Nos dirigimos a las coordenadas
acordadas. Como nadie conoce la franja selvática en la que debemos
guiarnos por el sistema de posicionamiento por satélites Galileo. Es
curioso, algunos de los chicos creen que es tecnología de los
kokusha. Eran demasiado jóvenes cuando se produjo la invasión y
las naves alienígenas anularon el funcionamiento de todos los
satélites de la raza humana, incluido el una vez tan famoso GPS. Por
ese entonces la ESA acaba de lanzar su propia alternativa al sistema
americano, pero no había llegado a abrir la red al público. A raíz
de esta segunda invasión los kokusha decidieron reactivar el sistema
Galileo, mas preiso y eficiente que el GPS, pero sólo para usos
militares. Los más veteranos les hemos explicado que la tecnología
es nuestra, pero veo en sus caras que no os creen del todo, y lo
kokusha no desalientan ese escepticismo. Es descorazonador ver que
estamos luchando a favor de los kokusha para proteger nuestro mundo,
y que, incluso si ganamos, estamos perdiendo nuestra identidad.
Dejo de lado esas agoreras
meditaciones y me empiezo a fijar en el entorno. Marchamos agrupados.
Abre la marcha uno de los soldados más jóvenes. Le he elegido a él
porque es el campeón local en competiciones de tiro frente a
enemigos apostados. Si surge algún ataque repentino es el que
mejores posibilidades tiene de defenderse con efectividad. Aparte eso
permite que pueda ir un poco más tranquilo y atender otras tareas.
He hablado con otro pequeño pelotón recién reagrupado. Si no hay
obstáculos que lo impidan nos reuniremos con ellos antes de llegar
al punto de encuentro global. Me informaron de que llevaban con ellos
a una de las víctimas. La habían hallado atrapada en algo similar a
una tela de araña. Su cadáver presentaba el tipo de lesiones que
uno cabría esperar que produjera un animal como el roannom. Le
habían cortado la cabeza de una manera bastante limpia. El tipo de
trabajo que podían realizar a la perfección las mandíbulas del
bicho. El tronco presentaba lesiones incisas que se correspondían a
la perfección con las terribles garras del roannom. Eran el tipo de
garras que en la tierra tienen los omnívoros que gustan de buscar
insectos entre los árboles y que necesitan de ellas para desbrozar
la corteza de la madera y extraer su alimento de los recovecos de la
misma. Evidentemente esta criatura salida de algún averno
alienígena le daba otros usos. Lo que no terminaba de explicarme era
la telaraña esa. El sargento me había alertado acerca de la
variedad de recursos de nuestro enemigo, así que tal vez entre sus
artimañas figurase imitar a las arañas de nuestro planeta. De ser
así ¿Qué mas podría hacer ese maldito monstruo?
Tenemos suerte y no hay impedimento a
que demos con el grupo en cuestión. Según lo hablado el soldado
muerto ha sido completamente envuelto en una manta para evitar que el
dantesco estado de sus restos haga mella en la moral de la tropa. Me
reúno con el líder de esa gente, un inglés que responde al nombre
de Peter. Tiene el rango de teniente y en consecuencia asume el
mando. Eso me libera de mayores responsabilidades y puedo dejar que
mi mente descanse. Al menos hasta que llegamos al punto de
encuentro.
Han pasado dos horas desde que se
produjo la reagrupación definitiva. Me han informado de muchas
cosas. Se ha establecido contacto con el campamento kappa y nos han
dicho que ellos no han sufrido ningún ataque. Al parecer el roannom
ha preferido ensañarse con los presuntos rescatadores. La gente al
mando ha estado deliberando. He visto como montaban una tienda de
campaña dónde habían depositado a los muertos. Todos ellos habían
sido discretamente transportados de modo que, en el común de la
tropa, sólo aquellos que los recogieron conocían el estado en el
que estaba su cadáver La gente al mando, por el contrario, habían
tenido el dudoso honor de poder contemplar la masacre en toda su
extensión, Yo debería haberme quedado al margen, pero el sargento
había insistido en que entrase en ese pequeño museo de los horrores
en que se había transformado el interior de la tienda. Pude escuchar
como se relataban las circunstancias de cada víctima y participar
activamente en el análisis de su muerte.
La primera defunción en analizarse
fue un cabo, un tipo que rondaba la cuarentena con el que había
charlado alguna vez, Había sido encontrado en el fondo de un agujero
en el que había muerto empalado por unas estacas afiladas situadas
en el fondo del mismo. El examen del perímetro indicaba que el
agujero había estado tapado por ramitas y hojas dispuestas adrede
para ocultar la trampa. Las posibles implicaciones del modus
operandi no escapaban a nadie. Estaba casi descartado que el cabo
Uriarte fuese a caer en la trampa por casualidad. Un compañero había
informado que el cabo le había comunicado que iba siguiendo a un
animal grande al que había detectado por las ocasionales agitaciones
que hacía en la maleza. Sin duda el animal le había guiado ex
profeso hacia ese agujero hábilmente disimulado. Eso denotaba una
capacidad de planificación bastante sofisticada, y por ende, una
inteligencia nada desdeñable. La gran incógnita era la autoria de
la trampa en sí. ¿Debía creerse que la había creado el roannom?
¿De ser así, hasta que punto? La tensión del momento y la premura
general de toda la situación se habían traducido en que no se
hiciese un examen exhaustivo de la franja in situ. Alguna persona
previsora, presumiblemente el sargento, había ordenado que se
recogieran muestras de tierra y también de las estacas, así como
grabaciones de video en alta resolución, para poder hacer estudios
mas sofisticados sin necesidad de volver al lugar del suceso. No
había en nuestro grupo nadie con formación medianamente avanzada en
criminología así que corrió de cuenta mía y del sargento – los
únicos con una formación técnica superior -- realizar el estudio
de las pruebas. Nuestras conclusiones preliminares indicaban que el
hoyo no había sido cavado recientemente, si bien no pudimos
establecer una fecha fiable. Sabíamos que antes de la llegada de los
aliens en esa selva había algunas tribus de nativos. No sabíamos
mucho de ellos realmente pues para cuando se había confirmado el
ataque extraterrestre y se habían enviado las primeras tropas todos
ellos habían sido exterminados. En definitiva, no sabíamos con
certeza si el agujero lo había cavado el roannom, los antiguos
pobladores humanos, o tal vez alguna otra criatura de la que no
teníamos noticia. El análisis de las estacas había sido más
provechoso. Las marcas se ajustaban bien a la fisionomía del
animal. Esas garras y esas mandíbulas aparte de carne eran buenas
para trabajar con la madera y por lo visto la criatura tenía
habilidad para usarlas. El panorama que revelaban era muy
preocupante. Ya no nos enfrentábamos a un animal inusualmente
peligroso sino a una criatura inteligente capaz de manipular el
entorno para crear herramientas.
Los dos siguientes cadáveres que
analizamos habían sufrido una surte parecida. Su cadáver estaba
hinchado y la piel presentaba signos de múltiples picaduras. Eso
añadía un pequeño misterio a la pila de enigmas que se estaba
acumulando. Como en cualquier otra selva que se preciase esa estaba
plagada de insectos, arácnidos, serpientes y otros animales capaces
de picar a una persona y producirla diversos males, muerte incluida.
Por ello mismo las vestimentas que llevábamos debajo del
exoesqueleto procuraban una buena protección frente a ese tipo de
peligro. Ciertamente no era absolutamente perfecta y un soldado que
durmiese a la intemperie podría despertar – si tenía suerte —
con una sorpresa desagradable. Pero estando despierto, y en
movimiento, era difícil imaginar como podría ser atacado de ese
modo. De hecho, cuando el sargento mostró su preocupación por el
veneno que podía impregnar el roannom en la maleza y como este
atacaba la piel me extrañó su cautela ya que, excepto el rostro y
las manos, ninguna parte del cuerpo iba descubierta. De hecho, con
los visores bajados solamente parte del cuello y las manos quedaban
expuestas al aire. Las preguntas del teniente Peter mostraron que no
era el único en albergar esos pensamientos. El sargento explicó que
el roannom podía destilar diversos tipos de venenos. Algunos de
ellos actuaban sobre el sistema respiratorio. No tenía datos
concluyentes peros sospechaba que no actuaban de modo inmediato. Por
análisis patológico – por desgracia precariamente desarrollado --
de casos anteriores había llegado a la hipótesis de que el veneno
se iba esparciendo desde los alvéolos pulmonares hacia el torrente
sanguíneo hasta llegar al cerebro. Una vez allí era capaz de
superar la barrera hematoencefálica que impide normalmente que
muchas sustancias y patógenos pasen de la sangre a las células
cerebrales. Una vez en el cerebro el efecto se desencadenaba de modo
vertiginoso y la persona infectada se dormía en cuestión de
segundos. Imagino que eso fue lo que debió ocurrirle a esos pobres
infortunados. Se habían perdido, como el resto, en la confusión
general, y cuando el sueño les llego por sorpresa no había nadie al
lado para cuidar de ellos. Lo que si encontraron fueron algún tipo
de animales que se habían colado bajo las vestimentas de los
indefensos militares y les habían inoculado un veneno más
mortífero. La pregunta obvia era cuestionarse por una relación
directa entre el roannom y esas otras criaturas. Realmente el roannom
podía eliminar el sólito, por modos más expeditivos, a unos
soldados narcotizados. ¿Qué pintaban esas misteriosas criaturas con
picaduras venenosas en el entramado?
Habían analizado algún caso más, y no había ninguna conclusión
definitiva, más allá de que debían extremar aún más las
precauciones. Antes de salir el sargento le había dicho, en un
aparte, que le esperara fuera, a unos metros detrás de la tienda.
Y allí estaba ahora, esperando inquieto. El sargenteo me había dado
a entender que le iba a explicar por fin que era eso de los “ojos
cuánticos”. Y también le hablaría sobre un concepto, referente
al roannon, que había farfullado durante el análisis. Lo había
pronunciado en voz baja, para que sólo él, que era el más cercano
de los presentes, pudiera oírlo, No estaba plenamente seguro de
haberlo entendido correctamente, pero le había sonado algo así como
“biología modular”.
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