada, pero no es el
caso de los roannom. Esas criaturas, la versión original, son la
especie dominante de su planeta. Pero han sido modificadas una y mil
veces por ingenieros genéticos con siglos de experiencia en su
trabajo. Los han convertido en criaturas especializadas en atacar
civilizaciones con armas al estilo de las nuestras. Le puedo segurar
que un fusil de asalto no es una ventaja definitiva, ni mucho menos,
contra esas criaturas. No puedo decirle exactamente lo que van a
hacer porque hay variantes del modelo original, cada una con
peculiaridades únicas. Por eso mismo tampoco me preocupa tanto que
el manual sea incompleto. Podría dar una falsa sensación de
seguridad. Es mejor que los soldados no piensen que saben exactamente
a que se enfrenten y tengas los ojos bien abiertos.
--Pero señor. ¡No es así! No sé
que habilidades tendrán esos bichos pero los muchachos creen que son
como los describe el manual. – aduje angustiado.
--No Martínez, no. Usted cree eso.
.Como buen ingeniero cofia mucho en los manuales. Pero yo sé que hay
rumores entre la tropa que advierten sobre el peligro real de los
roannom
--Pues ahora ya no entiendo nada. Si
saben eso ¿Cómo es que van tan confiados? ¿Y cuál es exactamente
el peligro de pasar por ese pasillo selvático? ¿No entiendo nada
señor!
--Esa actitud, si no deja que le lleve
al derrotismo, puede que le salve la vida. Pero ya llevamos mucho
tiempo hablando. Creo que la trampa del roannom ya habrá casi hecho
efecto y nosotros debemos estar al oro lado para volverla contra
él..
Yo iba a preguntarle en que consistía
la trampa, pero no tuve ocasión. De un salto impresionante el
sargento se encaramó a una rama situada a unos tres o cuatro metros
de altura.. Yo forcé los servomotres del traje al máximo y no legué
a ella, con lo cual tuve que escalar por el tronco del árbol. Empecé
a replantearme si realmente el sargento no tendría superpoderes. Los
kukosha no nos habían dado prácticamente nada de su tecnología y
el traje era de construcción humana. Lo único que nos habían
regalado los aliens eran unas fuentes de energía portátiles de gran
potencia y duración que aumentaban de manera espectacular las
prestaciones del traje. Ese era nuestro caso, pero empezaba a
sospechar que el sargento se las había apañado para obtener más
secretos de los aliens. No pude reflexionar mucho sobre el tema
porque en ese momento se oyeron gritos y disparos de ametralladora.
Por los visto la acción iba a empezar sin mi.
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