miércoles, 11 de enero de 2012

Guerras ajenas (final)


Hum, me está dando el sol en la cara, coñe ¿Quién se ha dejado abierta la persiana? Odio profundamente despertarme con la luz del sol en los ojos. Busco la sábana para taparme la cabeza y protegerme de esa insidiosa luminosidad y ese calor tan hiriente, pero no la encuentro. ¡Ostia puta! , pero si llevo el taje de combate puesto ¿Qué leches ha pasado? Intento levantar la cabeza para mirar alrededor pero cuando trato de incorporarme me golpea una jaqueca de órdago a la grande. Vuelvo a tumbarme, y cierro del todo los ojos, esperando que pase el pico de dolor. Cuando aminora entreabro cautelosamente los ojos, pero la caridad es excesiva y trae de vuelta el malestar. Descanso un poco más y pruebo a repetir la maniobra, pero usando la mano a modo de visera, funciona…en parte.

Renuncio a incorporarme y me limito a girar la cabeza un poco. Noto una tirantez en el cuello, pese a ello intento forzar y como recompensa logro que casi me de un tirón. Descanso de nuevo y entonces noto que tengo bastante sed.¿dónde coño estoy y como he llegado aquí. Descanso un poco más y la conciencia y los recuerdos empiezan a aflorar. Me vienen a la mente imágenes de una misión nocturna, de extraños ojos en la oscuridad, pero todo muy fragmentario. Siempre he sido de los que tardan bastante en desperezarse, pero lo de hoy parece el arrancar de un Windows última generación en el que se han instalado mas programas de la cuenta instalado en un ordenador que ya era veterano tres versiones mas atrás del sistema operativo. Mientras termino de salir del estado de duermevela hago un nuevo intento de mirar el entorno. En vez de girar sólo el cuello pruebo a girar todo el cuerpo y consigo mi propósito sin que ninguna parte de mi cuerpo proteste en exceso. Alzo de nuevo los párpados, con mucha cautela, y consigo vislumbrar una imagen de colores excesivamente vívidos que me muestran lo que parece un pedazo de suelo selvático. Noto como bailan mi retina unas pequeñas centellas y cierro de nuevo los ojos. Los tapo con la mano para protegerlos de los rayos inmisericordes del astro rey mientras intento que mis recuerdos terminen conformando una historia coherente de lo que pasó antes de terminar tendido en dónde cuernos quiera que este ahora. Los recuerdos siguen viniendo de manera dispersa. Veo imágenes espeluznantes de una autopsia. Nunca me gustaron las autopsias, ni siquiera en las series de policías forenses, y en directo imponen mucho más. No estoy seguro si lo que veo son recuerdos, o estoy todavía soñando. En todo caso la imagen cambia y me veo hablando con el sargento, aunque no consigo entender ni papa de a conversación. Me parece que hablamos de mecánica cuántica, pero en este momento mi cabeza no está para poder seguir el hilo. Luego el sargento se va y veo imágenes que parecen sacadas de un videojuego, o de una peli de alien. En las escenas se ve como una bruma de oscuridad se forma como si fuera un vapor negro fluyendo desde unos metros de altura. Y entre medias un monstruo va saltado de un lado a otro. Mata a algunos soldados, pero la mayoría de muertes las provocan ellos mismos disparando a ciegas desde la oscuridad que les envuelve alcanzando con sus disparos a sus compañeros. Luego la oscuridad se cierne sobre mí y ya no veo nada. Intento recordar más pero cuando mi mente se ve embargada por las resonancias de la sensación de una oscuridad envolvente la fatiga se impone y noto que el sueño me invade de nuevo. Intento resistir, intuyendo que pueda estar en una situación delicada, pero es en vano.

Despierto de nuevo. Estoy algo más descansado, y recuerdo el anterior intento de abandonar el reino de Morfeo. Intento incorpórame, y lo consigo, pero el dolor de cabeza llega enseguida, unido a una sensación de mareo. Inmediatamente después me golpea una sensación insoportable de una sed agónica. Instintivamente llevo las manos a la cintura y tanteo en busca de la cantimplora. Hay suerte, está ahí, Destapo con manos temblorosas la tapa y casi puedo oler el agua fresca, pese a que se supone que es inodora. El deseo de beber se sobrepone al tormento que supone llevar las manos por encima de la cabeza y al dolor flagelante de los rayos de un sol en su cenit en mis ojos. Bebo con descontrol, ignorando los ocasionales signos de advertencia de mi estómago protestado por el abuso. La reconfortante sensación del agua, en mi garganta acalla sus objeciones. Según bebo más y la sed se apaga un poco mi mente cae en la cuenta de que el líquido de la cantimplora está cualquier cosa menos fresco y que en realidad parece mas bien caldo caliente. Pero me importa un pimiento y sigo bebiendo. Cuando noto por el peso menguante que ya casi no debe quedar más agua hago un esfuerzo intelectual decido guardar algo por si no encontrara agua potable en un futuro cercano. El efecto del agua en mi cuerpo hace milagros y consigo ponerme en pie. Miro alrededor y veo mi casco, a unos pocos metros. Me acerco a él con pasos vaciantes y, con extrema cautela, lo recojo del suelo. Me giro hacia dónde había estado tumbado y veo que yacía al lado del tronco desnudo casi por completo de ramas de un enorme árbol. En ese momento me asaltan de nuevo las imágenes de tiroteos y busco el rifle reglamentario. Una sensación de peso ausente en mi espalda me indica que no está dónde debería, y una exploración táctil lo confirma. Presa de un incipiente brote de pánico compruebo si llevo alguna otra arma. Miro la cartuchera de mi cintura y verifico que llevo una pistola automática reglamentaria. Y al otro lado está mi cuchillo de campo. No son gran cosa contra las amenazas alienígenas de esa selva, pero me pueden ser útiles ante las igualmente mortales especies autóctonas. No obstante procuro buscar el rifle. Me pongo el casco, para poder controlar adecuadamente el traje de combate. Y de paso tener la cabeza protegida. Nada mas ubicarlo en su sitio me doy cuenta de que está estropeado, al menos en parte. Debería hacer una exploración en detalle para ver que funciona, y que no. Lo más urgente es intentar ponerme en contacto con el resto de compañeros. Intento conectar los sistemas de comunicación, pero algo falla. El sistema parece funcionar, pero sólo oigo el leve sonido de fondo que indica que el sistema aparenta funcionar, y ocasionales chasquidos de estática. Decido dejarlo de momento y volver a la tarea de localizar el rifle extraviado. Se supone que si este se haya lejos de su poseedor certificado debe emitir una señal codificada que permite a éste localizarlo. Intento activar el sistema de localización y me alegro a ver que me da una señal. Me dirijo adónde me indica el sistema. Mientras avanzo mi estómago gruñe una vez más. Esta vez no es sed sino hambre lo que le lleva a requerir mi atención. Pienso en las barritas de chocolate que llevo en la mochila y entonces es cuando caigo en que no llevo la mochila encima. Una labor de búsqueda más me aguarda, que bien.

Llego a dónde el sistema me indica que debe estar el rifle pero no doy con él de inmediato. En esa zona la hierba es bastante alta y me toca rastrear un poco hasta que doy con él. Lo agarro y compruebo con una agobiante ansiedad si funciona. El seguro está quitado así que sólo debo apuntar y disparar. Me lo pienso un poco pues caso de haber alguna amenaza por los alrededores el sonido de los disparos podría atraerla. Rápidamente decido que prefiero correr el riesgo y disparo una breve ráfaga contra el tronco del árbol más cercano. Es un árbol bastante pequeño y los disparos lo parten en dos, derribándolo. Me aparto del estrépito de ramas cayendo, con una cierta satisfacción. Renuncio a hacer mas pruebas para ahorrar munición. Decido buscar la mochila que, entre otras cosas, contiene cargadores de reserva. A falta de mejor idea empiezo a buscar en las proximidades del rifle. Según busco caigo en la cuenta de que en la zona dónde estaba el rifle hay un tenue rastro de maleza pisoteada. Una dirección del camino va hacia la zona dónde había despertado, decido ir en sentido contrario. Casi pierdo el rastro en algunas zonas dónde la hierba es más rala y las huellas de mi paso menos claras. Pero algo viene a facilitar mi labor. Junto a las leves señales que dejan en el suelo mis pasos hay otras huellas, bastante mas profundas. No me cuesta mucho reconocerlas, son de un roannon. No soy un cazador experto pero la imagen parece clara, había pasado por ahí a la carrera huyendo de un roanon. Con el descubrimiento vienen a mi mente imágenes confusas de una huida envuelta en oscuridad, pero los detalles aún se me escurren por las grietas en mi memoria. Sigo caminando y al final doy con la mochila. La recojo del suelo y enseguida observo el tremendo desgarro en su parte trasera. El desperfecto es un testigo mudo de la violencia del golpe descargado por el roannom. El tejido de esa mochila es de un material nanotecnológico de última generación, mas fuerte incluso que el nanocarbono que pensaba usarse de soporte al hilo que soportara el peso de un hipotético ascensor espacial. Y aparte del tejido envolvente la mochila tenía varios refuerzos para hacerla funcionar como chaleco antibalas. Pese a ello a garra del roannon había podido perforarla. De no haberla llevado puesta el golpe me había destrozado la espalda. Al comprenderlo un escalofrío recorre mi espina dorsal, y con él nuevos detalles acuden a mi mente. Recuerdo el anterior escalofrío que había sentido al inicio de la misión y con ello la línea general de lo acontecido. Mientras esos recuerdos van inundando mi mente recojo los contenidos de la mochila esparcidos por el golpe. Algunos están destrozados, pero otros aún son aprovechables. Cuando recojo un tetrabrik de leche condensada con una pequeña rotura, insuficiente para derramar su contenido, observo que adherido a la abertura hay un pequeño animal. Parece una avispa, pero con e abdomen obscenamente hinchado. Al ir a apartarla oprimo sin querer su barriga y veo como empieza a manar de un orifico situado en medio de ese abdomen, antes inapreciable, un gas negruzco. Y entonces ilumina mi cerebro con una luz que compite con la del insidioso sol tropical. Intuyo que ese insecto, o lo que fuese, debe ser una de esas partes modulares del roannom de las que habló el sargento. Exprimo un poco más al bicho y veo que hay bastante vapor oscuro en el mismo, Me imagino esos bichos revoloteando sobre mi cabeza y dejando salir ese gas que oscurece mi visión y me deja indefenso la espera de que el roannom venga a por mí. Y entonces recuerdo definitivamente que así haba sido. La sensación de terror cuando la oscuridad me envolvió. Ninguno de los sistemas de visión ampliada del traje la atravesaba. Recuerdo haber tenido la presencia de ánimo suficiente como para ampliar el sistema de audición para paliar mi ceguera, y como fue en vano. Un zumbido golpeaba mis oídos al subir el volumen y me impedía oír nada más. Recuerdo como unas vibraciones en el suelo me hicieron sospechar de la llegada del monstruo y como inicié una carrera a ciegas. Recuerdo el tremendo golpe a mi espalda, indudablemente el momento dónde me fue arrancada la mochila. Aparentemente el roannn se entretuvo un rato husmeando la mochila y yo seguí huyendo. En mi huida noté como algo, sospecho que alguna rama baja, me arrebataba el rifle de las manos. Recuerdo seguir corriendo, aún mas rápido, y el final de mi carrera marcado con un tremendo impacto, sospecho que con el tronco del árbol junto al que me había despertado conmocionado. Lo que no me encajaba era que estuviera vivo. Sin duda el roannon habría sabido encontrarme, entre otras cosas porque sus pequeños secuaces insectívoros seguían conmigo en todo momento. ¿Qué había impedido que me diera caza?

En ese momento sonó un avisé en mi traje. Me indicaba que alguien intentaba enviarme un video. Por supuesto acepté. En cuanto se descargó lo abrí. Era el sargento, o, para ser exactos, un muñeco animado simulando al sargento. Os trajes podían generar ese tipo de vídeos en tiempo real, guiándose por los sensores d posición anatómica de los que disponía, y de unos skins con la caricatura digitalizada del ocupante del traje. Eran mitad un divertimento, miad un medio de enviar mensajes sin dejar pruebas. Presté atención a lo que me decía el sargento. Su mensaje era sorprendente. Me informaba de que los kokusha habían dado por perdida la guerra convencional y habían declarado la zona como “comprometida”. Eso venía a significar que habían decidido empezar una operación aérea de exterminio total, usando armas de su propia factura, no humanas. Me comunicaba también que la mayoría de los operativos terrestres habían sido evacuados. Unos pocos, por contra, no habían podido ser hallados. Más preocupante era la parte dónde me explicaba que los kokusha habían recibido filtraciones de la posible presencia de algunos elementos sediciosos entre las tropas. Entre los sospechosos de actividades sediciosas figuraba él --el soldado raso Martínez -- y algunos miembros más del equipo de la última misión, posiblemente todos ellos fallecidos en la misma según le parecía a Martinez. El mensaje concluía con un oferta a tomar un transporte ajeno al mando kokusha, fletado por el sargento y “algunos amigos”. Se daban las coordenadas dónde podría encontrarlo así como las condiciones para poder cogerlo. Cualquiera que tomase ese transporte debía renunciar a su actual identidad y aceptar iniciar una nueva, para la cuál se le proporcionarían los papeles oportunos. No se adquiría compromiso ninguno con los rescatadores y si, pasado un tiempo prudencial, se quería recuperar la identidad original se le proporcionarían los medios para intentarlo. Se avisaba, no obstante, de que los kokusha posiblemente no fuesen muy receptivos a es propuesta.

Y ahí terminaba el mensaje. Tras sopesar pros y contras había decido que no había muchas dudas. Había cogido el transporte en la zona acordada. Él había sido el único en tomarlo. Había esperado ver aparecer al menos al sargento, pero n había sido el caso. A la hora de haber entrado el transporte se puso en marcha, aparentemente sin nadie para guiarlo. El aparato inició el vuelo usando para ello tecnología no humana pues no había reactores ni hélices. Los kokusha disponían de esa tecnología, y al parecer alguien más, alguien relacionado con el sargento según parecía. Durante su vuelo a baja altura se había cruzado con naves kokuha que habían pasado a su lado aparentemente sin reparar en esa pequeña nave que le transportaba. Al poco vio que el cielo de la nueva noche, que ya había tenido tiempo de caer, se iluminaba con fogonazos de luces de varios colores. Las siluetas de las detonaciones no se correspondían con el perfil de ningún explosivo del que el tuviese noticia. No sabía nada de cómo podían actuar, pero la impresión visual, con rayos revoloteando de un lado a otro entre el fulgor general de la sostenida explosión, no auguraban nada bueno. No pudo disfrutar mucho del espectáculo pues enseguida la nave había acelerado, alejándose presurosa del área de bombardeo. Y en esas estaba. Camino de lo desconocido. No tenía mas familia que el ejército, y muchos de sus amigos habían muerto. Aparte de ellos su único pariente vivo era su ex – esposa, que le había dejado años atrás, cuando la llegada de los aliens había minado su fe religiosa. En definitiva, que no perdía mucho renunciando a su identidad. Y si había algún tipo de movimiento en activo para librarse de los usurpadores kokusha n le molestaba unirse a ello. Había ingresado en el ejército para defender su planeta, no a sus regentes autoimpuestos. Y si de algún modo el sargento estaba detrás de revuelta la intuición le decía que había alguna remota posibilidad de que no fuese una causa totalmente perdida de antemano. En definitiva, se iniciaba una nueva etapa de su vida, la más prometedora en muchos, muchos años.

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