miércoles, 11 de enero de 2012

Guerras ajenas (IV)


Nos dirigimos a las coordenadas acordadas. Como nadie conoce la franja selvática en la que debemos guiarnos por el sistema de posicionamiento por satélites Galileo. Es curioso, algunos de los chicos creen que es tecnología de los kokusha. Eran demasiado jóvenes cuando se produjo la invasión y las naves alienígenas anularon el funcionamiento de todos los satélites de la raza humana, incluido el una vez tan famoso GPS. Por ese entonces la ESA acaba de lanzar su propia alternativa al sistema americano, pero no había llegado a abrir la red al público. A raíz de esta segunda invasión los kokusha decidieron reactivar el sistema Galileo, mas preiso y eficiente que el GPS, pero sólo para usos militares. Los más veteranos les hemos explicado que la tecnología es nuestra, pero veo en sus caras que no os creen del todo, y lo kokusha no desalientan ese escepticismo. Es descorazonador ver que estamos luchando a favor de los kokusha para proteger nuestro mundo, y que, incluso si ganamos, estamos perdiendo nuestra identidad.

Dejo de lado esas agoreras meditaciones y me empiezo a fijar en el entorno. Marchamos agrupados. Abre la marcha uno de los soldados más jóvenes. Le he elegido a él porque es el campeón local en competiciones de tiro frente a enemigos apostados. Si surge algún ataque repentino es el que mejores posibilidades tiene de defenderse con efectividad. Aparte eso permite que pueda ir un poco más tranquilo y atender otras tareas. He hablado con otro pequeño pelotón recién reagrupado. Si no hay obstáculos que lo impidan nos reuniremos con ellos antes de llegar al punto de encuentro global. Me informaron de que llevaban con ellos a una de las víctimas. La habían hallado atrapada en algo similar a una tela de araña. Su cadáver presentaba el tipo de lesiones que uno cabría esperar que produjera un animal como el roannom. Le habían cortado la cabeza de una manera bastante limpia. El tipo de trabajo que podían realizar a la perfección las mandíbulas del bicho. El tronco presentaba lesiones incisas que se correspondían a la perfección con las terribles garras del roannom. Eran el tipo de garras que en la tierra tienen los omnívoros que gustan de buscar insectos entre los árboles y que necesitan de ellas para desbrozar la corteza de la madera y extraer su alimento de los recovecos de la misma. Evidentemente esta criatura salida de algún averno alienígena le daba otros usos. Lo que no terminaba de explicarme era la telaraña esa. El sargento me había alertado acerca de la variedad de recursos de nuestro enemigo, así que tal vez entre sus artimañas figurase imitar a las arañas de nuestro planeta. De ser así ¿Qué mas podría hacer ese maldito monstruo?

Tenemos suerte y no hay impedimento a que demos con el grupo en cuestión. Según lo hablado el soldado muerto ha sido completamente envuelto en una manta para evitar que el dantesco estado de sus restos haga mella en la moral de la tropa. Me reúno con el líder de esa gente, un inglés que responde al nombre de Peter. Tiene el rango de teniente y en consecuencia asume el mando. Eso me libera de mayores responsabilidades y puedo dejar que mi mente descanse. Al menos hasta que llegamos al punto de encuentro.
Han pasado dos horas desde que se produjo la reagrupación definitiva. Me han informado de muchas cosas. Se ha establecido contacto con el campamento kappa y nos han dicho que ellos no han sufrido ningún ataque. Al parecer el roannom ha preferido ensañarse con los presuntos rescatadores. La gente al mando ha estado deliberando. He visto como montaban una tienda de campaña dónde habían depositado a los muertos. Todos ellos habían sido discretamente transportados de modo que, en el común de la tropa, sólo aquellos que los recogieron conocían el estado en el que estaba su cadáver La gente al mando, por el contrario, habían tenido el dudoso honor de poder contemplar la masacre en toda su extensión, Yo debería haberme quedado al margen, pero el sargento había insistido en que entrase en ese pequeño museo de los horrores en que se había transformado el interior de la tienda. Pude escuchar como se relataban las circunstancias de cada víctima y participar activamente en el análisis de su muerte.

La primera defunción en analizarse fue un cabo, un tipo que rondaba la cuarentena con el que había charlado alguna vez, Había sido encontrado en el fondo de un agujero en el que había muerto empalado por unas estacas afiladas situadas en el fondo del mismo. El examen del perímetro indicaba que el agujero había estado tapado por ramitas y hojas dispuestas adrede para ocultar la trampa. Las posibles implicaciones del modus operandi no escapaban a nadie. Estaba casi descartado que el cabo Uriarte fuese a caer en la trampa por casualidad. Un compañero había informado que el cabo le había comunicado que iba siguiendo a un animal grande al que había detectado por las ocasionales agitaciones que hacía en la maleza. Sin duda el animal le había guiado ex profeso hacia ese agujero hábilmente disimulado. Eso denotaba una capacidad de planificación bastante sofisticada, y por ende, una inteligencia nada desdeñable. La gran incógnita era la autoria de la trampa en sí. ¿Debía creerse que la había creado el roannom? ¿De ser así, hasta que punto? La tensión del momento y la premura general de toda la situación se habían traducido en que no se hiciese un examen exhaustivo de la franja in situ. Alguna persona previsora, presumiblemente el sargento, había ordenado que se recogieran muestras de tierra y también de las estacas, así como grabaciones de video en alta resolución, para poder hacer estudios mas sofisticados sin necesidad de volver al lugar del suceso. No había en nuestro grupo nadie con formación medianamente avanzada en criminología así que corrió de cuenta mía y del sargento – los únicos con una formación técnica superior -- realizar el estudio de las pruebas. Nuestras conclusiones preliminares indicaban que el hoyo no había sido cavado recientemente, si bien no pudimos establecer una fecha fiable. Sabíamos que antes de la llegada de los aliens en esa selva había algunas tribus de nativos. No sabíamos mucho de ellos realmente pues para cuando se había confirmado el ataque extraterrestre y se habían enviado las primeras tropas todos ellos habían sido exterminados. En definitiva, no sabíamos con certeza si el agujero lo había cavado el roannom, los antiguos pobladores humanos, o tal vez alguna otra criatura de la que no teníamos noticia. El análisis de las estacas había sido más provechoso. Las marcas se ajustaban bien a la fisionomía del animal. Esas garras y esas mandíbulas aparte de carne eran buenas para trabajar con la madera y por lo visto la criatura tenía habilidad para usarlas. El panorama que revelaban era muy preocupante. Ya no nos enfrentábamos a un animal inusualmente peligroso sino a una criatura inteligente capaz de manipular el entorno para crear herramientas.

Los dos siguientes cadáveres que analizamos habían sufrido una surte parecida. Su cadáver estaba hinchado y la piel presentaba signos de múltiples picaduras. Eso añadía un pequeño misterio a la pila de enigmas que se estaba acumulando. Como en cualquier otra selva que se preciase esa estaba plagada de insectos, arácnidos, serpientes y otros animales capaces de picar a una persona y producirla diversos males, muerte incluida. Por ello mismo las vestimentas que llevábamos debajo del exoesqueleto procuraban una buena protección frente a ese tipo de peligro. Ciertamente no era absolutamente perfecta y un soldado que durmiese a la intemperie podría despertar – si tenía suerte — con una sorpresa desagradable. Pero estando despierto, y en movimiento, era difícil imaginar como podría ser atacado de ese modo. De hecho, cuando el sargento mostró su preocupación por el veneno que podía impregnar el roannom en la maleza y como este atacaba la piel me extrañó su cautela ya que, excepto el rostro y las manos, ninguna parte del cuerpo iba descubierta. De hecho, con los visores bajados solamente parte del cuello y las manos quedaban expuestas al aire. Las preguntas del teniente Peter mostraron que no era el único en albergar esos pensamientos. El sargento explicó que el roannom podía destilar diversos tipos de venenos. Algunos de ellos actuaban sobre el sistema respiratorio. No tenía datos concluyentes peros sospechaba que no actuaban de modo inmediato. Por análisis patológico – por desgracia precariamente desarrollado -- de casos anteriores había llegado a la hipótesis de que el veneno se iba esparciendo desde los alvéolos pulmonares hacia el torrente sanguíneo hasta llegar al cerebro. Una vez allí era capaz de superar la barrera hematoencefálica que impide normalmente que muchas sustancias y patógenos pasen de la sangre a las células cerebrales. Una vez en el cerebro el efecto se desencadenaba de modo vertiginoso y la persona infectada se dormía en cuestión de segundos. Imagino que eso fue lo que debió ocurrirle a esos pobres infortunados. Se habían perdido, como el resto, en la confusión general, y cuando el sueño les llego por sorpresa no había nadie al lado para cuidar de ellos. Lo que si encontraron fueron algún tipo de animales que se habían colado bajo las vestimentas de los indefensos militares y les habían inoculado un veneno más mortífero. La pregunta obvia era cuestionarse por una relación directa entre el roannom y esas otras criaturas. Realmente el roannom podía eliminar el sólito, por modos más expeditivos, a unos soldados narcotizados. ¿Qué pintaban esas misteriosas criaturas con picaduras venenosas en el entramado?

Habían analizado algún caso más, y no había ninguna conclusión definitiva, más allá de que debían extremar aún más las precauciones. Antes de salir el sargento le había dicho, en un aparte, que le esperara fuera, a unos metros detrás de la tienda. Y allí estaba ahora, esperando inquieto. El sargenteo me había dado a entender que le iba a explicar por fin que era eso de los “ojos cuánticos”. Y también le hablaría sobre un concepto, referente al roannon, que había farfullado durante el análisis. Lo había pronunciado en voz baja, para que sólo él, que era el más cercano de los presentes, pudiera oírlo, No estaba plenamente seguro de haberlo entendido correctamente, pero le había sonado algo así como “biología modular”.

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