miércoles, 11 de enero de 2012

El cañón de Hawking (III)


Lagomoto…Esa fue la palabra que sacó a Alex del sopor al que le habían conducido las muchas horas de viaje. Había ido en avión a Londrés. Desde allí debía tomar un tren que le conduciría a una pequeña ciudad, Cardiff, dónde debía encontrarse con un miembro del equipo organizador de la conferencia. Éste le llevaría a la mina dónde estaban las instalaciones en que se había realizado el descubrimiento de las anomalías en un avión particular -- un ultraligero– que pilotaría el mismo. 
La persona que había pronunciado la curiosa palabra en cuestión era uno de sus compañeros de viaje. Había hablado un poco con él cuando se había subido al tren, unas cuantas estaciones antes. Enseguida se había percatado de que estaba frente a un magufo de manual y se las había apañado para eludir su atención y dejar que la dirigiese a la otra ocupante del grupo de asientos, una inglesa -estudiante de violín que para su desgracia -y fortuna del magufo- hablaba español. 
– ¿Lagomoto? – repitió la violinista, Celine.– No conozco esa palabra. 
– Es como un maremoto, pero en un lago, respondió el magufo – Alex recordó que había dicho llamarse Juan Luis –. 
– Perdón tampoco conozco ‘maremoto’ – dijo Celine con gesto de disculpa. 
Alex aprovechó la circunstancia para unirse a la conversación. 
– Tal vez le suene mas ‘tsunami’ . 
–Ah, si, conozco ‘tsunami’ – dijo Celine – entonces ¿un lagomoto sería cómo un tsunami, pero en un lago? 
– Supongo, sí –concedió Alex, si algo así existiera podría dársele ese nombre. 
–Yo puedo dar fe de que existen. –intervino Juan Luis, con gesto de estar algo molesto por la intromisión de Alex– Y hablo de información de primera mano pues he visto uno de cerca. 
–¿Ah, sí? – dijo Alex con un ligero tono de incredulidad. 
– Sí. De hecho hasta lo grabé en vídeo. Si quieren verlo lo tengo aquí. 
–Ah, pues sí, me gustaría mucho verlo – intervino Celine – pero ¿dónde lo podemos ver? 
– Un momento – replicó Juan Luis mientras se levantaba para coger su bolsa del guardaequipajes. Urgó un poco en ella y sacó lo que Alex reconoció enseguida como un Ipad. Lo puso en el asiento y devolvió la bolsa a dónde estaba antes. 
– Bien, mientras se va iniciando el Ipad les voy poniendo en antecedentes. Verán, yo soy aficionado a la pesca y cuando tengo ocasión me gusta ir al lago Sanabria, que esta relativamente cerca de mi domicilio. Soy de un pequeño pueblo, Ribadelago. Ahora vivo en Salamanca, pero en vacaciones suelo ir al pueblo. Bueno, decía, había ido a pescar, truchas si la fortuna me sonreía. Era a primera hora de una mañana muy gris. No había visto a nadie mientras me dirigía al embarcadero dónde tenía amarrada un pequeña barca de mi propiedad. La había llevado bastante hacia el interior – lejos de la orilla –. Había sacado los aparejos, básicamente una caña telescópica y estaba terminando de preparar el anzuelo. En ese momento oí un sonido bastante fuerte, cómo una explosión ahogada. Me giré hacía el lugar de dónde me pareció que provenía el sonido, el noreste del lago y vi como se alzaba un enorme frente de agua, con forma de balón de fútbol. Bueno no un balón entero, sólo una parte del mismo, no sé si se hacen a la idea… 
Alex y Celine asintieron. Mientras Juan Luis alargaba la narración, adornándola mas de lo que parecía razonable, el tablet PC de Apple había arrancado. En las pausas de su relato Juan Luis había estado toqueteando la pantalla buscando en el sistema de archivos el vídeo que buscaba y ya estaba en disposición de mostrarlo. No obstante aún le faltaba finalizar con los prolegómenos. 
– Bien, como se pueden hacer idea me llevé un susto morrocotudo. Arranqué a toda prisa el motor de la barca – creo que no se lo había dicho, era una barca con un pequeño motor de hélice, no una de remos –. Cogí el timón y enfilé la proa en dirección opuesta a la ola que avanzaba hacia mi. No sé como, pero en ese momento me acordé de que llevaba en el bolsillo un Iphone y que podía grabar en vídeo lo que estaba pasando. Al fin y al cabo la barca no iba a ir mas rápido ni mas despacio porque yo me pusiera a grabar. Debo avisarles de que pese a su fama el punto fuerte del Iphone no es precisamente su cámara, ni la de fotos ni la de vídeo, pero no obstante se ve aceptablemente bien la ola. 
Tras decir eso colocó el Ipad en la mesa que se hallaba en medio de los asientos y lo colocó de manera que todos pudieran verlo. La calidad de la imagen era peor de lo que daban a entender las palabras de Juan Luis. El hecho de que dispusiera de dos de los productos estrella de Apple – incluido el Ipad, tan denostado por los medios especializados – bastaba para retratar a Juan Luis como un ‘fanboy’ de Apple– un fan incondicional de los productos de la compañía de la manzana. Que creyera que la calidad del vídeo fuese ‘aceptable’ disipaba cualquier duda posible. 
En cualquier caso en la película podía apreciarse como una ondulación en el agua avanzaba hacia la proa de la embarcación, ganando terreno rápidamente. A medida que se acercaba la altura de la ola crecía. Alex supuso que eso se debía a que la barca se dirigía a la orilla. Al ser menor la profundidad del lago en el borde del mismo que en el centro la altura de la ola crecía. Era lo mismo que sucedía con las olas de los tsunamis, pero a mucha menor escala. Juan Luis permanecía callado mientras contemplaba la película así que no se animó a preguntarle. Y tampoco fue necesario. El enfoque de la cámara cambió mostrando que la barca se dirigía hacia una pequeña playa. Se oyó un sonido de fricción acompañado por una sacudida en el vídeo. Alex imaginó que el bote de Juan Luis había embarrancado antes de llegar a la orilla. La cámara giró veloz un instante para mostrar que la ola, que ya parecía tener una altura de un metro y medio, estaba a menos distancia de la que a nadie en esa situación le gustaría. Se vio Como José Luis, si realmente era él quien llevaba la cámara , pues en ningún momento se le veía en la escena, avanzaba hacia la orilla. Caminaba en las someras aguas a una velocidad que desdecía la edad de Juan Luis, que debía rondar los últimos años de la cincuentena. Tras alcanzar la orilla se dirigió raudo hacia el pequeño bosque que circundaba esa parte del lago. Se oía un creciente rumor que anunciaba la inminente llegada de la ola. En ese momento el bosque se abrió mostrando un claro. En el centro del mismo había una enorme roca que según Alex pudo evaluar debía medir unos tres metros o más de altura. La pendiente de la piedra era escarpada, pero podía subirse sin necesidad de apoyar las manos. La cima era bastante ancha, unos cuatro metros cuadrados, y de forma aproximadamente circular. Nada más llegar a la cima se vio como una masa de agua envolvía los pies del que estaba filmando la grabación y subió hasta llegar casi a la altura de las rodillas. La imagen giró hacia el lago. Alex supuso que el giro sirvió para que Juan Luis afianzara su posición situándose de frente a la ola. La perspectiva cambió para mostrar una panorámica amplia. Tras la primera ola fueron llegando otras, de altura progresivamente menor. La imagen fue girando de un lado a otro para mostrar como las olas iban irrumpiendo en la baja arboleda. 
Tras finalizar el vídeo Juan Luis reanudó la conversación. Su voz sonó algo ominosa en el reverencial silencio que había provocado el final de la película. 
– Y bien, ¿qué les parece? ¿Existen o no los lagomotos? 
Alex imaginó que la pregunta se dirigía sobre todo a él, que había expresado su escepticismo al respecto. 
– Yo nunca he afirmado que no existieran. Simplemente dije que no me constaba su existencia. En principio dado que un maremoto lo origina un terremoto en el fondo marino imagino que un terremoto cuyo epicentro este cerca de un lago podría originar un fenómeno similar al tsunami en sus aguas. Pero vamos, que nunca he oído hablar de uno. No deben ser muy frecuentes. 
– No, no lo son –concedió Juan Luis – como pueden imaginar tras lo que me pasó busqué referencias al respecto. Y no hay muchas. Por ejemplo hace unos años un lago Chileno, de origen glaciar se vació de modo repentino y dio lugar a un tsunami fluvial. Hay algunas cosillas más, pero no demasiadas. 
– Si, ahora que lo dice me suena lo del lago ese que se había vaciado, pero no sabía que había creado un ‘riomoto’, si usamos su terminología, dijo Alex con un guiño. 
Juan Luis y Celine, que captó el juego de palabras pese a no ser española, sonrieron con la pequeña broma. No obstante Juan Luis enseguida cortó la diversión con lo siguiente que dijo. 
–Ha mencionado usted terremoto. Pero el caso es que no hubo ninguno. En el lago era imposible de apreciar, pero pregunté a los vecinos de la zona y nadie notó ninguna sacudida de tierras. Intenté consultar con algún organismo oficial que hiciera un seguimiento sismológico de la zona pero no me fue posible recabar datos concretos. Se negaron a dármelos. Eso si, afirmaron rotundamente que no hubo ningún terremoto. 
– Pues entonces parece un misterio ¿no? – dijo Celine. 
– Sí, yo diría que sí – asintió Juan Luis – Tal vez aquí nuestro amigo Alex, que me dijo que era físico de cuerdas, tenga una explicación. 
– Ah, pues no, en este momento no se me ocurre ninguna obvia – se disculpó Alex –. Bueno tal vez si tienen un campo de pruebas de explosiones nucleares por los alrededores -- dijo en tono de broma. 
– Pues no sé, ¿quién sabe lo que nos oculta el gobierno? 
Juan Luis prosiguió con la teoría de la conspiración que le inspiró el comentario de Alex. De todos modos a Alex el asunto le pareció curioso, independientemente del obvio comportamiento irracional de Juan Luis y se las apañó para que este le transfiriese el vídeo a su propio tablet PC. Fue un maniobra compleja dada la carencia de puertos USB del Ipad. Al final consiguieron hacerlo mediante compartición de archivos vía wifi. No era algo que hubiese hecho antes y el que se encargó del proceso fue Juan Luis. La verdad es que Alex se sorprendió de que un magufo dominara esa tecnología. Desde luego no era nada terriblemente complejo, y él mismo podría aprenderlo sin mayor problema. Pero le sorprendió que un magufo, y más uno de la edad de Juan Luis, se manejara con soltura en esas lides. En todo caso rápidamente se olvidaría de ese detalle hasta que unos días más tarde tuviese que acordarse de él movido por los acontecimientos que le esperaban.

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