miércoles, 11 de enero de 2012

Supers (II)

Había estado viendo y leyendo todo lo que encontraba sobre el supertipo de la tele. A estas alturas ya le habían adjudicado un nombre de guerra: “estrella solitaria”. Por lo visto lo que a mi me había parecido un traje hortera, alternando colores blancos azules y rojos, distribuidos en grandes franjas perpendiculares, y una gran estrella en el pecho, situada sobre una de las franjas azules, eran una clara alusión a la bandera tejana. Y como texas era el estado de la estrella solitaria decidieron bautizar así al tipo volador. Otros, posiblemente con un deje de ironía, preferían llamarle el “supervaquero”, en referencia que las botas del uniforme asemejaban una versión de diseño de las típicas botas de un vaquero. Los flecos en la pechera del uniforme avalaban esa estética. Había incluso quien decía que en realidad el supertipo no era otro que Chuck Norris, que había decidido dejar de simular que era un artista marcial y comportarse acorde a la mitología que los chistes habían formado en torno a su persona. 

Por desgracia – y como cabía esperar – no todo era tan lúdico en torno a “estrella solitaria”. En los USA había estallado un debate sobre la legalidad o ilegalidad de los actos que todo el mundo había visto en la TV. Para empezar a las pocas horas de pasarse el reportaje los presuntos delincuentes habían recibido ofertas de todas las grandes firmas de abogados de los states para poder representarles legalmente, por supuesto de manera totalmente gratuita. Al final se llegó incluso al punto en que fueron los despachos de abogados los que ofrecieron dinero a los detenidos para que les permitiesen defenderles jurídicamente. Al final se llevaron el gato al agua los del bufete Baker & McKenzie de los cuales, como cualquier ignorante en temas legales, no había oído hablar en mi vida. Habían optado por una estrategia totalmente agresiva. No sólo reclamaban la puesta en libertad de sus defendidos sino que reclamaban la persecución legal del supervaquero acusándole de haber incumplido un buen número de leyes. Los juristas a ambos lados del atlántico coincidían en que si bien formalmente estaban en lo cierto la situación era lo bastante atípica como para solicitar que se creara una jurisprudencia específica tras un debate social. Los organismos oficiales no se pronunciaban claramente a un lado o hacia otro y e propio presidente Obama había tenido que comparecer en una conferencia dedicada exclusivamente al tema para explicar que se estaba creando un comité multidisciplinar dedicado a investigar el caso. 

A todo ello se había sumado un pequeño escándalo relacionado con la cadena de televisión. Por lo visto las escenas reales no eran tan espectaculares como les hubieran gustado a los jefes de la empresa y habían decidido añadir algunas escenas rodadas con actores para que todo quedara mas hollywoodiense. Las habían montado, con considerable habilidad, aprovechando los cambios de plano entre las cámaras de el helicóptero y las de los coches de policía. Por supuesto eso significaba que la emisión no era, como se afirmaba, en directo,. El engaño se había detectado rápidamente cuando un equipo de expertos había analizado el vídeo. En realidad era inevitable que la trampa se detectara y nadie se explicaba como habían sido tan torpes como para haberla intentado. En cualquier caso tampoco era un gran problema para la cadena, y, de hecho, le sirvió para tener un record de audiencia cuando emitió el vídeo sin las escenas añadidas. 

En definitiva, un cacao impresionante. Si por mi fuera iría a los USA, buscaría a ese supervaquero y cuando le encontrase – que le encontraría – mas le valdría tener una buena razón para actuar como lo había hecho o, para de verdad hacer honor a su alias, su próxima acción superheroica la iba a hacer en algún planeta deshabitado que diera vueltas a alguna estrella solitaria en el borde exterior de la galaxia. 
Por supuesto ahora no estaban las cosas para dejarme llevar por impulsos. Llevaba varias semanas planificando una “intervención” y aunque la aparición del supervaquero aconsejaba aplazarla hasta ver como iban desarrollándose los acontecimientos había otros factores que invitaban a lo contrario. Hacía un par de meses había empezado a detectarse en los locales nocturnos que regentaba una incidencia anormalmente alta de consumidores de droga ocasionales con “malas experiencias”. Algunos habían perecido de maneras particularmente desagradables. Dada mi posición en el mundo del ocio nocturno tenía contactos en muchos sitios, incluyendo la policía y los hospitales. Gracias a ellos me habían llegado los resultados de las autopsias de los cadáveres y los partes médicos de los afectados. No había un patrón inequívoco, pero si pistas interesantes. Como cabría esperar tenía también mis contactos al otro lado de la ley. Después de todo la gente de seguridad de mis locales tenían localizados a los camellos habituales. La mayoría eran delincuentes de poca monta, que solo traficaban para sufragar su adicción. Como casi todo el mundo en mi sector de negocio hacía la vista gorda mientras las cosas no se desmadraran y la droga no se vendiese en mis locales. Pero si la gente empezaba a morir por drogas excesivamente adulteradas no me iba a quedar con los brazos cruzados. Hablando con unos y otros había descubierto quien vendió mercancía a los fallecidos. Sabía que eso no levantaría grandes sospechas, ni molestaría demasiado a nadie. Después de todo era lo que cabría espera que hiciera para defender mi negocio, e, incluso, a algunos conocidos míos que todo el mundo sabía que “se ponían”. Es gente imaginó, acertadamente, que tal vez hiciese llegar lo que averiguase a la policía. Eso ya si podría llegar a ser molesto ara quien pudiera estar detrás, pero confiaba en que no fuera suficiente como para que intentasen “darme algún aviso”. Desde luego ya nadie esperaría de mí que hiciese nada más. Y así sería de ser quien aparentaba. Pero claro, no lo era. 

Seguir a los pequeños camellos usando mis “habilidades especiales” para no ser descubierto había sido sencillo, aunque tedioso. Había tenido que seguir a varios hasta detectar un proveedor común a todos ellos, y que no fuera uno de los habituales. Luego había tenido que vigilar a ese proveedor e investigar sus contactos. Me había resultado sencillo robarles una pequeña muestra de mercancía, coca, para hacerla analizar, pero no había servido de mucho. La sustancia que habían usado para cortar a coca tenía demasiados componentes como para averiguar algo si no se sabía lo que se buscaba. Y, por desgracia, los análisis de los pacientes afectados no daban pistas suficientes al respecto. Eso me había llevado a tener que dedicar muchas horas al seguimiento de la banda hasta dar con el laboratorio en el que realizaban la adulteración de la droga. Tenían el local, situado en un polígono industrial, muy bien vigilado, con gente protegiéndolo a todas horas. Para no levantar sospechas hacían que los componentes de a banda que vigilaban por la noche se hicieran pasar por vigilantes jurados. Más aún, según había podido averiguar incluso tenían en regla la titulación pertinente para ejercer como tales. Para colmo usaban perros adiestrados con lo cuál mi capacidad de camuflarme, que en nada desmerecía a los aliens de la película predator, no me había granjeado acceso libre a las instalaciones. Había tenido que buscar en mi repertorio de “capacidades inusuales” alguna combinación que me permitiera entrar sin riesgo a ser detectado por los malditos chuchos y no había sido sencillo. Por supuesto podría haber optado por una táctica activa y haberlos dejado inconscientes a unos y otros. Tenía mil modos de lograrlo sin que ni siquiera se dieran cuenta de quien o qué les había atacado, pero eso habría alertado a los que estaban detrás de la operación y no era esa mi intención. Al final la solución que había usado fue algo a medio camino entre actividad y pasividad. El almacén estaba en la zona del polígono mas apartada, rayando con los descamados que rodeaban todo el lugar. Como estábamos en verano y hacía bastante calor un incendio accidental no era algo totalmente fuera de lugar. Elegí iniciarlo a última hora del día y lo mantuve controlado hasta las once, hora en que ya casi no había actividad comercial en la zona. En ese momento activé un viento que alimentó las llamas y llevó el humo hacia a nave que albergaba el laboratorio. Antes de ello me había asegurado de acumular una cantidad suficiente de plásticos como para hacer que el humo fuese lo bastante maloliente como para anular completamente el olfato de los puñeteros chuchos. 
La maniobra de distracción había funcionado adecuadamente y había podido entrar en el laboratorio y localizar toda la información que necesitaba. Esa información apuntaba a que el centro de operaciones – el lugar dónde se elaboraba la sustancia tóxica con la que se cortaba la cocaína – estaba en un chalet del país vasco francés. Y ese era el siguiente punto de su investigación. 
Normalmente hubiese ido a su destino usando su capacidad para volar, usando su sistema “predator” de camuflaje para que nadie le detectase. Pero ahora, gracias al supervaquero, todo el mundo esta pendiente del cielo, buscando la silueta de un humano recortada contra el firmamento. Seguramente su camuflaje le protegiera de ser detectado a simple vista. Pero no estaba seguro de la capacidad de su sistema de ocultación para proveerle de radares que, previsiblemente, podrían estar especialmente optimizados par detectar a alguien como él. Al no estar seguro prefirió no arriesgarse y optar por viajar en avión. Por supuesto no bajo su identidad habitual. Entre os recursos a su disposición estaba lo que el argot superheroico se conocía por ser un metamorfo. Podía, dentro de algunos límites, adoptar la apariencia de cualquiera. Mejor aún, podía morfear también muy diversos materiales, siempre y cuando tuviera disponible el molde adecuado. Eso le permitía falsificar de manera perfecta cualquier documento. Ese era un recurso que había explotado desde la primera vez que fue consciente de su naturaleza especia. Había localizado en los hospitales pacientes en coma irreversible cuyas complexión física general no difiriese demasiado de la suya, pero cuyos rostros fuesen lo bastante diferentes como para que no hubiera confusión posible. Al llevar en coma tanto tiempo eran gente olvidada por sus amigos y las posibilidades de que algún conocido del mismo con quien se pudiera topar accidentalmente le reconociera cuando usurpaba su apariencia se reducía al mínimo. 

Y ahí estaba, en el aeropuerto, usando la apariencia de un tal Lopez Martín. El tal Lopez en cuestión había sufrido de alopecia desde los veinte años. Cuando a os 45, 7 años atrás, el accidente de coche le dejó en coma, estaba casi completamente calvo. Únicamente tenía algo de pelo en los laterales de la cabeza. Tenía una cara regordeta bastante anónima. A juego con ella tenía una incipiente barriga. Trabajaba de comercial para una empresa de electrodomésticos y muebles de oficina no muy conocida, pero con implantación en varios piases. Es por ese motivo que había elegido a Lopez. Nada más normal que un comercial para realizar un viaje. Por supuesto en clase turista. Además el mecanismo de actuación de sus habilidades metamorfas funcionaba mejor añadiendo que sustrayendo. Por ese motivo añadir una barriguita sobre su vientre plano y redondear su cara resultaba bastante sencillo. Bastaba tener material orgánico que sus poderes pudieran moldear como arcilla y superponerlos sobre sus propios rasgos de manera indetectable. El procedimiento era tan perfecto que incluso copiaba a la perfección las huellas dactilares. 
Y en esas estaba, viajando como Lopez en una línea de bajo coste rumbo a Burdeos, ataviado con un feo y viejo traje de colores apagados, leyendo, para disimular, un aburrido catálogo sobre campanas de extracción de humos. Todo por culpa del vaquero tejano con ganas de jugar a superhéroe. Y apostaría a que los problemas apenas estaban empezando.

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