miércoles, 11 de enero de 2012

Guerras ajenas (II)


Seguimos avanzando por la enmarañada jungla. En algunos puntos la vegetación era tan tupida que sólo dejaba angostos paso por dónde o bien debíamos pasar de uno en uno o bien dar marcha atrás y buscar un camino alternativo. El sargento siempre nos instaba a elegir la segunda opción, lo cuál nos suponía a veces enormes retrasos. Los hombres no entendían tanto desvío y empezaban a ponerse nerviosos. Había murmullos transmitidos por la radiometría de los trajes protestando. Muchos se preguntan porque tomar tantas precauciones por un maldito bicho. Argumentaban que sin duda podría ser un animal muy chungo para los civiles. Tal vez incluso para policías armados con pistolas de pequeño calibre si realmente la piel de la criatura era tan dura como se advertía en los manuales que le entregaban a uno cuando le traían a la zona de combate. Pero ¡coño! ¡Ellos eran el puto ejercito!. No entendían porque yendo armados hasta os dientes, y estando prevenidos, debían toma tantas precauciones por culpa de un puto bicho.

Al final las protestas llegaron a los oídos de los mandos y vi como un de los kukosha, esta vez sin el camuflaje activado, se dirigía hacia el sargento. Oí como discutían acaloradamente. Resultaba claro que el sargento era totalmente reacio a permitir que la compañía fuese en algún momento por un camino previsible. Pero el planta, y por tanto el ejercito, estaba en manos de los kukosha y terminaron imponiendo su autoridad. Cuando se comunicó que no se darían más rodeos hubo un murmullo aprobatorio. Yo tampoco entendí la preocupación del sargento, y deseaba llegar cuanto antes al campamento. Pero en las pocas semanas que llevaba en ese lugar de horror y muerte había comprendido que sólo había una regla fiable para seguir con vida, hacer caso al sargento.

Por eso cuando llegamos a otro de los pasos estrechos tomé una decisión arriesgada. La compañía, según lo decidido, enfiló el pasillo en fila india. Se tomaron unas precauciones mínimas, por supuesto una avanzadilla de cuatro hombres. Estos pasaron sin toparse con ninguna resistencia hasta llegar al siguiente ensanche de la vegetación dónde se apostaron para cubrir al resto de cualquier posible emboscada. El sargento permaneció en todo momento al borde de pasillo, mirando aquí y allá, siempre a zonas dónde no parecía haber nada. Ese era el tipo de cosas que hacían que infundiese un terror irracional en la tropa. En una ocasión observé que había fijado su mirada durante más tiempo del habitual en una cierta zona y, simplemente por curiosidad, miré yo también hacia el mismo lugar. Usé todas las longitudes de onda que permitía ver el traje: infrarrojos, ultravioletas y luz visible. Y usé al máximo el zoom para cada una de esas regiones del espectro, pero no vi nada anormal, absolutamente nada. Cuando ya había pasado toda la compañía, excepto los kokusha el sargento y yo mismo hubo una pequeña discusión. El sargento informó que se negaba a pasar por el pasillo y que prefería escalar los árboles, atravesar el paso saltando de rama en rama y que ya se reuniría con los demás al otro lado. Los Kokusha eran reacios a esa idea, pero tampoco querían enfrentarse de manera abierta al sargento así que le dejaron seguir adelante con su excentricidad. Yo pedí permiso para seguir al sargento, en español, claro, pues no hablaba la lengua oficial lo bastante bien como para estar seguro de que decía exactamente lo que pretendía y no cometía algún imperdonable error fortuito. El sargento trasladó mi petición a los kokusha que aceptaron sin mayor ceremonia. Posiblemente me consideraban un ser insignificante y no les importaba mucho mi suerte.

Cuando la silueta de los kokusha se desvaneció en el oscuro túnel formado por la vegetación el sargento me preguntó:

--- ¿a que ha venido esa petición, hombre? – Creí que tú eras de los que seguía a pies juntillas la opinión mayoritaria.

-- Sí mi sargento, así suele ser, señor — le concedí sin ambages pues realmente era cierta su afirmación.

-- ¿Entonces? ¿A que se debe esto soldado Martínez? ¿Le gusta trepar? ¿O acaso cree que le debo dinero y no quiere perderme de vista? – dijo con tono de broma.

-- No sabría decirle, señor. Es una intuición. Usted es el más veterano aquí, vive cuando otros fallecen. Tendrá sus motivos para hacer lo que hace, supongo – aduje dubitativo.

--Ya ¿y usted no cree como el resto que lo que me mantiene vivo son mis poderes mágico, o alguna otra superchería del estilo?

Me sorprendió sobremanera que el sargento sacara a colación esas habladurías. No sabíamos que estuviera al corriente de las mismas, pero tampoco resultaba muy sorprendente..Lo que si era inusitado era que hablara abiertamente del tema.

--Yo…señor…de cuchicheos de marujas no quiero saber demasiado, señor. Sí que se dicen cosas, pero ..no se, señor, yo en mi país era ingeniero militar…no he creído nunca en brujería – conseguí responder pese a los nervios que me estaba generando la situación.

-- Ya, pues debería .creer Martinez, debería.—dijo asertivamente el sargento.

-- ¿Cómo? – exclamé totalmente confundido. –Perdón señor, tenía entendido que antes de la ocupación usted era un distinguido científico, físico, si no me equivoco. No esperaba que un científico apoyara las supersticiones, si no es irrespetuoso por mi parte decirlo, señor.

-- Jaja, ¿distinguido científico? Hay que ver lo que hace la rumorología…Mire Martinez, sin entrar en detalles, tal vez si fuese un buen físico, pero no era precisamente uno distinguido con honores académicos. Pero una cosa le voy a decir, y no como un superior militar a un subalterno sin como dos personas de ciencia hablando desenfadadamente en una cafetería. Mire, antes de la ocupación de la tierra la ciencia tenía una explicación satisfactoria para todos los fenómenos cotidianos, e incluso para la mayoría de los exóticos. Pero las cosas han cambiado radicalmente. Ahí fuera hay seres inteligentes que han desvelado secretos del universo que nosotros sólo empezábamos a vislumbrar. Hay culturas muy diversas que funcionan de maneras insospechadas. Los caminos de la evolución han creado seres de características que no se parecen a nada visto aquí en la tierra. Incluso si alguien no cree en lo sobrenatural debe lidiar con el hecho de que es un ignorante y que a veces es mas conveniente guiarse por el instinto, y sí, incuso por conductas supersticiosas si quiere sobrevivir. Eso no significa que deba renunciar a las explicaciones científicas, pero a veces estas quedan demasiado lejos de los conocimientos de uno.

-- ¿Y por eso debemos volver a comportarnos como monos y subir otra vez a los árboles? Respondí indignado, olvidándome de las jerarquías castrenses.

--jaja, ¿está replanteándose su decisión? Todavía esta a tiempo, por supuesto—respondió burlón. – Pero mire, en este caso le puedo asegurar que hay motivos muy mundanos para no ir por ahí. Los kukasha saben en que consisten, aunque han aceptado correr el riesgo. La tropa sin embargo no son conscientes de a que se enfrentan. He revisado la información que se entrega sobre los Ransom en sus manuales y he visto que es muy incompleta.

--¿Cómo? ¿Y sabiendo eso les ha dejado pasar? – grité, cada vez mas enojado
-- Mucho me temo que los manuales no son incompletos solamente sobre los roannom. Hay muchas cosas que no dicen. Algunas deliberadamente, otras por error, y otras sencillamente por ignorancia. Mire soldado Martinez, esto no es una selva de criaturas salvajes, es una zona de guerra. Las guerras interestelares son caras y el transporte de pesadas tecnologías a distancias interestelares es tremendamente costoso. Para atacar un objetivo tan secundario y retrasado como es la tierra es más sencillo recurrir tácticas como la guerra biológica.

-- ¿Guerra biológica? ¿Ese roannom es un poco grandecito para tratarse de un virus, me parece a mi – repliqué irónicamente.

- ¡No me sea tan provinciano, Martínez! La guerra biológica no son sólo microbios. Mire, ese roannon, como muchas otras criaturas, ha sido traído aquí como un embrión que no ocupa apenas espacio en una nave espacial. Una vez aquí se le ha hecho crecer en una placenta artificial y luego se le ha soltado para que se reproduzca de manera natural. Fíjese, hay animales por aquí de los que no se sabe casi nada, pero no es el caso de los roannom. Esas criaturas, la versión original, son la especie dominante de su planeta. Pero han sido modificadas una y mil veces por ingenieros genéticos con siglos de experiencia en su trabajo. Los han convertido en criaturas especializadas en atacar civilizaciones con armas al estilo de las nuestras. Le puedo segurar que un fusil de asalto no es una ventaja definitiva, ni mucho menos, contra esas criaturas. No puedo decirle exactamente lo que van a hacer porque hay variantes del modelo original, cada una con peculiaridades únicas. Por eso mismo tampoco me preocupa tanto que el manual sea incompleto. Podría dar una falsa sensación de seguridad. Es mejor que los soldados no piensen que saben exactamente a que se enfrenten y tengas los ojos bien abiertos.

--Pero señor. ¡No es así! No sé que habilidades tendrán esos bichos pero los muchachos creen que son como los describe el manual. – aduje angustiado.

--No Martínez, no. Usted cree eso. .Como buen ingeniero cofia mucho en los manuales. Pero yo sé que hay rumores entre la tropa que advierten sobre el peligro real de los roannom

--Pues ahora ya no entiendo nada. Si saben eso ¿Cómo es que van tan confiados? ¿Y cuál es exactamente el peligro de pasar por ese pasillo selvático? ¿No entiendo nada señor!

--Esa actitud, si no deja que le lleve al derrotismo, puede que le salve la vida. Pero ya llevamos mucho tiempo hablando. Creo que la trampa del roannom ya habrá casi hecho efecto y nosotros debemos estar al oro lado para volverla contra él..

Yo iba a preguntarle en que consistía la trampa, pero no tuve ocasión. De un salto impresionante el sargento se encaramó a una rama situada a unos tres o cuatro metros de altura.. Yo forcé los servomotres del traje al máximo y no legué a ella, con lo cual tuve que escalar por el tronco del árbol. Empecé a replantearme si realmente el sargento no tendría superpoderes. Los kukosha no nos habían dado prácticamente nada de su tecnología y el traje era de construcción humana. Lo único que nos habían regalado los aliens eran unas fuentes de energía portátiles de gran potencia y duración que aumentaban de manera espectacular las prestaciones del traje. Ese era nuestro caso, pero empezaba a sospechar que el sargento se las había apañado para obtener más secretos de los aliens. No pude reflexionar mucho sobre el tema porque en ese momento se oyeron gritos y disparos de ametralladora. Por los visto la acción iba a empezar sin mi.

No hay comentarios:

Publicar un comentario